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Alain y la felicidad

La mirada de Alain sobre la felicidad está cubierta por un dominio real sobre sí mismo, para que cuando vengan las desgracias naturales de la condición humana estemos mejor preparados y las afrontemos con entereza...

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

26/04/2021 05:03 am

El filósofo, periodista y profesor francés Émile-Auguste Chartier, mejor conocido como Alain, escribió un ensayo sobre la felicidad llamado “Propos sur le bonheur” que compila una serie de artículos publicados en periódicos de Rouen, capital de la Normandía, entre los años 1906 y 1924. El libro se publicó por primera vez en París en el año de 1925. Dice uno de sus más célebres alumnos y gran admirador, André Maurois, que sin ser ésta la mejor obra de Alain ni la que más le gastaba al autor, sus reflexiones sobre la felicidad aportan mucho al pensamiento contemporáneo y son muy fácil de leerlas. Alain tuvo una intensa vida periodística y literaria, por eso sus publicaciones fueron numerosísimas y abarcaron desde la pregunta ¿Qué soy yo?, salpicada con escritos sobre la personalidad de los hombres, el humor y los temperamentos, pasando por “Las ideas y las edades”, reflexiones sobre Spinoza, Stendhal, Balzac, la guerra, la religión, las humanidades y muchos temas más.

En el caso de la felicidad, para Alain no es el moralismo el toma la batuta sino la filosofía, que aporta la sabiduría para exponer una especie de arte de ser feliz. El autor postula con firmeza que ser feliz es el primer deber humano. No lo considera fácil, al contrario observa un heroísmo en conseguir la felicidad porque hay muchos factores externos e internos que se oponen a ello. Para ganar ese combate sugiere construir una fortaleza interior, en la cual la felicidad pueda sobrevivir.
 
Maurois dictó una conferencia para el el programa radial “Grandes escritores”, que se transmitió el 13 de septiembre de 1954 en la “Chaine Nationale” francesa, donde analizó la posición de su maestro sobre la idea de la felicidad. En ella afirmó que para su profesor la felicidad no provenía de un “optimismo doctrinal” como en Voltaire, según el cual pasa todo lo mejor en el mejor de los mundos. Para Alain la felicidad “es la sabiduría de los estoicos, de la imitación, de René Descartes, de Spinoza. Ese bienestar que afirma que el mundo no es el mejor ni el peor, sino que el reino de Dios está en nosotros”. “Propos su le bonheur” no es un manual de resignación o una oda al optimismo ingenuo. Tampoco un libro de autoayuda de esos que están tan de moda ahora. Es un análisis filosófico sobre la tranquilidad del espíritu humano, lleno de consejos prácticos aplicables por cualquier persona.

Alain afirma que la satisfacción se logra con una voluntad sostenible y perseverante, capaz de desafiar las fuerzas del universo. Es una felicidad mística que reposa en la fe en sí mismo y en la placidez interior. “En el orden humano soy yo quien fabrica el buen tiempo o las tormentas”. El autor propone que en todas las escuelas debería enseñarse el arte de ser feliz comenzando por esta primera regla: Nunca hablar a los otros sobre nuestros propios males. Además de ser poco cortés también es poco moral, sostiene Alain, porque las quejas sobre nosotros no pueden sino entristecer a los demás. “La tristeza es como un veneno, cada uno de nosotros quiere vivir y no morir envenenado”. Por eso buscamos naturalmente a los seres que nos transmiten energías positivas, y agradecemos a aquellos que purifican nuestras vidas exultando felicidad. Si una persona se siente amada, seguramente se siente feliz. “La felicidad que uno conquista por sí mismo es la ofrenda más bella y generosa que podemos dar a los otros” afirmó André Maurois en la citada conferencia sobre Alain.
 
La desgracia está en el aire
Por supuesto Alain sabe que existen circunstancias exteriores a nosotros que convierten a la felicidad en imposible. Enfermedades, pobreza, guerra y muchas más. Eso es cierto, admite el filósofo. La desgracia está en el aire que respiramos, en todos lados, por eso es que debemos purificarlo rodeándonos de personas positivas. Sin embargo para analizar esas adversidades pide considerar estos factores: Hay males reales y males imaginarios. “La imaginación es peor que un verdugo”. Ese razonamiento trae al tapete que hay miedos legítimos e inevitables, y también miedos creados por la imaginación. El celoso obsesivo, o el que se quiere atormentar por algo, no tiene cura fácil. En su imaginación su pareja es el objeto de deseos exagerados. El obsesivo cree que siempre ocurrirán desdichas. Si desechamos éstos últimos miedos imaginarios, nuestra fortaleza interior estará mejor preparada para resistir los ataques de los primeros. La felicidad sí puede sobrevivir a la imaginación. Ante los males reales, Alain propone buscarles un buen uso como hizo el matemático y teólogo Blaise Pascal, precursor del existencialismo, al crear una oración a Dios para el buen manejo de las enfermedades. Roosevelt fue un mejor presidente, dice Maurois como un ejemplo, porque soportó su penosa enfermedad con serenidad. Napoleón enfocó el asunto afirmando que la desgracia es la partera de la genialidad. Ni siquiera la idea real de la muerte, que todos algún día enfrentaremos, tiene que ser tan aterradora. Sócrates lo probó.
 
Alain divide la felicidad en dos: Una exterior que no nos pertenece y llega a nosotros como si fuera un abrigo temporal, un soplo de brisa. Es lo que pasa cuando ganamos la lotería, cuando obtenemos una promoción, o cuando nos dan una buena noticia. Y otra clase de felicidad interior que forma parte de nosotros mismos como una actitud, como una firme voluntad, como una visión de la vida. Esa felicidad la llevamos muy adentro de nuestro ser. Maurois en su conferencia utiliza varios ejemplos para ilustrar esa placidez propia y no prestada. Relata que el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno fue desterrado a las islas Canarias por el general Primo de Rivera, despojándolo de su cargo de vicerrector de la Universidad de Salamanca y decano de la Facultad de Filosofía. Desde su castigo Unamuno escribe lo siguiente: “General, usted me quitó todo aquello que a su juicio es importante. El dinero, el amor venal y el poder. Usted me dejó lo que yo considero importante. El sol, el amor verdadero y la libertad. Gracias general”. Otro ejemplo fue una vivencia de Maurois. Siendo judío de origen, en el año 1940 los alemanes habían confiscado su casa en Francia con todos sus bienes y los libros que tanto amaba. Estando exilado en Inglaterra, fue invitado a un evento en el palacio de Buckingham y la reina lo recibió diciéndole: “Señor Maurois sé que ha perdido todo, pero ¿no encuentra usted que cuando uno ha perdido todo, le queda casi todo?” Maurois contestó que era verdad, porque le quedaban sus afectos, su cultura, su placer por el trabajo, y sus esperanzas de volver a su país liberado.

Capítulo aparte
El amor merece un capítulo aparte en estas reflexiones sobre la felicidad. “Amar es vivir para algo que no sea uno mismo: Dios, pareja, país, hijos, amigos, etc.” ¿Vivir para otros trae felicidad? Claro, contesta Alain. El amor embellece la vida, el cielo, a los árboles, a las personas. El amor hace ver todo más bonito, como el pintor embellece con su arte todo lo que pinta. Es ”como un pacto nupcial entre el hombre y la vida”. Es un decreto, decía Descartes, una decisión y una actitud. Lo que es peligroso es estar todo el tiempo meditando sobre sí mismo. Es estéril porque uno tiende a machacar los errores pasados y angustias a veces imaginarios sobre el futuro.

La felicidad está construida sobre acción y creación, no sobre la reflexión. Cuando un hombre no tiene nada que construir –o destruir- es siempre infeliz, nos apunta Maurois en su conferencia y nos trae a Spinoza citándolo “Arrepentirse siempre representa un segundo error” y a Kant con su máxima de “Recuerda olvidar”. Es muy raro que un ser realmente activo sea infeliz concluye el conferencista ofreciendo la mirada de Alain. La mirada de Alain sobre la felicidad está cubierta por un dominio real sobre sí mismo, para que cuando vengan las desgracias naturales de la condición humana estemos mejor preparados y las afrontemos con entereza. Debemos estar alistados para que nos encuentren más dignos en nuestra fortaleza emocional, esa que hemos construido durante años con pasión y tenacidad. Si como norma de vida acariciamos más a la felicidad en vez de estar jugando con las tragedias, entonces podremos navegar mejor todas las adversidades que surquemos durante nuestras existencias.


alvaromont@gmail.com
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