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Días y noches del Ramadán

Toda frugalidad o ayuno es una conducta que emerge de la disciplina del espíritu o de la propia moral de los creyentes en diversas religiones. No es una inmolación del cuerpo sino el deseo de purificar los excesos de la vida cotidiana ante la fe desempeño

  • RAFAEL DEL NARANCO

18/04/2021 05:07 am

La celebración más esperada del mundo musulmán, el Ramadán, dio comienzo en la tarde de pasado martes 13 de abril, y finalizará el 12 de mayo. 30 días que obligan a los fieles a observar un ayuno riguroso que al finalizar será un júbilo de renovada esperanza.

Indudablemente, a causa de la pavorosa presencia del Coronavirus, la embarazosa y cruel toxina influirá en las celebraciones, a razón de que las mezquitas durante las noches estarán cerradas, a la vez que las reuniones familiares para alimentarse, tras muchas horas de ayuno, se verán truncadas al ser mínimo el número de comensales que pueden asistir.
 
Con todo lo malo que estos días pueden ser -y lo son sin duda alguna- , en pie quedará la fe perdurable, los rezos individuales, el deseo de que esa calamidad, brutal, cruel y demencial, se aleje y permita a la humanidad seguir luchando por la existencia sin tantas desventuras continuas que hoy la envuelve.

Durante estas cuatro semanas del Ramadán, creyentes mahometanos rubrican espiritualmente una templanza con su fundador, siendo la hierática afirmación que se ha mantenido desde el mismo día en que Mahoma escuchó de Alá los versos del Libro Sagrado, El Corán, hecho acaecido hacia el año 610 después de Cristo.

Toda frugalidad o ayuno es una conducta que emerge de la disciplina del espíritu o de la propia moral de los creyentes en diversas religiones. No es una inmolación del cuerpo, sino el deseo de purificar los excesos de la vida cotidiana ante la fe desempeñada e impresa sobre el espíritu humano.

Los días del Ramadán son ese tiempo en que es moralmente justo dar limosnas a todos los necesitados, y a su vez practicar la continencia sexual desde el amanecer hasta la puesta de sol.
 
Esa acción elevada de la fe judeo-cristiana y mahometana que tanto une a sus creyentes al estar enraizados en la afirmación de un único Dios, debiera ayudar a comprender los vasos comunicantes que van, partiendo del sentido religioso, a la amplia cultura que durante siglos han compartido esas dos creencias tan compactas.
 
El profeta Mahoma, aún no sabiendo en aquel lejano tiempo leer ni escribir, fue llamado por Alá para hacerlo su interlocutor válido y esparcir con él, sobre las resecas tierras de Arabia primero, y más tarde por medio mundo, uno de los textos poéticos más hermosos de la literatura universal: el Corán.

En dichos pergaminos comenzó la creencia surgida sobre las desiertas ondulaciones de Arabia donde solamente había pedregales, olvidos y soledades desgarradas. El expectante profeta, que tuvo una primera infancia triste en La Meca -su padre murió antes de que él naciera y su madre antes de que cumpliera los seis años- se crió como huérfano envuelto en privaciones y desdichas.

Pudo salir de esa adversidad gracias a un tío comerciante que lo llevó a vivir a su casa. A partir de ese dichoso día, Mahoma empezó a valorar el poder del grupo familiar, y a razón de ello, tuvo la obsesión permanente para adherir a tribus allí donde llegaba. Recibió irisaciones de luz y a su vez repartió a espuertas dones radiantes humanizados.

Sentido de unidad 
De aquel tiempo lejano se recuerda el tratado de Hudaybiya entre la Meca y Medina, símbolo del sentido de unidad del pueblo árabe inculcado por el profeta, al establecerse el tratado de paz que permitió al profeta entrar en la ciudad de La Meca durante el resto de su existencia humana.

El Corán ha sido la base de la ley islámica y una guía de la vida diaria, al ser sus documentos la palabra literal, eterna e inmutable del poder divino.
Y es así que todo árabe creyente –en nuestro caso, la gran comunidad musulmana en Venezuela– estará estos días de Ramadán recordando la importante Sura que señala: “Las personas desde Adán hasta hoy en día son iguales a los dientes de un peine; no hay superioridad para el árabe sobre el no árabe, ni para el rojo sobre el negro, sino en conciencia de Alá”.

Se sabe que Alá le dictó durante veintitrés años a su profeta los preceptos que forman el libro venerable. Mahoma repetía cada revelación después de haberla recibido. Algunas fueron escritas en lo que más a mano hubiera en ese instante, pergaminos, hojas de palmera o huesos de animales, pero en su mayor parte, conforme a la tradición de la época: aprender los mensajes recibidos de memoria.

Una base sólida
De esa forma llegaron a nuestros días, con muy pocos cambios, los mensajes del edén, siendo así que para estudiosos del islán la estructura del Corán es en apariencia ilógica. No obstante, o tal vez a cuenta de ello, las palabras allí contenidas son de obligación absoluta para todo creyente, siendo así que todo buen musulmán levantará –eso es bien recordado en estos días de Ramadán- la sólida base con la unión de Alá, la sumisión al Corán, el reverenciado libro sagrado, y a las tradiciones marcadas por Mahoma, su único profeta.
 
Siendo tiempos en que las naciones cristianas van separando de sus constituciones todo significado de la palabra Dios, las tierras islámicas siguen elevando sus creencias sagradas en La Meca.

rnaranco@hotmail.com
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