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Marcel Proust, el escudriñador de sentimientos

"¿Verdad que mi novio es inteligentísimo? ¿No es realmente bello?... " Nadie más lo ve así. La persona enamorada, según Proust, le agrega a la persona amada una cantidad de adjetivos que en realidad no existen sino en el alma de quien ama...

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

12/04/2021 05:02 am

El próximo 10 de julio se cumplen 150 años del nacimiento de Marcel Proust, ese gran novelista francés que tuvo la facultad de percibir los sentimientos de las personas y de la sociedad en una forma tan profunda y penetrante, que pudo retratar en sus obras los más recónditos y a la vez sencillos pliegues, surcos y pulsaciones de la esencia humana. Testigos que lo conocieron íntimamente como Marie Nordlinger, aseguraban que los ojos de Marcel Proust, grandes y escrutadores, al fijar su atención en cualquier individuo mientras conversaba lo atrapaba con su mirada como si fuera una presa que ya no podía escapar. Cuando escuchaba a alguien, decía su amiga, parecía que con solo verlo supiera lo que el otro iba a decir. Marie vivió en París, estudió en la célebre Ecole des Beaux Arts y ayudó a Proust, quien no dominaba el inglés, a traducir la obra del maestro de la prosa inglesa John Ruskin. Un primo de Marie, el compositor musical nacido en Venezuela Reynaldo Hahn, los presentó y desde ese momento la mujer fue parte del círculo de amistades más cercano al escritor.

Por tener una salud delicada Marcel Proust no podía alejarse mucho de su apartamento en el Boulevard Haussmann, ni de los salones de la alta sociedad parisina. Aunque disfrutaba bastante el ir a la playa o al campo, el asma y su fragilidad corporal se lo impedían. Entonces sus dotes de observación se fueron desplegando lentamente entre las brumas nocturnas de las fiestas, las paredes del hotel Ritz, y los goces de la buena vida, para desarrollar una formidable capacidad de escudriñar cada doblez y ondulación de las emociones humanas, con la misma habilidad delicada que utiliza un orfebre al fabricar sus joyas.

Al principio su talento literario no fue muy apreciado en los salones, y el entonces amable cortesano era considerado fundamentalmente como un simpático “snob” de padres ricos. A los 25 años ya había escrito “Les plaisirs et les jours” sin mucho éxito, a pesar de que Anatole France escribió palabras elogiosas en su prólogo. Marcel Proust era muy querido por ser generoso sin esperar nada a cambio, pero ninguno de sus conocidos imaginaba que ese maestro de los ritos sociales y adorador de la etiqueta era realmente “una de las mayores inteligencias de Europa”, como lo describió el austríaco Stefan Zweig. “Hasta los treinta y cinco años arrastró él la vida más necia y sin sentido que jamás haya llevado algún artista”. En la sociedad parisina nadie notaba que mientras Proust conversaba sobre temas tan banales como el porqué para la cena la princesa había sentado a un marqués en un extremo de la mesa y no en el otro, estaba fraguando su aguda capacidad de explorar los sentimientos más bellos de los caracteres humanos, de la misma manera como un biólogo emplea sus sentidos en el laboratorio para examinar los ejemplares y muestras que ha recogido en el campo. Cada vez que regresaba de una fiesta o de una cena escribía notas sobre sus observaciones.

Su obra máxima, “En búsqueda del tiempo perdido”, se inscribió en los anales de la literatura mundial como la prueba quizás más bella del romanticismo del siglo XX. En siete tomos Marcel Proust realizó el mejor viaje de su existencia, un largo trayecto a través de su infancia y su vida pasada. En sus páginas se retrata el amor humano y los recuerdos tiernos en su dimensión más delicada. Allí aparece retratada su madre, su abuela y muchas mujeres que marcaron su vida rodeándolo de un cariño ingenuo a toda prueba.

El intelectual francés André Maurois, quien escribió una biografía muy esclarecedora sobre Proust, consideró la mirada que el escritor tenía sobre el sentimiento del amor como una especie de ilusión, según la cual no importa el sujeto amado sino los atributos que uno le agrega. Una vez que se produce la “cristalización”, que definió Stendhal como la idealización de la persona que se ama, quien haya sido seleccionado como el objeto de nuestra pasión se ve en nuestros ojos revestido por unas cualidades que no le pertenecen. Esos adornos existen únicamente en nuestra imaginación. Por eso, dice Maurois, uno escucha los comentarios de una mujer enamorada diciéndole a sus amigas: ¿Verdad que mi novio es inteligentísimo? ¿No es realmente bello? O también: ¡Qué ocurrente y chistoso es! Nadie más lo ve así. La persona enamorada, según Proust, le agrega a la persona amada una cantidad de adjetivos que en realidad no existen sino en el alma de quien ama.
 
Los “proustianos” alrededor del mundo se preparan para homenajear durante el mes de julio a este gigante de las letras francesas y del humanismo universal, con todo tipo de manifestaciones que debemos seguir de cerca. Mientras tanto, recorramos nuestro pasado con inocencia para ver si alguna vez probamos el elixir de esa especie de ilusión tan dulce que describió Marcel Proust, añadiéndole a algún amor lejano condiciones que no existían sino en nuestro propio corazón.


alvaromont@gmail.com

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