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Ídolos rotos

Manuel Díaz Rodríguez, desviste con pudor y delicadeza, pero con mucho realismo a la vez, el eterno dilema entre la civilización y la barbarie que tanto se ha tratado en la literatura latinoamericana...

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

29/03/2021 05:03 am

Así se llama una de las mejores obras del escritor modernista venezolano Manuel Díaz Rodríguez. Publicada en el año 1901, esta novela echa una mirada profunda sobre la venezolanidad y sus dilemas de desarrollo, por medio de la vida de un interesante personaje de la sociedad caraqueña llamado Arturo Soria. Ingeniero graduado en Caracas, al regresar de París donde estuvo cinco años estudiando arte, sueña con ver a su país avanzando en el progreso pero termina frustrado al no poder mejorarlo, dejándose vencer por las fuerzas de la mediocridad criolla. El autor desviste con pudor y delicadeza, pero con mucho realismo a la vez, el eterno dilema entre la civilización y la barbarie que tanto se ha tratado en la literatura latinoamericana.

Manuel Díaz Rodríguez, médico de profesión, auscultó al país como a un enfermo y forjó en sus páginas su visión positivista sobre la dificultad de institucionalizar un territorio lleno de caudillos y de revoluciones, siempre abrillantadas por cortes de cómplices envidiosos y necios cuya poca disimulada vanidad los delata. Unidos a los ambiciosos aspirantes a césares por el frágil hilo de la complicidad o la tolerancia, se sentían satisfechos acomodándose al gobierno de turno y aprovechando las mieles o migajas de la corrupción dependiendo de sus relaciones. “El triunfo de la revolución no fue el triunfo de éste o aquel partido, de ésta o aquella idea, sino el triunfo de los mismos viejos abusos, el triunfo de los mismos viejos apetitos, con muy poca diferencias de hombres y de caras”, lanza el autor sin ningún tipo de tapujos.
 
Es poco lo que hemos hecho en el país para reconocer la obra de este ilustre venezolano, que en su época fue aclamado por las letras de España y Latinoamérica. Elogiado por escritores tan reconocidos como el nicaragüense Rubén Darío, el español Miguel de Unamuno y el uruguayo José Enrique Rodó, los trabajos de Díaz Rodríguez poseen la particularidad de mantener una vigencia impresionante, a pesar de haberse escrito hace más de cien años. Como buen cirujano aplicó el bisturí para desmenuzar finamente los sentimientos y voluptuosidades humanas, plasmándolas en párrafos de asombrosa actualidad. Su mirada crítica sobre la política y la sociedad venezolana reviste un pragmatismo transparente, que nos ofrece elementos perfectamente aplicables en la actualidad: “Las más radicales diferencias llegan a resolverse en la perfecta armonía. Y los más contrarios en apariencia y más distantes vienen a ser a veces los aliados mejores en el esfuerzo común”. O también, como para terminar de llevarnos a una realidad que solo se adquiere en la edad política de las ilusiones perdidas nos apunta que “Muchas veces en el origen de los partidos, como en la cuna de las religiones, hay mucho de idealismo, y ese idealismo se condensa en algunos hombres”.

Los ídolos rotos de Manuel Díaz Rodríguez se pueden reflejar en el espejo de casi cualquier situación política y social venezolana ocurrida en los siglos XIX y XX, y por supuesto también ahora. “Los libertadores nos legaron cuanto podían legarnos: un territorio libre, habitado de hombres también libres. Pero hombres libres en territorio libre, por sí solos no forman pueblo o nación, en el sentido filosófico de estas palabras”. Las pasiones pequeñas, los intereses pequeños y los grandes apetitos son, según el autor, los causantes principales de que los venezolanos no podamos establecer un destino común de progreso y bienestar social. Hemos visto cómo todos los países donde las instituciones funcionan sin depender tanto de las personas que las dirigen, responden mejor a las dificultades y garantizan mayor felicidad a sus pueblos. Ese pueblo que según Díaz Rodríguez es “siempre niño, dejándose engañar y seducir de palabras hermosas”. Reflexionemos sobre estas ideas para tratar de aclarar si en este momento los ídolos ya están rotos otra vez, y prevalecen los factores que nos tienen atascados en una situación que pareciera no tener solución. La respuesta a largo plazo parece residir en el fortalecimiento de las instituciones venezolanas, y en el olvido al culto de la personalidad.

alvaromont@gmail.com 
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