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Somos alfarería y ensueños

Lo de borronear es un decir. Lo he dicho en varias ocasiones en estas mismas cuartillas: otra de mis causas es repetirlas al ser autor de solamente una media docenas líneas...

  • RAFAEL DEL NARANCO

28/02/2021 05:07 am

Las lecturas actuales -libros traídos de aquella biblioteca en la abandonada calle Chacaíto de Caracas, frontera entre los municipios Libertador y Chacao, y albergue del personaje “Patricia” y docenas de artículos- están ahora exiladas sobre la costa mediterránea a un costado de los naranjales y arrozales de la ciudadela morisca del castellano don Rodrigo Díaz de Vivar.

La hispánica Valencia es ahora la costanera de mis ensueños y el soporte al momento de seguir vivencias sobre una u otra octavilla escrita.
 
Es certero: el paso del tiempo es irremediable y uno hace lo viable al momento de intentar rozarlo lo menos. Improbable.

Ante tal circunstancia, el mejor soporte sigue siendo abrir páginas de los admirados maestros del pensamiento humanístico que ayudan a seguir caminando con menos peso sobre el ánimo desazonado.
 
El pasado fin de semana que cerró un febrero gris y frío, releí nuevamente “Cantos” de Giacomo Leopardi, el bien citado “quejoso de Recanati”, e igual que hace muchos años en Isla Margarita, cuando pasaba noches en la vivienda de barro y caña del barrio de El Poblado, una lectura de Tasso, la cual nos recuerda que coexistimos para el padecimiento al ser las alegrías -en comprobados instantes- un vaho sin entorno ni forma.

La traducción, pésima. Lo apuntalan los clásicos romanos: “Traductor, traidor”. Por otra parte, Robert Frost, el poeta estadounidense autor de “Al norte de Boston”, solía señalar: “Poesía es lo que se pierde en la traducción”. Con respecto a estos poemas de Leopardi, y a mi poco entender, creo que estaba en lo cierto.

El trovador venido a sufrir en las orillas del mar Adriático, expresó en la elegía “El sábado en la aldea”, el regocijo de ese día de descanso, pues el domingo, aún siendo una jornada de sosiego, es amenazado con el inminente lunes.
 
En palabras de Antonio Alberti, critico literario y estudioso del poeta, el sábado es “una pausa feliz en medio de un trajín infeliz”. Con ello Leopardi echa por tierra la cultura del trabajo “como estado radiante del hombre”, mientras eleva el ocio creador, reducido a la inactividad por la sociedad, a la cumbre del bienestar.

Tal vez no haría falta decirlo: comparto esa apreciación. Nuestro deseo mayor es no afanar en demasía, pasar el tiempo en aquietada calma, urdir, si tercia y la inspiración ayuda, algún relato, viajar sin mucho zarandeo y escribir estas croniquillas para Venezuela desde las costas del mare nostrum.

Lo de borronear es un decir. Lo he dicho en varias ocasiones en estas mismas cuartillas: otra de mis causas es repetirlas al ser autor de solamente una media docenas líneas.
 
Lo señalo y lo confieso lector o lectora amiga: si de las miles de palabras escritas se salvaguardan un puñado de ellas, presumiblemente sean demasiadas. Todo lo demás son letras borroneadas. No es una confesión, solamente la plena veracidad. Con ello, ni miento ni peco.

En uno de los ensayos de mi admirado George Steiner, “Muerte de reyes”, se lee lo siguiente: “Existen tres campos intelectuales; y por lo que sé, solamente tres donde los hombres realizaron importante hazañas antes de la pubertad. Estos son: música, matemáticas y ajedrez”. Cuidado: No aparece la escritura.

Nos cuenta el “Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades”, al que he podido darle la mano de agradecimiento en el Hotel Reconquista en la ciudad de Oviedo, que Mozart compuso música de calidad antes de los ocho años; Kart Friedrich Gauss hacía cálculos complejos y apenas tenía diez años, mientras a los 12, allá en Nueva Orleáns, Paul Morphy vencía a los mejores contrincantes en ajedrez.
 
Ninguno de esos niños dotados sabía con claridad lo que hacía, era simple energía mental unida con fines determinados. Algunos la siguen conservando en la pubertad, pero con el paso del tiempo la técnica, el estudio y la sensibilidad, los van envolviendo de autentica creatividad; con todo, música, matemáticas y ajedrez, son trances dinámicos localizables. Computadoras con sangre propia.

El boceto es otra forma distinta, un arrebato en que la creación humana converge en un mismo punto, igual al Aleph de Borges, o los castillos de Kafka.
Pintar, como vivir, es una ráfaga del espíritu. Sentir a Degas, Lautrec, Moore, Bacon, Velazquez. Picasso, Miró, Chagall y a muchos otros seres excelsos, es palpar la fibra sensitiva del alma humana.
 
Es incontestable -o eso creo- que no se puede en dos octavillas y poco más, hacer un tratado de existencia, pasión, esperanza y arte, pero uno, escribidor lego en demasiadas materias y con hondos vacíos literarios, desea demostrar que quizás relatar palabras sea una alucinación a causa de la pasión de vivir por encima del olvido que vendrá.
 
El vasco Miguel de Unamuno, el personaje mejor preparado para la espera del vivir, expresó un día: “¿Qué va a ser de nosotros cuando no seamos nada?”.
Y uno intenta razonar, sin ser posible, las dudas humanas ante una infinitud de la cual la mente nos aleja de forma desolada. Ah, sin duda cierto, pero con bizarría respondemos al mismo Cosmos: ¡hemos vivido! 

rnaranco@hotmail.com
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