En EEUU existe una ley no escrita por la cual un expresidente se convierte en una personalidad sólo con proyección en el ámbito ajeno a la cosa pública y obtiene una deferencia social que va más allá de cualquier parcialidad partidista. A cambio de esa prudencia, el estamento político tiende a olvidar sus pecados, si es que tuvo alguno. Ese no será el caso de Trump, quien está incurso en un segundo impeachment.

En la Venezuela democrática existía la figura del “Senador Vitalicio”, lo que le brindaba inmunidad parlamentaria perenne (truquito que se acaba de copiar Putin), pero le otorgaba poder político real, pues circunstancialmente su voz y su voto en el Parlamento podía determinar políticas posteriores. De hecho, el breve discurso de Caldera el 4 de febrero en el Congreso lo llevó de cadáver político a su segunda presidencia. Por eso se decía que los expresidentes eran como “jarrones chinos”: muy valiosos, pero que nadie sabía qué hacer con ellos.

En EEUU, más que el nuevo gobierno, es el Partido Republicano -o parte de él- quien está interesado en romper ese jarrón en pedacitos. El problema es que Trump (quien legalmente podría lanzarse a presidente en 2024) en la despedida en la Casa Blanca lanzó su propia versión del “Por ahora”. La experiencia ha demostrado que el magnate es incontrolable para el partido, que no representa una seguridad electoral (en 4 años perdió presidencia, Congreso y Senado), que no atiende el dictamen de la ley y que no acata las decisiones de la Justicia. Los líderes republicanos no pueden permitirle volver a ser candidato dentro del partido, pero tampoco que se lance como independiente, porque dividiría al electorado conservador y la victoria del Partido Demócrata estaría asegurada.

Por eso, en el Impeachment que ocurrirá las próximas semanas -si bien será muy difícil que 17 senadores republicanos voten para condenarlo por insurrección- el Partido Republicano apoyará cualquier moción que lo inhabilite políticamente.

@JorgeSayegh