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La hipotética musa

La musa no siempre es algo edificante y metafísico en el escritor. Trabajo denodado, amores reales o platónicos, malévolos personajes reales, podrían ser los catalizadores de portentosos procesos creativos...

  • RICARDO GIL OTAIZA

14/01/2021 05:02 am

Desde los tiempos de la antigua Grecia se habla de las musas, y en su mitología se las menciona como hijas de Zeus y de Mnemósine, del séquito de Apolo, patrón de las artes, quien engendró en ellas descendencia. Las musas, por lo tanto, insuflan en los hacedores el “don”, la inspiración, y los antiguos griegos las invocaban cuando acometían artes y ciencia (conocimiento). A nosotros han llegado las musas, a pesar de la influencia cristiana, pero ya no con el mismo significado, sino como una manera de expresar que a todo artista le viene su inspiración, su musa, y consigue el anhelado portento de crear una obra. Hoy ya no son invocadas las musas, como lo hacían sus ancestros griegos, sino que se asume que en cada artista anida una en específico (recordemos que eran 9 las ninfas, y cada una de ellas ejercía influencia en una arte, ciencia u oficio determinado), y llega en un momento del proceso para guiarlo en la conquista del anhelado impulso creador. En otras palabras, acto creativo y musa, son pues, una suerte de binomio indisoluble. A tal punto es asumido esto entre nosotros, que quienes afirman haber creado en medio de un trance de inspiración, dado por su musa, se les “otorga” el sello inconfundible de ser un verdadero artista. Bajo tales premisas, no habría así creación sin inspiración.

Sí y no, diría quien esto escribe, patentando con esta ambigüedad lo que ha sido su experiencia. En el campo específico de la literatura, algunos de los más conspicuos autores han reflexionado al respecto, y han coincidido en afirmar que no existe inspiración sin disciplina. Hay de hecho impulsos creadores que a muchos los han acompañado a todo lo largo de su camino en la creación de una obra, pero en otros ha sido un impulso inicial, una especie de destello y de ráfaga, que no se ha mantenido con la misma fuerza durante todo el tiempo, pero ha sido su constancia y persistencia en el oficio lo que les ha permitido alcanzar la cima con éxito. En mi caso (que es a quien mejor conozco) he escrito con una suerte de arrobo muchos de mis libros, es más, he sentido que los textos me han sido dictados por una voz interior (esto lo he contado desde hace muchos años) que me ha acompañado hasta poner el punto final, lo que me ha llevado a la risa y al llanto, a disfrutar y a sufrir con el destino de los personajes (¿la musa?). Sin embargo, estoy consciente que sin el empeño, sin el denodado esfuerzo, sin vencer las inquinas del cuerpo y del espíritu (que muchas veces están a la orden del día, empujándonos al mero ocio o a la sublime contemplación del techo o del paisaje), por mucha musa que susurre al oído y traiga consigo chispazos de inventiva, nada se podría lograr en el campo de la creación literaria.

No obstante, la musa no solo implica el escribir o el crear con arrobo una obra, o el escuchar voces interiores que dictan un legado, para muchos escritores las musas han estado personificadas por sus parejas, por sus hijos, por sus amores reales o platónicos. El caso de Hemingway ha sido puntual en este sentido, ya que muchas veces denostó de la fulana musa, e hizo referencia al trabajo y al sudor que destilan sus libros, pero en el fondo sabemos que algunas de sus obras más representativas fueron inspiradas por sus amores del momento. En Mario Vargas Llosa la musa siempre ha sido un trabajo sobrehumano, que lo ha llevado a expresar que el escribir le cuesta un gran esfuerzo físico y mental. Empero, su libro La Tía Julia y el escribidor fue inspirado por Julia Urquía, su exesposa. Sus novelas: Conversación en la Catedral, La fiesta del Chivo y Tiempos recios, fueron “inspiradas” por las funestas figuras de dictadores latinoamericanos.

Como vemos, la musa no siempre es algo edificante y metafísico en el escritor. Trabajo denodado, amores reales o platónicos, malévolos personajes reales, podrían ser los catalizadores de portentosos procesos creativos. La hipotética musa toma así mil rostros y mil formas, y siempre será la excusa para echar a andar en el duro camino de la creación literaria.

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