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Crear un nuevo ser humano

Siendo magnífico, solamente es un poema y, aún así, nos hace exclamar al cielo protector: Si muere el mar, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros, débiles indefensos, hendidos de miedos, dudas y aprensiones?

  • RAFAEL DEL NARANCO

17/01/2021 05:03 am

En el distante terruño de la infancia, collado escondido al norte de la península Ibérica, llovizna tan continúo que las miradas de los niños y las gotas de escarcha en invierno esparcen el susurro ondulante de una nana:

“Duérmete hijo del alma que viene el coco, y se lleva a los niños que duermen poco”.
 
Fuera, tras las cortinillas de la nebulosa ventana, sobre el campo sembrado de robles, abedules, castaños y pinos negros, el agua se aletarga entre los duros troncos. La nubosidad se esparce en el aprisco mientras dentro de la casa familiar el calor de la lumbre incita a una dúctil duermevela o a la lectura de antiguos libros acumulados sobre una concavidad. 

Ojeo, intentando conjurar la alucinación del sueño, una antología de Joseph Brodsky (“No vendrá el diluvió tras nosotros”). Releo a pedazos la “Gran elegía a John Donne”: “La cama se ha dormido; se han dormido mesa, ganchos, pestillos, alfombras, ropero, aparador, la vela y las cortinas”.

Uno sobrevive de mengua, aislamiento o desaliento. El origen quizás sea lo de menos; lo es sin duda ese concepto subrepticio llamado indiferencia. Se ha escrito a lo largo de la tradición de la existencia humana tanta filosofía, poesía y novela que, si la acumuláramos y eleváramos una escalera, llegaríamos a las mismas puertas del nirvana para preguntarle a Dios si en verdad Él es lo Indisoluble o una perturbada invención de la angustiada quimera humana.

No habrá respuesta. Hace siglos, demasiados, que los dioses del Olimpo a partir de “La Odisea”, “El libro de Job”, “El Mahabarata” – sin duda uno de los documentos religiosos importantes igual a “La Biblia” y “El Corán” y mucho antes “El Poema de Gilgamesh”-, ya no hablan con los humanos; debido a tal cognición, hay que procurar examinar los poemas de Du Fu – al decir del norteamericano Kenneth Rexroth, “el mayor poeta no épico ni dramático que jamás haya existido en lengua alguna” – y a recuento de tantas incertidumbres en la historia actual con más espoletas atómicas que espigas de trigo, hay que leer al poeta ruso- estadounidense Joseph Brodsky:

Y no importa que un vacío empiece a abrirse / de entre tus sentires, que tras la gris tristeza /crepite el miedo y, digamos, un foso de furor.
Porque en la era atómica, cuando tiembla hasta la roca, /podremos sólo salvar los muros del hogar, /los corazones, fundiéndolos con fuerza igual
y nexo semejante a la muerte que los viene a acechar
Y temblarás al escuchar decir: “Querido”.

Siendo magnífico, solamente es un poema y, aún así, nos hace exclamar al cielo protector: Si muere el mar, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros, débiles indefensos, hendidos de miedos, dudas y aprensiones?
 
Estamos hechos de salitre, guijarros, arenisca, algas, promontorios y horizonte ancho e inmenso.

Primero fue la voz vuelta espíritu en el Génesis. “Yo Soy el que soy”, palabras de Jehová en el primer pasaje de la Biblia, y es que siendo Dios omnipresente, todo se convierte en vocablo bienhechor cuando se expresa en las páginas de los libros.

Ahora los científicos, los nuevos dioses, en tubos de ensayo, sobre guarismos y en caldos fermentados, igual a la vieja Cábala, crearán el nuevo hombre, el súper Adán. Le inyectarán sustancias con la ensoñación de que la maldad decrezca y la bondad aflore por cada uno de sus poros, ya que era ese el sueño de Parcelso, Miguel Servet, Campanella, Leonardo de Vinci y otros alquimistas del siglo XVI.

Nadie lo sabe con certeza y, aún así, quizá podrá llegar el día en que la humanidad ame a sus semejantes en lugar de apedrearle y destruirlo. Es una utopía sin duda, y aún así los nuevos descubrimientos de la ciencia eleven ese anhelo. 

Hace tiempo que se viene concibiendo una fórmula con la pretensión de crear un ser humano. El genoma ya fue completado en forma de lenguaje químico con millones de bases nitrogenadas, y esa receta podría en marcha la raza nueva intercambiando cromosomas.

Tal vez suceda todo lo contrario y nos destruiremos antes de lo previsto en un cataclismo que no dejaría absolutamente nada.
 
Friedrich Nietzsche predijo la muerte de Dios, otros lo inventan cada día. Algunos, como Henry Miller, le piden que solamente sea amor. Yo añadiría esperanza, sostén de todos los afanes al ser la verdadera razón de existir.

Ya se ha develado el mecanismo genético que controla el desarrollo del cerebro y la capacidad en los mamíferos superiores, incluyendo indudablemente al homo sapiens.

¿Pudiera a la sazón aparecer un mítico doctor Moreau y convertir animales en seres pensantes?

Fuera de una duda razonable, la existencia, sea insignificante o no, hay que describirla, exponerla en papel o barro cocido, sobre la palma de una mano o impresa en la mirada del ser que uno ama. Si así sucediera si la Parca -ese gran estampido hacia el infinito o la nada cósmica- se volverá escuetamente en un cambio de luminiscencia. Mejor que nosotros lo señaló el clásico del relato de la propia existencia:

“Los humanos somos cerebrales y allí se genera la conciencia, y con ella el pensamiento, que a su vez, alimenta la felicidad. También los desencantos y las contrariedades”.

rnaranco@hotmail.com



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