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Las mil razones del Quijote

El libro va desarrollando dentro de cada lector los vericuetos de su humanidad relampagueante. Todo habita allí, en esas páginas que resumen las incertidumbres y anhelos que cada uno de nosotros necesita llevar en el trasiego de la vida...

  • RAFAEL DEL NARANCO

29/11/2020 05:03 am

De las obras literarias que ostentan el titulo de clásicas y que van de “El poema de Gilgamesh” a la “La Odisea”, y de estas a “La historia de Genji”, “El libro de Job", “El Mahabarata”, “Los cuentos de Canterbury”, “Macbeth” y “La Divina Comedia”, el libro “Don Quijote” de Cervantes sobresale con creativa fuerza asombrosa. 

La Real Academia Española y las correspondientes en el continente americano, con motivo de haberse celebrado tiempo atrás el IV centenario del libro, editaron un “Don Quijote de la Mancha” con calidad excepcional. 

La edición y las notas estuvieron a cargo de Francisco Rico, un erudito en la materia y que ha sabido adecentar las carillas editadas en la madrileña imprenta de Juan de la Cuesta en 1605, y que contó con una dedicatoria del autor de Alcalá de Henares al Duque de Béjar, Marqués de Gibraleón, Conde de Benalcázar y Bañares…“a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección”. 

Hay en este Quijote hidalgo una presentación de Mario Vargas Llosa, unida a notas y glosarios de acentuadas figuras de la lingüística y la filología, como lo son el mismo Rico, Martín de Riquer, José Manuel Blecua, Guillermo Rojo, José Antonio Pascual, Margit Frenk y Claudio Guillén, amén de un amplio glosario del texto, pudiéndose decir, y haciendo uso del lema de la Academia, que la admirable edición “limpia, fixa y da esplendor” a la obra del ingenioso autor. 
 
Hasta aquí hemos venido para hacer una confesión un poco picaresca tal vez: nunca hemos leído al caballero don Quijote completo. Conocemos su contexto, podemos señalar párrafos de memoria, hablar al dedillo de sus personajes, y hace años, cuando la mente era clara, los sueños límpidos, y el deseo de aventuras circulando entre las venas, pisamos los caminos, ventas y empobrecidos castillos, como lo hizo en su peregrinar el Caballero de la Triste Figura y su buen escudero el sensato Sancho. 

Iván Turguéniev, el autor de dos cuentos sorprendentes, “El prado de Bezhin” y “Kasian, el de las tierras bellas”, hizo sobre el Quijote una pieza de valor literario notable. Leímos esas páginas en diversos momentos, y siempre, cuando lo hicimos, podemos afirmar con prestancia que Cervantes hurgó en profundidad en el espíritu humano. Tanto así, que desdobló sus delirios interiores, palpó las fibras de su carne y dejó al descubierto el alma humana, soñadora en ocasiones, amarga otras, doliente las más de las veces y, aún así, siempre abiertas a la luminiscencia de la vida.

Es indudable que Alonso Quijano es el prototipo de hombre genuino, con sus bajezas, dudas y aprensiones, no obstante siempre dispuesto a “deshacer entuertos”, realizar justicia y acudir en auxilio de los más débiles y abandonados, ya sea entre los campos de La Mancha o en la Isla Barataria.

Recordamos -no levantábamos aún un palmo del suelo- cuando en la arcaica escuela de la niñez, el ajetreado maestro don Baudilio, nos hizo aprender de memoria las primeras líneas del iluso caminante. A partir ese entonces quedaron grabadas, y acompañaron como una celosía sobre la piel, la luminiscencia que nos habría de conducir hasta el día de hoy.

Ya en la enjundia de la edad volvemos a las andadas arrastradas sobre yermos cortados al filo de navaja, con afán devorador de que don Quijote siga tan vivo como hace la friolera de cuatro siglos, cuando ya la batalla de Lepanto era una forma de arar en el mar de Occidente, y los calabozos de Argel polvillo y viruta de las mediterráneas costas sarracenas. 

En edad lozana, leímos otras páginas sin orden ni sentido, entre ellas un libro, hoy arrinconado en algún lugar de la biblioteca y que la pasada noche buscamos sin éxito para saber de verdad si aún nos seguía turbando.

Era “El amor, las mujeres y la muerte” de Schopenhauer, texto que nos dejó dudas y aprensiones tan profundas, que en cierta forma aún hoy somos parte de un desespero

Ahora, en la empinada cuesta del ser, volvemos a las hojas de Cervantes con la ansiedad del marino sin puerto o el lobo estepario, al encuentro de la madriguera, cuando ya las nieves de la existencia cubren la estepa tenebrosa de silencio y brisa cortante. 

¿Era Don Quijote perturbado o cuerdo? Dilema perenne, ya que pertenece a la esencia vivencial desde el alba de los tiempos. 

El recientemente fallecido Harold Bloom, maestro en el arte de escudriñar páginas y cuyo único dios era Shakespeare, e Iván Serguéievich Turguéniev - el ruso seguidor de Gógol, Pushkin y en algunos aspectos literarios, mejor que ellos-, están unidos por ser eremitas en el baptisterio de don Quijote. 

El hombre de la Mancha y Sancho Panza han sido los mejores embajadores de la España imperecedera, y aún siguen, remontando este siglo XXI, en los labrantíos del Toboso y mucho más allá, deshaciendo entuertos y enfrentándose a gigantes que, miedosos ante el empuje del Caballero de la Triste Figura, se convierten, cobardes ellos, en simples y melindrosos molinos de viento.

El libro va desarrollando dentro de cada lector los vericuetos de su humanidad relampagueante. Todo habita allí, en esas páginas que resumen las incertidumbres y anhelos que cada uno de nosotros necesita llevar en el trasiego de la vida.

La obra es muy española, de eso no hay la menor duda, y aún así, lo que almacenan en sus cuartillas son atributos universales. Eso quizás sea el fundamento de que hoy se lea el Quijote en todas las lenguas y dialectos del planeta.

rnranco@hotmail.com


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