Los buenos maestros han usado desde siempre las metáforas para fijar los conceptos fundamentales en sus discípulos. ¿Cómo olvidar la metáfora utilizada por nuestra maestra de hematoncología, sobre los blastos en sangre periférica? “Imagínense lo que puede estar pasando en la médula ósea, para que hasta los blastos abandonen su sitio de hospedaje”. Algo que se puede aplicar a varias entidades patológicas, pero que es especialmente llamativo en la fibrosis medular.

La comparación salta a la vista. ¿Qué puede estar pasando en Venezuela para que hasta los promotores y guardianes del proceso, estén abandonando el país en masa? ¿Qué lleva a tantos uniformados y monopensantes de rojo, a salir despavoridos de la patria? ¿Cuál será la magnitud del daño hecho por los invasores, que ni los más fervientes seguidores aguantan el estado de necesidad.

Se podría describir el estado actual de cosas, partiendo de la noción de fibrosis, como proceso esclerosante y devastador. No se trata de una simple sustitución de un modelo por otro. Ni siquiera estamos frente a la sencilla ocupación de un contingente extranjero. Se trata de un proceso maligno, que se ha instalado en las fuentes mismas de la producción y abastecimiento. Llevando a todo el aparato económico a la más indolente paralización. Al punto de que se hace imposible una recuperación, sin calificada ayuda externa.

Sin embargo, la salida de los blastos tiene sus ventajas. A estas alturas del proceso, resulta imposible no identificar la destrucción del país, con la acción y la omisión de las formas inmaduras. Seguramente la tolerancia y el buen juicio prevalezca entre los compatriotas que habitan en tantos lugares, donde los blastos han ido a parar. La diáspora es amplia pero coincidente. El marcaje, similar al inmune, no permitirá que el daño producido pueda olvidarse, ni ignorarse fácilmente. La estampida deja un rastro que es sencillo seguir. Una potencial fuente de recuperación, de lo saqueado a todos los venezolanos.

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