Hasta hace poco tenía la convicción de que EEUU eran intrínsecamente más democráticos que Venezuela. De hecho, años atrás pensaba que el pueblo venezolano estaba ganado a la democracia y que el fortuito triunfo de un ex militar golpista tenía poco futuro toda vez que la institucionalidad le impediría desarrollar un proyecto autocrático. Hoy tengo la certeza de haber estado profundamente equivocado. En ambos casos. No hay ningún elemento genético entre los miembros de la sociedad humana que nos convierta en seres democráticos. La democracia es un convenio político que sólo sobrevive si sus socios se esfuerzan en cumplir el trato cada uno de los días de su vida.

La semana que viene hay elecciones presidenciales en el país más poderoso (militar y económicamente) del planeta y es ciertamente probable que las vuelva a ganar un autócrata antidemocrático, aunque pierda por 8 millones de votos. La posibilidad de escoger a las autoridades ejerciendo el sufragio es una característica esencial de la democracia, pero no es la causa, sino el efecto. No podemos decir que hay democracia porque ocurren elecciones, sino que gracias a que existe la democracia podemos disfrutar del derecho al voto.

Es decir, una vez que alguna sociedad toma la decisión de establecer el contrato democrático como su forma de gobierno, implementa un sinnúmero de mecanismos para diversificar y limitar el poder de las autoridades, entre ellos la libertad de expresión, la separación e independencia entre los poderes del Estado o la elección universal y secreta de las autoridades.

Por eso es que la democracia es tan frágil, porque su estructura permite que políticos con intenciones despóticas accedan al gobierno si logran convencer a una buena parte del electorado de que su proyecto es bienintencionado y, una vez en el gobierno, desmantelan los engranajes democráticos que les permitió llegar al poder, para que los demás no puedan sustituirlo.

EEUU enfrentará ese paradoja la próxima semana.

@JorgeSayegh