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La Ítaca de los ensueños

Penetré en Grecia por la Historia. Recorrí de la mano de Alejandro Magno la fecha del destino más allá de su cenit, hasta la frontera de su última conquista en el mar de Omán...

  • RAFAEL DEL NARANCO

27/09/2020 05:00 am

El Coronavirus continúa en España que es, en estos momentos, la nación europea con más contagios. Uno sale lo necesario a la calle desde el pasado 15 de marzo, fecha en que se declaró la emergencia sanitaria, mientras las largas horas de encierro –en nuestro caso– sirven para ir hurgando libros que creíamos relegados, rasguear algunas cuartillas y evocar antiguas reminiscencias. Aún así, debemos señalar que hacerlo es agradable. Esta semana -por ejemplo- un libro de Lawrence Durrell sobre la Grecia perdurable, nos hizo anhelar el viaje que todavía nunca hicimos.

Lo mismo le sucedió a Constantino Kavafis, el mayor poeta neogriego, que nació, vivió y agonizó en la Alejandría, y solamente una vez, ya al borde de la muerte, pudo saludar la Ítaca de sus sueños.
Hace años, en un viaje con escala en Chipre hacia Israel, contemplé de lejos las costas de Creta. Era un día claro, y el aire transparente me ayudaba a acariciar las montañas que se vislumbraban a lo lejos.

A la par, penetré en Grecia por la Historia. Recorrí de la mano de Alejandro Magno la fecha del destino más allá de su cenit, hasta la frontera de su última conquista en el mar de Omán. Aquellas costas repletas de pueblecitos blancos vieron, como yo en las páginas de los textos, la llegada de las tribus dorias y más tarde a los sarracenos y los eslavos entrar a través de Epiro hasta cubrir con sus pasos todo el Peloponeso. 

De la misma manera penetré por las huellas de aquellos dioses tan humanos cuyos ojos siempre han estado cubiertos de aguas saladas, brisas de mitos. Después, con Zeus, aparecieron entre la bruma de la ensoñación la dulce Afrodita, el duro Apolo y el sensitivo Dionisos. Detrás los poetas/dioses: Yorgos Seferis, Constantino P. Kavafis, Odiseo Elytis y Kostis Palamas cuyos madrigales populares han llenado muchos momentos de nuestra azarosa existencia…

“Mal me ha tratado este año el invierno,
que me halló sin fuego
y me encontró sin juventud”
.

Sin darnos cuenta todos nos adjudicamos algo de helénicos. En esos dominios de Homero y Jenofonte, germinó una de las cualidades que hizo al hombre universal y más humano: el diálogo, la cháchara, el coloquio, ya que ahí emergió la filosofía y el humanismo que hoy nos abriga.
 
Jorge Luis Borges lo enunció mejor al recordarnos que unos quinientos años antes de la venida de Cristo, se elevó en Grecia el magnánimo don que registra la historia universal: el descubrimiento de la conversa, abriendo en ese intervalo todos los senderos posibles para ver alzarse a la humanidad al nivel más preclaro de su intelecto. 

El llamado “ciego de Rivadavia”, tras platicar con su coterráneo Domingo Faustino, levantó el más magnánimo tragaluz vivencial cuando supo decirnos:

“La fe, la certidumbre, los dogmas, los anatemas, las plegarias, las prohibiciones, las órdenes, los tabúes, las tiranías, las guerras y las glorias abrumaban el orden; algunos griegos contrajeron, nunca sabremos cómo, la singular costumbre de conversar. Dudaron, persuadieron, disintieron, cambiaron de opinión, aplazaron. Acaso los ayudó su mitología, que era, como el Shinto, un conjunto de fábulas imprecisas y de cosmogonías variables. Esas dispersas conjeturas fueron la primera raíz de lo que llamamos hoy, no sin pompa, metafísica.”
Y... remarcó con sapiencia: “Sin esos pocos griegos conversadores, la cultura occidental sería hoy inconcebible.”

Tiempo después sucedería con la imagen sensorial, y las alucinaciones se elevarían al poder realizar la entrega voluptuosa con las diosas casi humanas, que en sombras de pasión y querencias, nos hicieron actores sobre las sabanas del Olimpo. 

Ahora, al autor de estas líneas, inclinando la mirada al alba de la mañana en la orilla del mar Mediterráneo en la que espero cada día resguardándome de la pandemia cruel, Grecia levantada en la otra orilla le sabe a cal y canto sobre baptisterios rodeados de inocencia deslumbradora, mientras en el aire azulino hay olores a menta honrando su innegable refulgencia afrodisíaca.
 
A la sombra de un pino carrasqueño se nos hace imposible no retornar a la Ítaca anhelada al saber que ella nos espera. Kavafis lo dice:

“Que siempre Ítaca esté en tu pensamiento.
Llegar ahí es tu destino.
Pero nunca apresures el viaje
.

rnaranco@hotmail.com
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