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A propósito del Día Internacional de la Democracia

La democracia en el momento presente de nuestra historia se embarca en aguas turbulentas que puede desembocar en un cisma que determinará el curso de las generaciones futuras.

  • JULIO CÉSAR PINEDA

17/09/2020 05:00 am

El 8 de noviembre de 2007, la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 15 de septiembre como Día Internacional de la Democracia, invitando a los Estados Miembros, el Sistema de las Naciones Unidas y otras organizaciones regionales, intergubernamentales y no gubernamentales a conmemorar el Día, dando un paso más en el accionar de la defensa de la democracia como uno de los vectores del multilateralismo consagrado en el artículo 21(3) de la Declaración Universal de Derechos Humanos, la cual establece que «La voluntad de la población debe constituir la base de la autoridad de gobierno; ello se expresará en elecciones periódicas y genuinas que serán mediante sufragio universal e igual y se celebrarán por voto secreto o por procedimientos de votación libres equivalentes», y que signa la simbiosis natural entre democracia y derechos humanos. A esta declaración se suman otros instrumentos del derecho internacional, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales que consagran una serie de derechos políticos y libertades civiles fundamentales que presuponen una democracia instituida como entorno ideal para el desarrollo del ser humano y como el medio natural para la protección y la realización efectiva de los derechos humanos. 

Esta semana celebramos la señalada fecha, en un contexto global complejo y particular, derivado de la emergencia sanitaria global por Coronavirus que ha sido el catalizador de una crisis multidimensional a escala mundial sin precedentes en nuestra era. Los cimientos de la nueva geopolítica del Coronavirus son precisamente la incertidumbre, el miedo, el ideal de persecución, y el cuestionamiento selectivo; esto ha alimentado una suerte de tormenta perfecta socio-política-económica, que ha colocado en entredicho a todos los regímenes políticos y las configuraciones sociales existentes. Sin lugar a dudas, en este contexto de caos global, la democracia está atravesando una crisis existencial; la democracia es tanto un proceso como una meta, cristalizado en el paradigma republicano de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Sin embargo, la historia del pensamiento del poder, y particularmente del poder democrático desde el Discurso Fúnebre de Pericles, pasando por la concepción clásica platónica y aristotélica, la visión escolástica, que sentaban rastros de una inquietud que se decantaría en la modernidad en la pluma y accionar de la Ilustración, por supuesto dentro de un espectro de multiplicidad que sigue vigente hoy día, encontramos en el mundo contemporáneo una base común, de sistemas políticos democráticos, que difieren en sus modelos y configuraciones administrativas y sociopolíticas, pero que comparten una serie de criterios comunes, que tal como señala Robert Dahl, son la legitimidad de las instituciones; la eficiencia del sistema para resolver sus problemas; la confianza en los actores y por supuesto la voluntad para el acuerdo y la negociación.

Es interesante recordar a Samuel Huntington, prestigioso académico contemporáneo, quien en sus investigaciones ubican dos grandes olas democratizadoras, y una tercera ola que parece haber sufrido algunos retrocesos. Su tesis sobre el Choque de Civilizaciones se enmarca perfectamente en este planteamiento, pero la crisis global de hoy nos advierte de la necesidad de soluciones globales, incluyendo el esfuerzo mancomunado de todos los actores sociales y políticos, desde niveles gubernamentales, hasta ONGs, por la defensa de la democracia. El “Fin de la Historia” que avizoró el Francis Fukuyama bajo la premisa de la democracia liberal como el culmen de la lucha milenaria de la ideología y de la historia, no es hoy un hecho empírico. 
 
En el vital debate filosófico actual, la dicotomía de lo público y privado hoy más que nunca genera una fecunda polisemia que es necesario tener presente a la hora de analizar el debate y evaluar la realidad social global. Las grandes democracias, incluso aquellas que creíamos más consolidadas se enfrentan a un pulso sistémico capaz de tambalear los cimientos institucionales de cualquier democracia. Vemos con preocupación el avance del discurso antipolítico, el triunfo de la posverdad, la manipulación mediática bajo el bombardeo sistemático de las llamadas “FakeNews”, el resurgimiento de grupos extremistas, prácticas cercanas al autoritarismo que tambalean la confianza en los actores y en la Política. 

Sumado a los grandes retos de la democracia de las últimas décadas, como la democratización de la democracia y los partidos políticos, la lucha contra la pobreza y por un mundo más ecuánime, el cambio climático, la consolidación y evolución de los derechos humanos, economías sustentables, el extremismo, el populismo y la demagogia, hoy, en la denominada nueva normalidad el mundo debe luchar contra la desinformación y el discurso de odio, que se han multiplicado durante la crisis; legislar el ámbito de lo virtual; conseguir el balance entre la bioseguridad y las libertades y derechos fundamentales; luchar por los derechos de las minorías y los más vulnerados; apuntar hacia un constitucionalismo internacional; rescatar la transcendencia de la libertad de expresión, y la contraloría y la transparencia en el proceder de los entes públicos. La democracia en el momento presente de nuestra historia se embarca en aguas turbulentas que puede desembocar en un cisma que determinará el curso de las generaciones futuras. 

jcpineda01@gmail.com


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