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Post-verdad, política y la moral necesaria

¿Cuál sería el primer paso en la constitución de ese marco común? Respuesta a modo de conjetura: comprender cuál marco de valores nos caracteriza hoy

  • JULIA ALCIBIADES

14/08/2020 05:00 am

En los Diccionarios Oxford la palabra clave del año 2016 fue ‘post-verdad’, un adjetivo definido como “relacionado o denotando circunstancias en las cuales los hechos objetivos son menos influyentes en conformar la opinión pública que apelar a la emoción o creencias personales”. Esta noción es verdaderamente como para pensarla, pues si es la parte intuitiva de nuestro sistema nervioso responsable de nuestra postura ante el mundo, en buena medida desaparece la reflexión. Ello corresponde en los estudios sobre Psicología cognitiva al ‘pensamiento rápido’ de Kahneman y al olvido del ‘pensamiento lento’ o reflexivo y, sin este, queda relegada la fundamentación de los juicios que permiten constituir realidades humanas, tarea magna de la Política.

En efecto, uno de los problemas de asentar la verdad en la sensibilidad intuitiva es que, necesariamente, propicia la discrecionalidad aun cuando haya una comunidad de creencias asentadas. Tal es el caso de una postura socio-política que no admite el tamiz del equilibrio reflexivo. Todos tenemos el derecho a creer en lo que nos sea afín, pero proyectar el marco de sesgos personales o grupales al espacio social compartido es correlativo a un comportamiento no-democrático.

Durante el siglo XIX encontramos, desde los primeros años de vida republicana venezolana, una preocupación cada vez mayor por las ‘costumbres’, vale decir, por las creencias compartidas que caracterizaban a la sociedad. Las grandes plumas de entonces (Bolívar, Toro, González, Acosta, etc.) le dedicaron pensamiento cercano al problema en correlación a la necesidad de meditación y acción socio-política. Así, por ejemplo, encontramos a Pedro José Rojas (El Independiente Nº 823, Caracas, 21 de enero de 1863) discurriendo alrededor de la siguiente pregunta y su breve respuesta: “¿Qué nos falta para llegar a ser felices? Nos falta juicio”.

Lo reflexivo (no las creencias, emociones y sentimientos) orienta para expresar la opinión razonada que genera un juicio. El primero de ellos, para trascender la tendencia a la discrecionalidad y la arbitrariedad, es el juicio ético. Por ello, el ejercicio de la política genuina está íntimamente articulado a la necesidad humana del ejercicio de la moral, pues la sociedad, para su felicidad y desarrollo, necesita de un marco imparcial, vale decir político-ético.

¿Cuál sería el primer paso en la constitución de ese marco común? Respuesta a modo de conjetura: comprender cuál marco de valores nos caracteriza hoy, cuáles son las reglas de convivencia que ponemos en práctica y cuáles costumbres caracterizan a la acción política, administrativa y económica. Toda sociedad grande ha comenzado por una aspiración moral y abarcante. Ese camino, ahora o más tarde, pareciera absolutamente necesario.

Me permito cerrar con una de las ideas del gran Cecilio Acosta: “El día que entre nosotros, como resultado de hábitos sociales, las cuestiones que interesan a la vida, al honor y a la propiedad, encuentren eco en el juicio de las personas competentes, y lo que es más provechoso, reciban de él el influjo indirecto, pero justo, de una sanción imparcial, habrá más confianza en el sostenimiento de los derechos propios, habrá más celo en la aplicación de las leyes, y las leyes recibirán, en la práctica, aquella uniformidad que es al mismo tiempo guía cierta, y prenda de seguridad en las transacciones comunes”. (“Cuestión jurídica sobre retracto convencional”, Caracas, septiembre 24 de 1860).

@juliaalcibiades juliaalcibiades@gmail.com
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