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La práctica de la mentira

Las mentiras tienden a originarse bajo la misma filosofía: evitar exponer la verdad. Se utiliza la mentira como un escudo para sobreponerse a las inseguridades y carencias

  • ECCIO LEÓN R.

12/08/2020 05:00 am

Quién no ha visto la película de Pinocho o bien no ha oído la frase de “se pilla más rápido a un mentiroso que aun cojo”. En ambos casos el concepto común es la mentira y de las consecuencias que esta conlleva. Cuando la mentira es tan sumamente reiterada y constante, llega un momento que la persona que miente no tiene ni tan siquiera que pensar en cómo va a mentir y cómo va a estructurar la mentira para que sea realmente creíble. Da la sensación cómo si la mentira fuera algo innato en él.

Las mentiras son maestras en el arte del disfraz. Adoptan tantas formas como lo permite nuestra imaginación. Las hay pequeñas y grandes, cobardes y atrevidas, extremadamente dañinas y malintencionadas. Son tan despreciadas como utilizadas. Lo cierto es que no existe ningún ser humano que no haya caído en la tentación de utilizar sus servicios en un momento u otro de su vida. Para muchos, son compañeras habituales. Pero su naturaleza tramposa resulta particularmente arriesgada. Cuando menos se espera, se vuelven contra quien las utiliza, obligando a enfrentar el costo de vivir tras una máscara, sin embargo, no siempre se cuenta con los recursos necesarios para pagar la abultada factura.

Las mentiras tienden a originarse bajo la misma filosofía: evitar exponer la verdad. Se utiliza la mentira como un escudo para sobreponerse a las inseguridades y carencias. Para algunos, con el tiempo sin darse cuenta, las mentiras terminan convirtiéndose en respuestas automáticas. Los mentirosos las utilizan a diario, en todo tipo de interacciones. Es cuando su encanto desaparece, al igual que la confianza que los demás han depositado en el individuo, destruyendo por completo la credibilidad.

Cada persona tiene una relación única con la mentira. La más íntima es la que se conoce como autoengaño. Se suele poner en práctica a menudo por miedo al potencial conflicto y por el dolor que produce reconocer los propios sentimientos y emociones. E invariablemente, las mentiras que se cuentan a los demás son un reflejo de las mentiras que los individuos se hacen así mismos. Se trata de una inercia tan sutil como perjudicial que bien podría encontrarse en marcha desde la infancia. Se miente y se termina en el autoengaño para eludir las frustraciones que causa la realidad. Se miente, tanto a sí mismos y a los demás cuando no se es capaz de afrontar las verdades que contrarían. Y también cuando ciega el interés para conseguir un objetivo concreto.

A lo largo de la historia, las mentiras han causado muchas bajas. Han truncado carreras, destrozado relaciones, causado guerras. Son la causa de la mayoría de grandes escándalos. Las más dañinas para la salud emocional son aquellas que sueltan para evitar responsabilizarse de las consecuencias de sus decisiones, conductas y actitudes, perjudicando a los demás en la búsqueda del propio beneficio.. Si bien resulta más fácil mentir por omisión, las consecuencias de no decir toda la verdad pueden ser equiparables a las de falsear la realidad con premeditación y alevosía.

Particularmente el venezolano se ha caracterizado por abusar del arte del engaño. La picardía, el triunfo de la astucia de tío conejo sobre la de tío tigre, es decir, el empleo de la mentira como mecanismo para ascender, enfrentar y sortear la dura realidad a la que es sometido por los factores de poder, una realidad que con frecuencia se hace injusta por el desbalance que se experimenta entre los diferentes actores que conviven en la sociedad, un desbalance que en la mayoría de los casos termina lamentablemente no solo justificando el empleo del engaño, sino que incluso llevándolo a incentivar como la única herramienta que tienen la población más desfavorecida para defenderse.

Cuando se practica la honestidad no se tiene que preocupar de prestar atención a la versión de la historia que se está explicando, ya sean anécdotas jocosas o cosas importantes que nos hayan sucedido. Los exponemos tal y como permanecen grabados en nuestra memoria. Pero cuando mentimos tenemos que permanecer alerta, controlando cada palabra que sale de nuestros labios para que resulte creíble y veraz. Lo cierto es que cuanto más se en red en la compleja red de mentiras, más difícil resulta evitar los deslices que pueden terminar por dejar al descubierto la verdad. Resulta casi imposible controlar las distintas versiones de la misma historia que se ha contado a cada persona manteniendo una cierta coherencia.

Cabe destacar que, en muchas ocasiones, se es en parte responsables de las mentiras que se reciben. La falta de tolerancia, la rigidez y la inflexibilidad que a veces se demuestra dificulta la transparencia en las relaciones. De ahí la importancia de la defensa del respeto como política para favorecer la honestidad. Si aspiramos a cultivar relaciones sanas y sólidas, tenemos que aprender a encajar verdades dolorosas. Es el precio de la autenticidad.

En fin, vale la pena recordar que la mentira hace daño a quien la escucha, pero siempre hiere más a quien la pronuncia, pues eso la convierte en una persona poco íntegra, indigna de confianza y tremendamente irresponsable. Si queremos romper esta inercia, tenemos que empezar por cuestionarnos cuál es el peso que ejercen las mentiras en nuestra vida.

@eccioleonr 
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