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La realidad es más terca

Lo cierto es que aprender por la experiencia cuesta, a veces mucho. Tanto que podremos percatarnos que solo hay una cosa más dolorosa que aprender por la experiencia... no aprender por la experiencia

  • AGUSTIN ALBORNOZ S.

09/08/2020 05:00 am

Una de las razones más importantes por las que estamos en este planeta es para aprender. Hay muchísimos temas para aprender; más allá de los académicos, que tienen su lugar, hay otro tema que cada vez se nos ha hecho más difícil: aprender a vivir. Por ello, y ante tanta confusión presente en este mundo, muchas veces vamos a tener que esforzarnos para aprender a distinguir entre los aprendizajes realmente positivos y los que no lo son, más aún los que son engañosamente positivos

Para aprender a vivir de verdad, lo primero que debe ocurrir es que nos dispongamos a hacerlo, que seamos intencionales a la hora de dedicarnos a ello. Por otro lado, hay dos maneras directas por las que podremos aprender: una a través de las experiencias propias, y otra a través de las experiencias de otras personas. Ambas requieren de que prestemos atención, a veces mucha atención, a lo que realmente está sucediendo a nuestro alrededor. Sobre todo en un mundo tan confuso en el que a veces se quiere hacer pasar a una mentira o a una media verdad como si fuera una verdad absoluta, vamos a tener que prestar mucha atención y tomar como referencia bases sólidas como los valores. Con más razón cuando incluso algunos manifiestan actuar en base a valores cuando en realidad no es así.

Lo cierto es que aprender por la experiencia cuesta, a veces mucho. Tanto que podremos percatarnos que solo hay una cosa más dolorosa que aprender por la experiencia, y es no aprender por la experiencia. De hecho, muchos de los dolores que vivimos hoy día vienen por esa causa, por negarnos a aprender por la experiencia. Porque si nosotros los seres humanos somos tercos, la realidad es aún más terca que nosotros. 

Para empezar a aprender realmente, tendremos que tener la sabiduría de colocarnos humildemente en el lugar de un aprendiz cada vez que nos sea posible. Comenzaremos teniendo un deseo sincero e intenso de conocer la verdad y de aprender. Continuaremos cambiando nuestra respuesta a lo malo o a lo negativo que nos acontece, la cual usualmente es asignar la culpa de ello a otros. Ni siquiera importa tanto que algunas veces sea verdad que lo que nos sucede es culpa de otros. Lo que sí importa es que en vez de eso, deberíamos hacernos una pregunta cada vez que nos pasa algo negativo: ¿Qué tengo que aprender yo de esto que me está pasando? Y como a veces nos va a costar encontrar la respuesta a esta pregunta, es otro momento muy propicio para acudir a Dios y pedirle, con fervor, ayuda para hallar esa respuesta.

Hay una realidad siempre presente: que cuando somos adultos, somos responsables de todo lo que aprendemos y de lo que sabemos, al igual que de las implicaciones de ello. Y aunque nosotros no asumamos esa responsabilidad, la vida se encargará de asignárnosla, a veces de las maneras más inesperadas. 

Por otra parte, imaginemos lo distinta y limitada que sería la vida si no pudiésemos aprender más. Le quitaría la alegría y el desafío de vivir. Muchas veces lo que a primera vista parece una dificultad es en realidad una de las cosas que hacen que la vida valga la pena y pueda llegar a ser placentera.

Lo cierto es que aprender nos lleva a nuevos lugares, nos presenta nuevos horizontes y nos permite hacer las cosas mejor hoy y mañana de cómo las hacíamos ayer, algo verdaderamente valioso.

Nunca se deja de aprender, lo cual hace que la vida sea un viaje fascinante. Deberíamos tratar de aprender algo nuevo y positivo cada día, no importa cuán insignificante parezca. Un día sin aprender será un día sin crecimiento. La vida en la Tierra es demasiado corta e importante como para que no aprovechemos cada ocasión que se nos presente para crecer y hacer progresos.


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