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La política de la mascarilla

El Trump italiano así va, politizando hasta lo impolitizable, todo con una motivación personal, apartando el interés colectivo a un plano inferior de prioridad...

  • NELSON TOTESAUT RANGEL

09/08/2020 05:00 am

Carlo Ginzburg (Turín, 15 abril 1939) es el rey de las microhistorias. El profesor italiano tiene la capacidad de contar hechos históricos con una narrativa literaria suculenta. Las microhistorias, por su parte, refieren a personajes comunes de los cuales nada se pretendía escribir, ya que la historia estaba acaparada por reyes, papas, obispos, aristócratas en general. Por eso la importancia de los historiadores como Ginzburg, quienes se encargan de darle una cara común a la narración para conseguir una mejor perspectiva del pasado.

Resulta absurdo creer que la realidad bibliográfica de un monarca pueda representar la cultura de una época. ¿Cómo se vestía, hablaba, comía? Son todas preguntas ignoradas cuando optamos por dejarnos seducir por la ostentación de los palacios y la vida repleta de extravagancias de una aristocracia que no representaba ni el 1%.

El queso y los gusanos es uno de los textos más emblemáticos en este sentido. Narra un juicio que enfrentó Domenico Scandella (mejor conocido como Menocchio) por haberse permitido ciertas interpretaciones de las sagradas escrituras que no respetaban el canon impuesto por la iglesia. El libro, más que los eventos desafortunados de un molinero del siglo XVI, nos ofrece una cosmogonía fascinante que ayuda al acercamiento real de una cultura poco estudiada: la del vulgus.

Un Menocchio en pleno S.XXI
Hace poco recordaba a Menocchio debido a sus argumentos en medio del juicio. Si bien era una persona algo letrada, la cultura oral de la época, le impedían hacer un análisis acertado de lo leído. Muchas veces se contradecía en su intento por esclarecer sus posturas frente a los temas más sensibles: Dios, espíritu, alma.

Hoy, cinco siglos después, ser un Menocchio resulta, en parte, injustificado. Con un acceso a la educación universal, las interpretaciones producto del ser autodidacta son cada vez menos usual o, al menos, menos aceptadas. Ocurre, sin embargo, algunos casos aún resistentes al cambio.

Me refiero al equipo anti mascarilla, liderado por Trump y Salvini. Ambos sujetos se han encargado de “politizar” la salud, creando una aversión al tapabocas como si se tratase de una indumentaria política. Trump, por su parte, ha logrado que las hordas republicanas repudien el uso del tapabocas pese a todas las recomendaciones médicas. Ahora, casi 5 millones de casos más tarde, parece haber recapacitado dando el ejemplo que debía dar desde un principio: el uso del tapabocas para la prevención del virus.

Algo similar (pero no tan radical) está ocurriendo últimamente en Italia. Primero se vio a Salvini comiendo cerezas (evidentemente sin mascarilla) mientras el gobernador de la región del Veneto hablaba preocupado del virus. Luego, se le percató tomándose unos “selfies” con simpatizantes suyos bajándose la mascarilla para entonar una buena sonrisa. Más adelante, hizo lo mismo en pleno Senado, mientras comentaba que no darse la mano (otra recomendación para la prevención) significaría el fin de la humanidad.

El Trump italiano así va, politizando hasta lo impolitizable, todo con una motivación personal, apartando el interés colectivo a un plano inferior de prioridad. Y, como todo un Menocchio del siglo XXI, se contradice durante la marcha. Esta semana ya volvió a mencionar la mascarilla, esta vez para recapacitar: “se usa cuando sirve”, haciendo hincapié en la necesidad de emplearla en espacios cerrados, pese a haberla ignorado deliberadamente en el pasado.

Es posible que nuestro amigo Menocchio optase por la universidad de haber tenido (y existido) la oportunidad. Salvini, quien ni siquiera terminó la triennale (carrera en Italia que dura solo tres años) aspira gobernar el país entero. El fin de Menocchio fue desafortunado, pese haberse defendido con gran maestría dentro de sus capacidades. El de Trump, brillante; y el de Salvini, probablemente igual: llegando incluso al Palacio Chigi.

De Menocchio a nuestra época mucho a cambiado. Y no siempre para mejor.

@NelsonTRangel

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