Un familiar me preguntaba el domingo pasado ¿qué es necesario en este momento en nuestro país? Le respondí: ideas nuevas. Al tiempo recordé esta reflexión de Cecilio Acosta (El Centinela de la Patria, 1846): “Las ideas y la fuerza he aquí los elementos únicos que hay en toda sociedad y que se encuentran unidos a veces para su bien, a veces separados para su mal. A la fuerza la constituyen todos los movimientos ciegos de la voluntad, todas las pasiones torpes del egoísmo, todo lo que mira al individuo y nada a la comunidad… si la felicidad estriba en la paz y en la conservación de unas mismas relaciones… [que] pueden con frecuencia verse turbadas por la fuerza… es preciso que haya un elemento más eficaz que ella, y que sea inteligente para que dirija, y que sea poderoso para que mande y sea obedecido. Este elemento es el que hemos llamado al principio de nuestro artículo las ideas, la inteligencia, el pensamiento”.

Las ideas han guiado el desarrollo de la filosofía y de las ciencias desde los albores de la humanidad. Por tanto, su propagación correcta, que es el fundamento de la verdadera enseñanza, nos concierne a todos íntimamente. Reflexionando sobre esta idea queda reafirmado este conocido principio social: la concepción de todo proceso político está articulado a uno educativo. Platón concibe en Politeia (traducido por Cicerón como República) el doble ámbito político-educativo para la constitución de una sociedad ordenada según la justicia. Durante la Ilustración Rousseau publica, casi simultáneamente, el Contrato social y Emilio. Ambos pensadores han dejado claro que el pensamiento político permite la constitución de la convivencia, más la acción política requiere de gente con ideas pertinentes para su tiempo y sus realidades concretas. La política configura el marco de la acción posible, la educación amplia el ámbito para el ejercicio racional y razonable que preserva dinámicamente el marco normativo.

Las ideas político-sociales revelan un entramado de concepciones necesarias para la constitución y preservación de la convivencia. La emergencia de la Economía como ciencia social en 1776, en el famoso texto de Adam Smith, ha expuesto una dicotomía que pareciera poco explorada en nuestro país, a saber, la distinción entre regulación y control. Regular es generar “las reglas de juego” impersonales e imparciales para un “espacio” social compartido (económico, social, político); controlar es generar las órdenes para que un determinado marco predefinido no sea desviado mediante las acciones y decisiones de quienes se acogen a él. Por esta distinción es común oír que la economía se regula y las organizaciones se controlan.

Esta dicotomía regular-controlar adquiere significaciones muy diferentes en un Estado entendido como: fuerza, poder legal y autoridad (distinción realizada por Passerin D’Entrevès). Sobre la idea de regulación; en el Estado como fuerza la idea de regulación es difícil de comprender porque el fundamento básico es el dominio; en el Estado como poder legal el marco jurídico es privilegiado como elemento regulador bajo el fundamento de la división de los poderes públicos y el principio de la legalidad; en el Estado como autoridad el marco regulador no es solo jurídico, sino también político y socio-económico. Así mismo, la idea de control es muy marcada en el Estado como fuerza, es impersonal en el Estado como poder y es, en el Estado como autoridad, imparcial y fundamentado en un ejercicio colaborativo que preserva las libertades sustantivas de todos.

Avancemos sobre la siguiente conjetura: la propuesta realizable de un proyecto socio-político-económico para Venezuela requerirá de un ejercicio, académico y ciudadano, para que ideas como las de los grandes pensadores en filosofía y ciencias sociales sean orientadoras en la constitución, dirección y preservación del marco institucional correlativo a una sociedad bien ordenada.

@juliaalcibiades