Hace dos años pensaba que Europa estaba atravesando su crisis más dura. El Brexit era una realidad que retaba al continente y lo obligaba a repensarse. Ante el discurso eurocéptico se exigía eficiencia y fraternidad europea, cosa que no siempre ocurría. Solo entre Francia e Italia recuerdo varios eventos en pocos meses: la actitud “vomitiva” del entonces Ministro Salvini, así tildada por Macron, frente al Acquarius que no pudo desembarcar en Italia. El apoyo del mismo Salvini y Di Maio a los chalecos amarillos, que generó una tensión diplomática y la llamada del Embajador francés en Roma. Y las acusaciones sobre el férreo control francés en la frontera de Ventimiglia, que Italia consideró una actitud de hipocresía. Esta, y otras, en medio de un período tenso como el Brexit.

Lo que nadie se esperaba era que el reto más grande, la unión, sería atacado por otro evento que pondría a prueba la situación: el virus. Ahora, en medio de la crisis sanitaria, el criterio de los países del norte (con una rigurosidad administrativa ejemplar) se ha visto chocar con los del sur. Los meridionales exigen deudas comunes, los septentrionales no quieren asumir las deficiencias financieras de los demás. En fin, una discusión compleja que agrega complejidad a una relación ya maltrecha.

Besos para las paces
Precisamente durante la época de la crisis diplomática entre Italia y Francia, escribía para este diario: “Que dos países fundadores de la Unión Europea estén en medio de estos conflictos resulta extraño. Sobre todo cuando comparten una historia en común. No hace mucho -a finales del siglo XIX- la hábil diplomacia del Conde de Cavour, ministro de Vittorio Emanuele II, logró seducir al Emperador Napoleón III, en la prosa unificadora italiana. Fueron entonces los franceses los aliados extranjeros más importantes que tuvo en ese entonces el naciente país en su empresa por expulsar a los ocupantes austriacos”.

Documentos históricos y evidencias de fraternidad de los hechos hay por montón. Pero algunas veces una imagen vale más que mil palabras; y, en mi opinión, la que mejor la expresa la relación de la época es una obra fantástica de Francesco Hayez. Un cuadro suyo, considerado por muchos su obra más célebre, reposa en la Pinacoteca di Brera y se llama il bacio (el beso). Es una pareja de jóvenes que se besan apasionadamente cuyo significado, para aquellos que la vemos en pleno siglo XXI, podría escaparse desapercibido. Pues hay que observarla bien para notar que el ropaje de los amantes suscitan los colores de Francia e Italia, dos países que se unen a través de un beso.

Besos durante la pandemia
Poco después del inicio de la pandemia en Italia, el artista callejero siciliano tvboy pintó la obra de Hayez sobre un muro de Milán. L’amore ai tempi del covid (El amor en los tiempos del Covid-19), la tituló, agregándole mascarilla y gel desinfectante a cada amante.

Pocos besos son así de célebres y pocos besos ocurren en momentos pertinentes. Otro, recordado por la página de noticias WILL, nos recuerda hace poco uno ocurrido el 2 de diciembre de 1991. Los protagonistas son una mujer positiva al VIH y un célebre inmunólogo italiano: Fernando Aiuti. El VIH era una enfermedad nueva y el desconocimiento y temor al respecto muy grande. Este, un beso sin temor, sirvió para culturizar a la población sobre el nuevo virus. El VIH no se contagia de esa forma y, que sea un inmunólogo a demostrarlo en carne propia tuvo mucha significación.

Este lunes, 6 de julio, fue el día mundial del beso; y el 4 de julio, el del abrazo. Estos actos han sido símbolos de unidad y cordialidad; no de ahora, ni desde el tiempo de Hayez, sino desde que existe el hombre. Hoy, asecha un virus que nos los quitó, dejándonos el roce del codo el máximo tacto entre humanos. La pandemia atacó en lo que más nos duele, el afecto humano. Espero que ella no nos endurezca la piel y recordemos cómo abrazar y besar, como nunca antes.