No soy de los que se molestan con el uso del vocablo “intelectual”, porque en realidad eso somos los que de alguna manera echamos mano del pensamiento para traducirlo en discurso y en página impresa (en obra). En lo particular me defino a mí mismo como a un intelectual (académico y escritor), ya que tomo como materias primas ideas, argumentos, tesis, opiniones, textos y otras herramientas, los reelaboro para transformarlos en “algo nuevo”; artículos de periódico, artículos científicos y libros. Claro, entran también las ponencias, los discursos, la oratoria en sus distintas modalidades. Me siento satisfecho de haber sido un intelectual al que desde siempre le gustó la dialógica, el análisis de contenidos, el debate y la discusión, porque todo esto me permitió ampliar mi horizonte, revisar y corregir posturas, reorientar mi pensamiento en la conquista de mis metas profesionales, académicas y literarias. El trabajo de escribir artículos durante tantos años, afinó mi pensamiento y mi pluma, amén de haberme obligado a tener una disciplina, clave en el manejo de las ideas.

Edad de transición
A veces pienso que mi vida intelectual y literaria fue tan solo una quimera. Sí, hay una obra (que muchos consideran importante), pero en la medida en que asciendo en edad tiendo a dudar de si todo ello valió la pena. Durante la juventud les damos valor a algunas cosas, que no necesariamente es el mismo en la vejez. Estoy en una edad de transición: no soy joven, pero tampoco un anciano y a decir de algunas personalidades la década de los cincuenta suele ser muy productiva. Tal vez desgasté mi corteza cerebral, pero ya no me siento ni con fuerza ni con ánimos para emprender nuevos y portentosos proyectos. Lamentablemente, la crisis nacional me tomó de sorpresa, y no me preparé (ni en lo anímico ni en lo económico) para enfrentarla con cierta dignidad. Sé que debo reinventarme y mi familia me lo dice a cada instante (aunque con otras palabras), solo que di tanto en los años anteriores que hoy me siento vacío. Mis dos columnas semanales en El Universal me mantienen activo, pero el contexto regional y el nacional es tan tóxico (desde la inefable política) que el esfuerzo intelectual se diluye y se pierde si no estás enfocado en el tema del día a día y sus pésimos actores. Escribo casi siempre sobre libros y autores y creo que pocos me leen. Ojalá me equivoque.

Lo ya trajinado
En varias oportunidades mi editor de El Universal (diario en el que publico desde hace casi tres décadas), Miguel Maita, me ha dicho que mi tema del artículo ya lo había leído, que no es bueno repetir porque los lectores lo notan y se molestan. De inmediato le he respondido que no es que le haya enviado un refrito (artículo ya publicado), sino que con los temas que amo vuelvo a ellos una y otra vez en una suerte de noria, de obsesión, hasta que caigo en reposo y los dejo tranquilos durante mucho tiempo. Son obsesiones para mí, por ejemplo, el papa Emérito Benedicto XVI, Jorge Luis Borges, Augusto Monterroso, Tulio Febres Cordero y temas como el educativo, el político, la crítica literaria de libros revisados con anterioridad, el pensamiento complejo, la tecnociencia, la ética y el medio ambiente, entre muchos otros. Por supuesto, no estoy consciente cuando al revisitar un mismo tema incorporo variables y aspectos ya trajinados en anteriores oportunidades. Nunca he sido monotemático en mis columnas, pero sí repito en áreas que son particularmente entrañables y siempre busco desnudar nuevas aristas, aunque en esa revisión no me percate de estar echando mano de similares argumentos.