Retos de seguridad: grandes ciudades
Los ciudadanos, las instituciones públicas y privadas deben unir esfuerzos, fortalecer los lazos sociales e incorporar los conceptos de espacio a las políticas de prevención del delito,
Philip y Milton Kloter son premiados profesionales expertos en estrategias y gestión de marketing. Así mismo, autores de varios libros, entre los que destaca “Marketing de ciudades”. Allí resaltan la importancia actual y futura que tendrán los grandes centros urbanos para el desarrollo de las naciones y la prosperidad de sus ciudadanos.
Entre los datos interesantes a considerar, está que, según el Instituto McKinsey Global, para el año 2011, las 600 ciudades más importantes del mundo alojaban al 20% de la población global y generaban un 50% del Producto Mundial Bruto (PMB). Por otra parte, estimaban un próximo crecimiento económico de su Producto Interno Bruto (PIB) a más del doble sumando un 67% al PMB mediante un aporte de 65 billones de dólares.
Si algo se deduce de esta visión preliminar, es que las urbes no solo son de por sí un reto para la industria de la seguridad, sino que el reto se acrecienta. Pero, es un desafío que no puede afrontarse solamente con los protagonistas tradicionales, fuerzas de seguridad públicas y privadas, sino que los ciudadanos son factor clave.
El reconocido psicólogo con más de 50 años de carrera, Philip Zimbardo PhD, es profesor emérito de la Universidad de Stanford y fue presidente de la Asociación Americana de Psicología. Es autor de más de 50 libros y 400 artículos profesionales.
Experimento de psicología social
Habiendo transcurrido sólo unos diez minutos, empezó a ser vandalizado el automóvil ubicado en el Bronx, al punto que todo lo aprovechable fue hurtado y los restos destruidos. Mientras tanto, el vehículo en California permanecía intacto.
Parecía que la versión que atribuye a la pobreza el delito se había ratificado. Pero el experimento no había terminado.
Una semana más tarde, al automóvil de Palo Alto, los investigadores le rompieron una ventana. Esa acción fue el detonante para que el auto quedara en el mismo estado de destrucción que el del Bronx.
El comportamiento echaba por tierra el mito de la pobreza y se explicaba como fruto del comportamiento humano y las relaciones sociales. El vidrio roto trasfiere a la comunidad, un mensaje de carencia de orden, normas y leyes, un ambiente donde todo se permite. Donde prevalece el desinterés y el desorden. En la misma medida que el automóvil se iba deteriorando, se ratificaba la idea y aumentaba hasta llegar a niveles de total descontrol.
En el año 1982 los investigadores James Q. Wilson y George Kelling, publicaron su “Teoría de las ventanas rotas”. La misma se ilustra con el caso de las ventanas rotas de los edificios. Si no son reparadas transmitiendo una impresión de descuido, en muy poco tiempo la gente empezará a romper otras ventanas hasta que ninguna quede en buen estado. Ellos concluyen que en zonas descuidadas, con suciedad y desorden, se incrementan los delitos menores que posteriormente escalan a aquellos de mayor gravedad. Esta teoría fue estudiada y considerada por varios cuerpos policiales de Estados Unidos, siendo más notoria la actuación de la Policía de New York en el metro de dicha ciudad, el cual era considerado como una de las zonas más peligrosas. Combatieron lo que hasta ese momento se pasaba por alto, las infracciones menores tales como ebriedad, grafitis, suciedad, robos menores, entre otros. En poco tiempo las estaciones del metro eran zonas seguras y la población incrementó su uso con mayor confianza.
Siendo Rudolph Giuliani alcalde de New York en los años 90, retoma la teoría de las ventanas rotas y la experiencia del metro e implementa la política de “cero tolerancia”. La misma consistía en mantener comunidades limpias, organizadas y a la vez no pasar por alto ningún tipo de transgresiones a la ley ni a las normas de convivencia. Los resultados fueron una importante disminución de los indicadores del delito.
Trece ciudades latinoamericanas
Allí se menciona que el desorden puede señalar poca voluntad/capacidad de los residentes de confrontar el crimen, lo cual el criminal percibe como una circunstancia que favorece su éxito e incentiva el delito.
Por ejemplo, aunque mejorar la iluminación favorece una reducción estadísticamente significativa del 21%, más del 60% de los encuestados en Caracas, La Paz y la Región Metropolitana de Buenos Aires señalan la presencia de calles mal iluminadas en torno a sus residencias. Por otra parte Buenos Aires, Caracas y Río de Janeiro reportan una alta tasa de edificios o casas invadidos.
Fortalecer los lazos sociales
Si bien es cierto que los aspectos físicos de la comunidad, por sí solos no van a reducir los niveles de criminalidad, no es menos cierto que tienen una influencia decisiva.
Por tanto, los Estados, los ciudadanos, las instituciones públicas y privadas deben unir esfuerzos, fortalecer los lazos sociales e incorporar los conceptos de espacio a las políticas de prevención del delito, para hacer y mantener las grandes ciudades como alternativas con la calidad de vida que todos se merecen.
ayuncoza@gmail.com
Entre los datos interesantes a considerar, está que, según el Instituto McKinsey Global, para el año 2011, las 600 ciudades más importantes del mundo alojaban al 20% de la población global y generaban un 50% del Producto Mundial Bruto (PMB). Por otra parte, estimaban un próximo crecimiento económico de su Producto Interno Bruto (PIB) a más del doble sumando un 67% al PMB mediante un aporte de 65 billones de dólares.
Si algo se deduce de esta visión preliminar, es que las urbes no solo son de por sí un reto para la industria de la seguridad, sino que el reto se acrecienta. Pero, es un desafío que no puede afrontarse solamente con los protagonistas tradicionales, fuerzas de seguridad públicas y privadas, sino que los ciudadanos son factor clave.
El reconocido psicólogo con más de 50 años de carrera, Philip Zimbardo PhD, es profesor emérito de la Universidad de Stanford y fue presidente de la Asociación Americana de Psicología. Es autor de más de 50 libros y 400 artículos profesionales.
Experimento de psicología social
En el año de 1969 realizó un experimento de psicología social que ha marcado pauta en lo que se refiere al comportamiento humano y a la seguridad. Seleccionó dos vehículos del mismo modelo, marca y color y los dejó abandonados en las calles. Uno quedó estacionado en el Bronx, zona reconocida como pobre y conflictiva. El segundo fue ubicado en la próspera y calmada zona de Palo Alto, en California.
Habiendo transcurrido sólo unos diez minutos, empezó a ser vandalizado el automóvil ubicado en el Bronx, al punto que todo lo aprovechable fue hurtado y los restos destruidos. Mientras tanto, el vehículo en California permanecía intacto.
Parecía que la versión que atribuye a la pobreza el delito se había ratificado. Pero el experimento no había terminado.
Una semana más tarde, al automóvil de Palo Alto, los investigadores le rompieron una ventana. Esa acción fue el detonante para que el auto quedara en el mismo estado de destrucción que el del Bronx.
El comportamiento echaba por tierra el mito de la pobreza y se explicaba como fruto del comportamiento humano y las relaciones sociales. El vidrio roto trasfiere a la comunidad, un mensaje de carencia de orden, normas y leyes, un ambiente donde todo se permite. Donde prevalece el desinterés y el desorden. En la misma medida que el automóvil se iba deteriorando, se ratificaba la idea y aumentaba hasta llegar a niveles de total descontrol.
En el año 1982 los investigadores James Q. Wilson y George Kelling, publicaron su “Teoría de las ventanas rotas”. La misma se ilustra con el caso de las ventanas rotas de los edificios. Si no son reparadas transmitiendo una impresión de descuido, en muy poco tiempo la gente empezará a romper otras ventanas hasta que ninguna quede en buen estado. Ellos concluyen que en zonas descuidadas, con suciedad y desorden, se incrementan los delitos menores que posteriormente escalan a aquellos de mayor gravedad. Esta teoría fue estudiada y considerada por varios cuerpos policiales de Estados Unidos, siendo más notoria la actuación de la Policía de New York en el metro de dicha ciudad, el cual era considerado como una de las zonas más peligrosas. Combatieron lo que hasta ese momento se pasaba por alto, las infracciones menores tales como ebriedad, grafitis, suciedad, robos menores, entre otros. En poco tiempo las estaciones del metro eran zonas seguras y la población incrementó su uso con mayor confianza.
Siendo Rudolph Giuliani alcalde de New York en los años 90, retoma la teoría de las ventanas rotas y la experiencia del metro e implementa la política de “cero tolerancia”. La misma consistía en mantener comunidades limpias, organizadas y a la vez no pasar por alto ningún tipo de transgresiones a la ley ni a las normas de convivencia. Los resultados fueron una importante disminución de los indicadores del delito.
Trece ciudades latinoamericanas
En lo que respecta a nuestra región, es interesante lo que refleja el Reporte de Economía y Desarrollo 2014 de la Corporación Andina de Fomento “Por una América Latina más segura: una nueva perspectiva para prevenir y controlar el delito”. El documento presenta los resultados de estudios realizados en trece ciudades latinoamericanas y los cuales ratifican la conexión entre la actividad criminal y la desorganización físico-social.
Allí se menciona que el desorden puede señalar poca voluntad/capacidad de los residentes de confrontar el crimen, lo cual el criminal percibe como una circunstancia que favorece su éxito e incentiva el delito.
Por ejemplo, aunque mejorar la iluminación favorece una reducción estadísticamente significativa del 21%, más del 60% de los encuestados en Caracas, La Paz y la Región Metropolitana de Buenos Aires señalan la presencia de calles mal iluminadas en torno a sus residencias. Por otra parte Buenos Aires, Caracas y Río de Janeiro reportan una alta tasa de edificios o casas invadidos.
Fortalecer los lazos sociales
En general el ciudadano tiende a minimizar el tránsito por aquellos sectores donde se evidencian terrenos baldíos, mala iluminación, acumulación de basura, aguas negras, vialidad en mal estado, inmuebles descuidados, entre otros. Esto acelera el abandono de las áreas que tienden a ser más solitarias y por ende más peligrosas, quedando sólo a un paso de convertirse en “puntos calientes” de alta incidencia delictiva.
Si bien es cierto que los aspectos físicos de la comunidad, por sí solos no van a reducir los niveles de criminalidad, no es menos cierto que tienen una influencia decisiva.
Por tanto, los Estados, los ciudadanos, las instituciones públicas y privadas deben unir esfuerzos, fortalecer los lazos sociales e incorporar los conceptos de espacio a las políticas de prevención del delito, para hacer y mantener las grandes ciudades como alternativas con la calidad de vida que todos se merecen.
ayuncoza@gmail.com
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