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Debajo de las tumbas

La ceguera equivoca el diagnóstico y se inhibe de participar en la dinámica política y los procesos institucionales semidictatoriales, perder todo y desproteger la ciudadanía sin instancias de poder.

  • CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ

31/05/2020 05:00 am

La eficacia de la acción en entornos del siglo XXI, requiere distinguir dictaduras totalitarias, dictaduras tradicionales, y los autoritarismos híbridos o semidemocracias-semidictaduras, dice Sartori. El problema lo enfrenta la ciencia política hace poco, pero desconocerlo lleva al yerro. La naturaleza de la doxa (la opinión, propia de divulgadores de ideas de segunda mano, según Hayek) se queda en la apariencia y a falta de saber, acude a juicios morales.

En cambio, la episteme (el conocimiento) de rigor metodológico, busca conocer, desentrañar rasgos específicos y generales de los fenómenos, ser científica en el buen sentido posible. En el primer tercio del siglo XX el estudio de la dictadura totalitaria se sobreimpuso al de la dictadura tradicional y lo dejó de lado. La eclipsó que desde ese momento los totalitarismos dominaron: URSS, Alemania, Italia (¿) China y Cuba, ejes de las grandes conmociones mundiales, incluso de la segunda guerra y de la casi tercera.
 
Además, las dictaduras tradicionales, en el lejano tercer mundo, no estimulaban demasiado la reflexión en los grandes centros académicos, aunque si la novelística en sus países. Hoy dictadura es el gobierno que castra los demás poderes y los anula. Pero el concepto original en la antigua Roma, correspondía a la facultad constitucional del Senado de conceder poder total al líder por un período limitado, para superar crisis o guerras.

Equivalía a la figura jurídica de “poderes especiales” o “Estado de excepción”, a diferencia del tirano, que usurpaba por la fuerza. Mario y Sila son tiranos, pero Julio César un dictador constitucional, aunque lo tentaron tres veces. Por eso Dante sepulta por traidores a sus asesinos, Casio y Bruto, en el lugar más espantoso del infierno. 

Tu cráneo es mío
Emergen las dictaduras totalitarias, de ideologías invasivas, trascendentalistas, con la misión histórica de sustituir por la fuerza la sociedad y sus corruptos valores. Mussolini acuña el término totalitario, aunque se discute si su régimen lo fue. Quieren crear un hombre nuevo, sin yo, consagrado solo a sublevar “históricamente” a los condenados de la tierra, el proletariado, la raza, para vengar injusticias ancestrales.

Romain Rolland ironizó: “andan por el mundo midiendo el cráneo de cada hombre para decirle `¡eres mío!´…”. La creación del hombre nuevo, requiere que el caudillo demiurgo, tenga poder total sobre lo humano, la sociedad, la familia, la intimidad, el alma, que deben rehacere según él diga. Pasternak y Solzhenitsyn describen campos de concentración llenos de reos por “indiferencia pequeño burguesa”. Disentir es impensable, la pasividad un crimen y el terrorismo de Estado obliga a quien quiera sobrevivir, a militar febrilmente en la revolución.
 
Hitler exigía a las muchachas arias, aunque estuvieran casadas, que se acostaran con soldados y SS para purificar la raza. El arte, la literatura, el entretenimiento, la vida cotidiana, son parte esencial de la lucha. Para Stalin los poetas eran “ingenieros del verso”, como la frase inmortal de Fidel Castro: “con la revolución, todo; contra la revolución, nada”. Pero el objetivo de las dictaduras tradicionales, sin dejar de ser feroces, es la pasividad.
 
Calles congeladas
En épocas de Gómez y Pérez Jiménez, más allá de eventuales actos de servilismo al caudillo, la tranquilidad reposaba en que “la gente de bien no se mete en política” y la saña de la represión era contra activistas y dirigentes democráticos. “Si Ud. no se mete con la política, la política no se mete con Ud.”. Las dictaduras tradicionales despolitizan. Las totalitarias polarizan, calientan las calles y las plazas. La dictadura tradicional las congela.

Aunque la opinión común es estocástica, razona en términos polarizados (se está vivo o muerto, enfermo o sano, en democracia o dictadura, negro o blanco, malo o bueno) la episteme registra el gradiente, los matices entre polos. Varios estudiosos, entre varios otros Howard Wiarda y Gabriel Almond, definieron grados de democracia y de autoritarismo, desde la dictadura hasta la democracia plena. Más recientemente, en 2019, la unidad de inteligencia de The Economist, actualizó su propio índice, cuya máxima calificación es 10. 

En ese cuadro, Noruega obtuvo 9.93, la democracia más completa del mundo, y Norcorea 1 punto, el último de la tabla de 167 países, el totalitarismo perfecto. En el medio se ubican las híbridas semidictaduras. Hay en ellas elecciones semicompetitivas, relativas e interferidas dosis de libertad de expresión, asociación, reunión y pluripartidismo, impensables en Norcorea o Cuba.
 
Allí eventos para criticar a los Kim o los Castro serían debajo de las tumbas, como en los horrores de Machado, Sánchez Cerro, Videla o Chapita. Havel cuenta que él y su grupo se reunían en bosques a las afueras de Praga a 12 grados bajo 0. La ceguera equivoca el diagnóstico y se inhibe de participar en la dinámica política y los procesos institucionales semidictatoriales, perder todo y desproteger la ciudadanía sin instancias de poder y dilapidar triunfos por acciones irresponsables. En vez de abrir ventanas democráticas, consolidaron a quienes quieren poder total. 

@CarlosRaulHer

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