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Las contradicciones de la democracia

Las ambiciones de poder se han sofisticado y han cambiado tanto como si fueran virus mutantes, hasta llegar a este momento histórico en el cual ya nadie se atreve a llamarse dictador...

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

25/05/2020 05:00 am

Las discusiones filosóficas sobre la democracia no pueden cesar nunca en los estudios políticos, por su carácter ético y por esa búsqueda incesante del interés general que tan bien describió el pensador francés Jean–Jacques Rousseau en su libro sobre el Contrato Social. Hoy nos preguntamos: ¿Es la democracia realmente el sistema político menos malo? ¿Hay algún otro sistema que permita más bienestar a la mayor cantidad de población? Contestar esas preguntas no es fácil, porque la democracia tiene muchas contradicciones y porque además hemos visto en el mundo cómo líderes políticos, que nunca han creído realmente en la democracia, la han utilizado con el único fin de acceder al poder, y así satisfacer su narcisismo totalitario. El poder, su búsqueda y conservación, se convierten a menudo en una enfermedad terrible que perjudica a toda la población. La democracia para sobrevivir debe luchar contra esa infección desde adentro con todo su sistema autoinmune, que a veces se encuentra muy debilitado.

En su obra “Pequeña historia de la filosofía política” el intelectual francés Pascal Bouvier analiza las contradicciones de la democracia y cita a su compatriota Marc-Olivier Padis, quien afirma: “es la unanimidad la que representa el mayor peligro (para la democracia), y la discusión es lo que la salva”. Parece un contrasentido, pero si lo analizamos bien hay una carga de lógica impecable en la idea. La consecuencia democrática lleva intrínseca la siguiente paradoja, afirma Bouvier: “aceptar la división consiste en rechazar la unidad, tomando el riesgo del debate y la confrontación”. Los demócratas debemos aceptar las diferencias y no temerlas, tal como afirmó el Papa Francisco refiriéndose a cosas mucho más espirituales. Pero allí reside una de las principales contradicciones democráticas, en aceptar las discrepancias. En no creer que la unidad de pensamiento, o de posición, deben ser indispensables para que la democracia viva. Los demócratas aceptamos las desavenencias de ideas por más chocantes que ellas sean. Lo inconsistente en este aspecto es llamarse demócrata y no aceptar las diferencias.

Si los totalitarismos no son aceptables, como tampoco las versiones secularizadas de la unidad absoluta, entonces la democracia sigue siendo un triunfo de la civilización occidental que nos convirtió a los que adherimos esa forma de gobierno en escépticos ante cualquier otro sistema. El problema es que al vivir en democracia se banaliza la idea misma de la democracia. No la apreciamos en toda su esencia porque implica manejar las diferencias en una forma socialmente aceptable, bajo reglas que le otorgan siempre a la mayoría la capacidad de decidir. Peor aún, el nihilismo contemporáneo hace que caigamos en la tentación de no creer en ningún valor de discusión. Sólo creemos en posiciones tomadas, que están sustentadas en percepciones absolutamente subjetivas. La razón no existe, solo las pasiones. En países polarizados políticamente, como hay muchos ahora en el mundo incluyendo al nuestro, la contradicción de las democracias minimiza el debate de ideas, y privilegia el rechazo ciego a quien piense diferente. Mi posición es la única correcta, y todo aquel que no coincida conmigo está errado o a veces peor, es mi enemigo. La tentación individualista ataca a la democracia desde su interior. 

Otro francés, esta vez Marcel Gauchet, quien es uno de los profesores de Ciencias Políticas más reputado del país galo, va más lejos con el razonamiento y afirma que “La democracia sufre una hipertrofia de la lógica de los derechos individuales”. Pero él mismo sale al recate sugiriendo que “La democracia moderna está hecha de política, derecho e historia”. Entonces cabe en este mundo democrático tratar de mantener la apertura de pensamiento político, siguiendo unas regulaciones que impone el estado de derecho, y además servirnos de la historia como un punto de referencia para dejar de un lado todas las jerarquías de poder que existían en los regímenes del pasado. Gauchet asegura que la democracia es un sistema “irreversiblemente instalado”, y que no se trata de refundar la democracia, sino de reconducirla entre esos tres pilares fundacionales: política, derecho e historia.

Otra contradicción insalvable de la democracia es que necesita de elecciones para sobrevivir a las infecciones del totalitarismo y de las tiranías, como el cuerpo humano necesita de los glóbulos blancos para luchar contra los virus y las bacterias dañinas. No hay democracia sin elecciones, pero sí hay dictaduras con elecciones. Por eso la gente a veces pierde la esperanza en el voto, que es el mecanismo más justo para que la mayoría de ciudadanos decida los asuntos públicos. Por supuesto que las elecciones deben ser limpias, transparentes, sin trampas y sin ventajismos. Pero como en toda tiranía hay elecciones aliñadas con fraudes y astucias, las personas decepcionadas descalifican fácilmente el proceso electoral. Tienen su justificación, pero matan al mensajero sin herir a quien envió el mensaje. No hay soluciones mágicas. ¿Cómo hacer para asegurar condiciones electorales confiables? ¿Cómo ir a unas elecciones justas, libres y transparentes? Ese es todo un arte que nadie puede manejar mejor que los partidos políticos, que son las organizaciones socialmente aceptables para canalizar las ideas de los ciudadanos. No hay democracias fuertes sin partidos fuertes, como no hay economías fuertes sin empresas fuertes, ni un cuerpo fuerte sin una buena alimentación, sueño y ejercicio. Por eso la moda de satanizar a los partidos políticos afirmando que todos son malos y corruptos, siguiendo el juego a la anti-política, es tan peligrosa para que una democracia sea sana. La debilitación de los partidos trae como resultado tiranías funestas. La paradoja democrática ha permitido que el mismo cuerpo social trate de destruir a sus instituciones, como los anticuerpos a veces destruyen tejidos sanos en nuestro organismo.


Voto capacitario
Otra aparente contradicción de la democracia, resuelta hace ya tiempo pero que siempre vale la pena abordar, es el voto capacitario. ¿Por qué el voto del campesino analfabeta tiene el mismo peso que el voto de un científico ilustrado? En la antigua Grecia, cuna de la democracia, eso no sucedía. Tampoco en los inicios de las democracias occidentales. Había una teoría que promovía el voto solamente para aquellos que tenían algo que perder: propietarios, académicos, terratenientes, etc. Los esclavos no votaban. Los analfabetos tampoco. Prevalecía la lógica de que el ciudadano con patrimonio material o cultural tenía mayor capacidad y claridad para escoger a sus gobernantes. La Revolución Francesa dispuso un voto por cabeza, con la proposición del sacerdote Enmanuel Sieyés del Tercer Estado. Así quedó establecido que todos somos ciudadanos con los mismos derechos y deberes. A la hora de votar el rey tendría el mismo peso y la misma importancia que el indigente. ¿Es eso una contradicción o una debilidad? Hay personas que todavía piensan que si sólo cierto grupo de ciudadanos capacitados pudieran votar, tendríamos mejores gobernantes. Muy difícil volver atrás. ¿Y qué decir de las mujeres? En la misma Francia fue apenas durante el año 1945 que pudieron votar las mujeres por primera vez. En Venezuela esto ocurrió en el año 1946, y en Argentina en 1951. ¿La razón? Lo primero que uno piensa es en el machismo que prevalecía en el siglo XIX y también en el siglo XX. Pero si profundizamos un poco y nos ubicamos en el contexto de esa época, vemos que para ese entonces ya se creía que la mujer podía ser tan inteligente o más que el hombre, pero la sociedad la sometía siempre a un varón. Mientras la mujer estaba soltera su padre decidía por ella, y generalmente existía entre ellos una relación de sumisión política. Al casarse ese tutelaje pasaba al esposo, al cual la mujer raramente contradecía en cuestiones de Estado. Entonces un varón casado con cinco hijas solteras mayores de edad tendría en sus manos siete votos, contando el de su esposa y el suyo. Ese era el argumento del legislador para impedir el voto femenino: No darle ventajas políticas al varón casado con hijas. Ahora nos parece muy poco razonable, pero hay que situarse en aquel contexto para encontrar las explicaciones.

La democracia día a día evoluciona y por más contradicciones o debilidades que tenga se nos presenta como un régimen indispensable en occidente, porque a pesar de todo trata de contener a los totalitarismos y las tiranías que aparecen a cada momento en los diferentes rincones del planeta. No hablemos de dictaduras, porque el término parece haber pasado de moda. Las ambiciones de poder se han sofisticado y han cambiado tanto como si fueran virus mutantes, hasta llegar a este momento histórico en el cual ya nadie se atreve a llamarse dictador. Todos los tiranos del siglo XXI se disfrazan de demócratas utilizando las libertades que les otorga este sistema, para perpetuarse en el poder en la misma forma que los virus utilizan el torrente sanguíneo para infectar a nuestro cuerpo.

La tentación de la radicalización
Pese a sus contradicciones y al agotamiento que sentimos los demócratas occidentales con nuestros sistemas de gobierno, siempre tenemos la opción de luchar por fortalecer la democracia. Así como los humanos tenemos la obligación de fortalecer nuestro sistema inmune pese a las limitaciones del organismo y de la edad, los ciudadanos debemos defender la democracia. ¿O será que apostamos a la violencia política igual que un enfermo desesperado recurre a la eutanasia, o el adolorido apuesta a cortarse el brazo herido antes de continuar un insufrible tratamiento para curarlo? Cuando uno pierde la esperanza y olvida la realidad histórica, cae en la tentación de la radicalización que tiene como objetivo simplificar los problemas; así en política el mundo se reduce a los buenos y a los malos, a los amigos y los enemigos, a los que están con nosotros o en contra de nosotros. La democracia va mucho más allá. Reconocer la igualdad real entre los ciudadanos nos da el derecho a la diferencia, a tener una ética colectiva occidental, a poder convivir en un ambiente que tolere las discrepancias. Finalmente nos anota Pascal Bouvier, que “la esencia de la democracia reside en la voluntad de construir un mundo común por medio del ejercicio del debate, del diálogo” Pensemos un rato a ver si realmente aceptamos ser demócratas con nuestras contradicciones, o si preferimos parecernos a esas tiranías que detestamos.

alvaromont@gmail.com
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