Incertidumbre y desesperación
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección
Son actitudes emotivas relacionadas con búsqueda de felicidad; la Biblia no conoce la desesperación. Pues aún en las situaciones más difíciles, cuando a un hombre lo quebranta el infortunio, la angustia, el peso de su propia conciencia, siempre tendrá una salida. Todos los caminos, aún los espinosos podrían desembocar, finalmente, en un amor más poderoso que todas las fuerzas de este mundo.
Alégrense y regocíjense que vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5, 3-12).
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y actitudes propias del cristianismo; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y recompensas ya incoadas; quedan adheridas a la vida de la madre de Dios y de todos los santos.
En efecto, asumamos la cruz como identidad cristiana. No es posible ser un cristiano sin asumirla.
Ante toda situación que amenace la vida, quien vive de la fe sabe que la única solución viene de Dios, y que recurriendo a Él obtendrá los medios viables que le aseguren su vida. A lo largo de la historia de la salvación Dios nos ha ofrecido diversos signos en cada circunstancia, tal y como en el desierto con la serpiente levantada en lo alto para que los mordidos la miraran y sanaran. Así, todo aquel que dirija su mirada al Crucificado, descubre a Dios en su muerte de cruz por ofrecer la salvación; es decir, librarnos de la muerte y del pecado. Por esta razón, la cruz representa el signo de identidad de todo cristiano.
Y, quien no interprete el misterio de la cruz, integrándola como algo esencial en su vida de fe, entonces, el cristianismo resultaría un absurdo. Difícil ser cristianos sin asumir la cruz.
isimar@gmail.com
Alégrense y regocíjense que vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5, 3-12).
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y actitudes propias del cristianismo; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y recompensas ya incoadas; quedan adheridas a la vida de la madre de Dios y de todos los santos.
En efecto, asumamos la cruz como identidad cristiana. No es posible ser un cristiano sin asumirla.
Ante toda situación que amenace la vida, quien vive de la fe sabe que la única solución viene de Dios, y que recurriendo a Él obtendrá los medios viables que le aseguren su vida. A lo largo de la historia de la salvación Dios nos ha ofrecido diversos signos en cada circunstancia, tal y como en el desierto con la serpiente levantada en lo alto para que los mordidos la miraran y sanaran. Así, todo aquel que dirija su mirada al Crucificado, descubre a Dios en su muerte de cruz por ofrecer la salvación; es decir, librarnos de la muerte y del pecado. Por esta razón, la cruz representa el signo de identidad de todo cristiano.
Y, quien no interprete el misterio de la cruz, integrándola como algo esencial en su vida de fe, entonces, el cristianismo resultaría un absurdo. Difícil ser cristianos sin asumir la cruz.
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