Espacio publicitario

Tiempo de espera

Saber esperar es una tarea, para la cual no nos preparan. En la mayoría de los casos, puede que lo aprendamos indirectamente

  • JOSÉ ANTONIO GÁMEZ E.

08/04/2020 05:00 am

“Esperar y degustar una alegría anticipada aún eran una sola cosa. Pero la espera nunca abandonaba del todo su vocación pedagógica. «Ya veréis mañana, niños.» ¿Acaso no resuena aquí la vara? Las salas de espera de la infancia, siempre fueron edenes en peligro. Como el mismo calendario de adviento, que liga la espera a la tentación y “lo prohibido: cuando cedemos a aquella (y abrimos todas las ventanitas para saquear los huecos) llegamos a la amarga conclusión de que el que no sabe esperar se roba a sí mismo” ( Andrea Köhler El tiempo regalado).

Un efecto colateral de estos tiempos de pandemia, ha sido el necesario ejercicio de espera. Un desarrollo forzado de nuestra olvidada y nunca bien considerada paciencia. En la mayoría de los casos, por un tiempo indeterminado. Todavía no conocemos hasta cuando estaremos, en esta situación de cuarentena y aislamiento. De cualquier forma, se ha convertido en una oportunidad de crecer a partir de esperar. Para una esperanza cierta, esperar.

Saber esperar es una tarea, para la cual no nos preparan. En la mayoría de los casos, puede que lo aprendamos indirectamente. Muchas de las normas de urbanidad y ciudadanía, están orientadas a que aprendamos a esperar. Sin embargo, en ocasiones pasamos por estas reglas como materia vista. Perdemos la oportunidad de marcar nuestro carácter, con la necesaria escuela de la espera.

Gigantes y enanos 

Los tiempos de prueba, suelen ser tiempos de crecimiento. Existe una diferencia entre los que saben aprovecharlos, y los que no está en capacidad de asumir el reto de desear y confiar. “Un mismo hombre, en efecto, según viva bajo el hálito de la esperanza o yazca bajo el peso de la desesperación, se nos presenta -y es de verdad- como un gigante o como un pigmeo” (Salvador Canals)

Una mirada fija en la meta definitiva, puede agrandar nuestras capacidades. Sin dejar de ser lo que somos, alcanzamos posibilidades insospechadas previamente. De alguna manera, nos transformamos en aquello que deseamos con intensidad. En una dinámica de confianza plena y abandono. Nos sabemos asistidos en nuestros esfuerzos. Aunque no siempre acabemos de distinguir adecuadamente, de dónde procede la verdadera ayuda. Sentirnos acompañados y asistidos por aquellos que nos aman, es instrumento imprescindible para el ejercicio de la esperanza.

En el umbral

El tiempo especial de la Semana Mayor, este año nos ofrece una oportunidad única. La necesaria cuarentena obliga a que la celebración de la Semana Santa, se tenga que asumir en casa. En cada hogar según las posibilidades y disposiciones individuales se podrá celebrar de una forma subsidiaria, los diferentes ritos y costumbres propios de este tiempo. Un ejercicio que nos lleva a los tiempos del primitivo cristianismo, donde la Iglesia siempre fue doméstica, familiar.

También en el orden social y humanitario, este tiempo se nos presenta con un matiz de espera singular. La necesidad de superar el mal que nos aqueja, hace que nuestra disposición se muestre más inclinada a la confianza. La posibilidad de una liberación cierta, junto a la posibilidad de superar la prueba del virus chino. Nos deben mover a una actuación certera y responsable.

Jerarquía en la espera 

Son muchas las expectativas, que nos acompañan en este tiempo. La expectativa de recuperar la libertad, la expectativa del triunfo del bien sobre la tiranía, la expectativa de la recuperación de la salud frente a la enfermedad, la expectativa de ganar la inmunidad ausente, la expectativa de la salvación definitiva. La expectación de que la verdad, vuelva a guiar la vida y actuación pública. Son válidas todas estas esperas. Sin embargo, no deberían hacernos perder de vista la única esperanza verdadera. La esperanza de la resurrección. “Una cosa es muy cierta: hasta que no poseamos y vivamos la verdadera virtud cristiana de la esperanza, faltará en nuestra vida la firmeza y viviremos en la inestabilidad”. (Salvador Canals).

Un regalo, un don, una sorpresa nos esperan. Las circunstancias son favorables y las posibilidades ciertas. Nuestro ánimo tiende a acrecentarse y nuestra confianza se inflama ante la proximidad del bien. Juntos en una misma barca, desde un solo destino, para un único fin. Crecemos en nuestra confianza, sin dar cabida al desánimo. Adelante que se acerca el momento: la llegada de un nuevo tiempo. De la Pascua permanente. Antesala merecida y auténtica, de los que han sabido luchar hasta el final. En espera del último y definitivo viaje.

“Viajar es siempre un salto en el tiempo, continuamente vamos en pos de las huellas del primer temor que acompaña no la marcha, sino también el regreso: el peligro de que al volver no nos reconozcan (del que Ulises es prototipo). Pero toda gran partida tiene una promesa de triunfo: solo por marchar se nos atribuirá nuestro verdadero valor (como al hijo pródigo). Es parte del viaje que alguien espere y dé fe de nuestra ausencia”.
(
Andrea Köhler, El tiempo regalado).

jagamez@icloud.com

@vidavibra
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario