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Semana Santa sin costaleros

En reiteradas ocasiones hemos dicho no “creer” en la existencia Dios sino “saberlo” con propiedad, ya que saber será siempre mucho más que creer

  • RAFAEL DEL NARANCO

05/04/2020 05:00 am

En el presente año, medio planeta, incluida la España apostólica, no podrá celebrar la Semana Santa que comenzaría hoy domingo 5 y continuaría toda la semana hasta el 12, momento de la Resurrección de Cristo.

No es nuevo en nosotros: poseemos la conciencia de ser católicos y, cuando hace unos años, en los aposentos papeles donde revolotea el espíritu de Miguel Ángel y los ornados de Bernini, estuvimos delante de Juan Pablo II, sentimos al rozar las manos de aquel hombre carismático haber estado por unos instantes frente aún aliento místico.

Paul Johnson, el lúcido escritor de obras ya clásicas, entre ellas “La historia de los judíos" y “La historia de la cristiandad”, legó antes de morir su peregrinaje personal en busca del Supremo Ser con el deseo de resolver las propias dudas, y en esas cortas cuartillas, al leerlas, sentimos su naturaleza humana ante las dudas de la fe que suele tener toda persona que busca la esencia de su presencia vital ante la vida.

En reiteradas ocasiones hemos dicho no “creer” en la existencia Dios sino “saberlo” con propiedad, ya que saber será siempre mucho más que creer.
Quizás algunos dogmáticos no compartan esa sencilla tesis, y aún así, con esas alforjas morales al hombro, vamos cruzando el sendero hasta poder descansar, el día señalado, en el regazo del Creador, que los cristianos llamamos Padre. 

Ante tantas vacilaciones, miedo y cobardías, en estas horas nonas de inmensos pesares en el Tabernáculo de Cristo a cuenta de los escándalos de la carne mundana, se impone sobre la Iglesia el necesario ejemplo vivificador hacia los valores sempiternos de la fe, perennemente a mano para rescatar el espíritu de la greda hendida. Está dicho y es certero recordarlo en esa semana de pasión: “Esto que tenemos de arcilla, y esto que tenemos de Dios”. 
 
Todos los anatemas son pavorosos, y, aún con todo su sufrimiento, de ellos saldrá el atributo de una creencia de principios humanísticos que habrán de mantener erguidos a los creyentes. 

Ya se está haciendo lo que era necesario: cepillado a fondo, penitencia y reflexión a carta cabal sobre el marco que lleve a la Iglesia a su misión catequística, siempre benefactora y admirable por lo que tiene de entrega desprendida.

El jesuita francés Jean Pierre Cuassade, en una máxima redentora señalaba: “No hay hombre en el mundo que no pueda llegar sin dificultad a la más eminente perfección cumpliendo con amor deberes obscuros y corrientes”. Y a su lado, el budismo, en sus “Cuatro Vías”, marca una verdad: “Por numerosos que sean mis defectos, siempre me esforzaré por vencerlos”.

Ahora, en el comienzo de la Semana Santa Cristiana, más que nunca son de suma importancia los medios de comunicación para difundir el Evangelio, al ser los “nuevos areópagos” del tercer milenio. (El Areópago es una colina de Atenas en la que san Pablo anunció el Evangelio en el año 50 después de Cristo).

Y es que por encima de los avatares actuales, y a sabiendas de que es más el trigo bueno que la hojarasca podrida, se debe tejer el manto de la perenne Iglesia Apostólica y Romana del futuro, que nos arropa y nos abre a la esperanza. 

Y de ñapa generosa, en estos días que comienza la semana de pasión, sin procesiones a razón de la presencia del coronavirus, tomemos unas palabras del Cardenal francés Pierre Bérulle, siempre ascético él: “¿Qué es el hombre?... Un ángel, un animal, un vacío, un mundo, una nada rodeada de Dios, indigente de Dios, capaz de Dios, lleno de Dios, si lo desea”.

Antonio Machado -el poeta de los senderos de Castilla la Vieja- guardián de los labrantíos ambarinos cuyos surcos desvelan recuerdos a este escribidor siendo joven periodista en el “Diario Regional” de Valladolid, nos vuelve a trasportar sobre el silencio de aquellos pueblos que en días de Semana Santa se cerraban a cal y canto, y solamente los templos abrían sus contrapuertas al abrigo de los pasos marcados por las horas de rezos, cuyo sonido de campanas repiqueteaba al comenzar el amanecer hasta la noche cerrada, mientras el pueblo apretado sentía en el aire vehemente unas estrofas que se atribuyen a Lope de Vega:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte
.

rnaranco@hotmail.com
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