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El tío Oscar y la tauromaquia

Ya no soy amante de la fiesta brava, lo fui hasta mi veintena, pero todo lo que exaltó en mi ánimo aquella fotografía de mi tío Oscar y su pasión por la tauromaquia, de alguna manera me reconcilia...

  • RICARDO GIL OTAIZA

05/04/2020 05:00 am

Hace pocos días recibí una muy grata sorpresa de parte de mi distinguido amigo, Miembro de Honor de la Academia de Mérida, abogado y brillante cronista de Mérida, doctor Álvaro Sandia Briceño, que me conmovió profundamente. Me envió por WhatsApp una vieja fotografía en la que aparece mi difunto tío Pedro Oscar Otaiza Osuna deliberando con el torero español Francisco Rivera “Paquirri”, acerca de realizar o no la primera corrida que daría por inaugurada la Plaza Monumental de Mérida, en el contexto de la III Feria de la Inmaculada, antecesora inmediata de las conocidas Ferias del Sol (llamadas así a partir de 1969). La fotografía es del 9 de diciembre de 1967 (ya que las mencionadas ferias se realizaban en este mes), fecha en la cual debió celebrarse esa primera corrida inaugural, pero que tuvo que ser suspendida para la mañana del día siguiente (9 y 30) porque cayó un aguacero que dejó la arena en pésimas condiciones para el toreo. 

Me llamó la atención el hecho de ver a mi tío Oscar deliberando con “Paquirri”, quien debutaba en América con apenas 17 años, y me contó el colega Sandia que al ser mi tío asesor técnico de la Comisión Taurina Municipal, de la que era miembro (junto a Luis Alipio Burguera, Raúl Febres Cordero, Luis Alfonso Cárdenas y Rafael Ángel Orta Añez), debió bajar al ruedo para decidir con los toreros si se realizaba o no la corrida. En aquella tarde de toros, a la que asistí siendo un niño muy pequeño gracias a los pases de cortesía que nos dio el tío, toreaban, a parte de “Paquirri”, ya mencionado, el merideño César Faraco, llamado el “Cóndor de los Andes” y el español Manuel Benítez “El Cordobés”. El primer toro llevaba por nombre Merideño y correspondió a César Faraco.
 
El doctor Sandia quien goza de una prodigiosa memoria me contó toda esta historia, ya que para entonces tenía 24 años y la ingente responsabilidad de ser miembro de la Junta de Ferias y Fiestas de la Inmaculada, de la junta directiva de Corealsa (la sociedad mercantil que le daba legalidad a la plaza y a sus anexos) y de ser el redactor del Reglamento Taurino Municipal, que estuvo vigente por más de dos décadas. 

Recuerdo que a la casa de mi abuela Teresa (madre de mi tío Oscar) llegaban los toreros antes de las corridas para que les diera la bendición y yo veía aquello con un gozo lindante con el ensueño. Mi tío Oscar se entregó con frenesí a la fiesta brava y fue un verdadero experto en la materia y así tuviese que empeñar alguna prenda (un anillo o lo que fuera) lo hacía sin titubeos para viajar con mi padre y no perderse las corridas en las distintas plazas del país. Verlo aún joven en aquella foto llegando a acuerdos con “Paquirri”, con tanta seguridad y reciedumbre, trajo a mi mente recuerdos de la infancia y exaltó mi nostalgia por aquel buen hombre del que casi no pude disfrutar. Año y medio después, y por mala praxis médica, se quedaría en una mesa de operaciones en la que se le resolvía una hernia discal.

Hoy ya no soy amante de la fiesta brava, lo fui hasta mi veintena, pero todo lo que exaltó en mi ánimo aquella fotografía de mi tío Oscar y su pasión por la tauromaquia, de alguna manera me reconcilia con la historia de los toros en esta ciudad, y rindo homenaje a todos aquellos que, como él, contribuyeron a su realce y a que el Carnaval en este lado del mundo fuese el Carnaval Taurino de América. Gracias don Álvaro, mi tío Oscar desde el otro mundo, y su sobrino acá y en el ahora, reconocemos el generoso detalle.

@GilOtaiza

rigilo99@hotmail.com 
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