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Las enseñanzas de la crisis

Tenemos que pensar en la posibilidad de una ciencia más humana y de un desarrollo que no atente contra el planeta, porque es hacerlo contra nosotros mismos.

  • RICARDO GIL OTAIZA

29/03/2020 05:00 am

Cuando todo esto termine la humanidad tendrá por la fuerza de las circunstancias que repensar su destino. Esta pandemia y todos sus bemoles (social, sanitario, económico, desarrollista, etcétera) nos obligan a reflexiones filosóficas, a plantearnos serias interrogantes, a redimensionar nuestra existencia. Tal es la dimensión compleja de todo lo que hoy nos sucede, que no podríamos despachar luego el asunto con la simple certeza de que todo se acabó y a continuar como si nada. El punto de inflexión marcado en todas las civilizaciones es como para detenerse a pensar causas y consecuencias.

Desde hace varias décadas muchos pensadores de importancia (y de distintas posiciones en el espectro político) han alertado a la humanidad de los peligros que se corren de continuarse con el modelo de desarrollo planteado desde hace ya un largo tiempo. La ambigüedad desarrollo-destrucción del planeta no es cualquier cosa, sobre todo si vemos con interés todas las graves derivaciones que su puesta en marcha ha traído consigo. Hemos depredado la naturaleza sin reparo alguno y ya el planeta nos está mandando claros indicios de agotamiento. La auto-eco-organización nos ha salvado de una hecatombe, pero es tal la cantidad de daños causados a los recursos naturales y en general a la biodiversidad (incluyendo al ser humano, por obvio), que la capacidad de respuesta del mismo luce peligrosamente exánime. En otras palabras, nuestro planeta está perdiendo a pasos acelerados su sostenibilidad, nos lo advierte Lovelock (2011) en su texto La Tierra se agota

La Tierra es un organismo vivo, por lo tanto la interacción del ecosistema, de los océanos, los bosques y la biosfera en general hacen posibles las condiciones físicas y químicas para la existencia. Sin embargo, la perturbación a causa de la explosión demográfica, los gases de efecto invernadero (deshielo polar y la emisión de gas metano), la destrucción de los bosques, las industrias, los automotores, atentan como nunca contra la salud del planeta. Y si a esto aunamos la incidencia de los modos de vida de los humanos, con su alta demanda de bienes y la depredación salvaje de los recursos naturales, pues ya sabemos lo que se está cocinando en relativamente poco tiempo.
 
La pandemia por el coronavirus no es gratuita ni un simple salto de especies, como se nos hace creer, sino la confluencia de múltiples factores que posibilitaron la mutación del virus y su contagio a los seres humanos, y esto tiene larga data. No hemos respetado a los otros miembros de la biosfera (animales y plantas) y en nuestro afán devorador de todo lo que tenemos por delante, nada se ha salvado. El consumo de carne animal deberá ser replanteado por la humanidad, así como muchas otras cuestiones: las modificaciones genéticas de especies vegetales y animales, la explotación minera altamente contaminante, la utilización de energía fósil, la producción de pulpa de papel, el uso de los plásticos, la energía nuclear, los viajes interplanetarios… 

La actual crisis nos ha hecho ver lo vulnerables que somos, a pesar de pertenecer a una era de grandes milagros tecnológicos. Tenemos que pensar en la posibilidad de una ciencia más humana y de un desarrollo que no atente contra el planeta, porque es hacerlo contra nosotros mismos. En la medida que entendamos que entre más cuidemos al planeta más serán las posibilidades de una vida exenta de tantos sobresaltos y calamidades, en esa misma proporción crecerá también la esperanza, hoy tan golpeada. 

@GilOtaiza

rigilo99@gmail.com     
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