Cuando me estrené en esto de escribir artículos, lo hice con uno que hacía referencia al ocio. Mencioné a Russell y su Elogio a la Ociosidad para tratar de transmitir la idea de que el mismo -siendo bien empleado- es necesario para el hombre, y para la civilización en general. Ese ensayo proponía reducir la jornada laboral a 4 horas, ya que las “energías activas” por lo general se consumen en un trabajo que solo genera un sustento, una supervivencia. Dejando entonces a los hombres cansados a disfrutar de un insípido tiempo libre, diezmando así su capacidad creadora.

Pone en contraposición a los clásicos, de quienes recordamos solo a la reducida clase ociosa que se encargó de cultivar las artes que nos ayudaron a escapar de la barbarie y fundar la civilización que hoy en día conocemos. Y no a aquellos que, si bien fueron pilar de la sociedad, su trabajo se consumió en el pasado, y poco trascendió a nuestros días.

Cuarentena ociosa
Recordé este fantástico ensayo por el período insólito que estamos viviendo. Es una ociosidad universal que no tiene precedente en nuestra historia. Y, apartando las difíciles realidades particulares, todos nos encontramos atrapados únicamente con nuestra energía creativa. Quizá, si algo bueno sale de esto, la humanidad innove en las artes liberales, sin contar las mejorías ya vistas en términos de contaminación.

En lo personal, me da por administrar mi ocio de manera pasiva, leyendo -y releyendo, como sugiere Italo Calvino- a los clásicos. Ahora me encuentro en una clase magistral cuyo profesor es Suetonio y la temática la vida de 12 césares. Anécdotas hay miles; es al fin y al cabo un anecdotario biográfico. Pero una sobre Tiberio me gustó particularmente: prohibió saludarse con beso. Los motivos no están desarrollados, pero me pareció una medida muy acertada y visionaria, sobre todo para la lucha contra el Covid-19, que ocurriría 21 siglos después.

Sin embargo, otra pandemia se desataría mucho más cerca de la época de Tiberio, durante el Emperador Justiniano. Me refiero a la plaga del siglo VI que se inmortalizó con su nombre y mató a un cuarto de la población de la época. ¿El origen? Bastante incierto. Aunque siempre sobrevive la tesis que la misma migró de Asia, haciendo metástasis en Europa. En fin, como la mayoría de las pandemias que nos han azotado desde tiempos inmemorables.

¿Por qué China?
Esta es la pregunta del millón. Obviamente, respuestas hemos tenido y cada una se ha buscado adaptar a su tiempo histórico. Unos dicen que se debe al contacto -y consumo- con los animales rurales. Al respecto, China ya anunció una medida histórica, me refiero a la prohibición de comercio y consumo de animales exóticos.

Sin embargo, sobre el coronavirus ya pasamos de la razón y nos depositamos en la ficción. Trump acusa a China de haberla creado para diezmar Occidente. Maduro a Trump de generarla para el mismo cometido pero con Oriente. En fin, cañonazos conspirativos que acusan de kamikazes, ya que sería auto infringir un daño irreparable al propio país, esperando que el adversario sufra uno aún más agudo.

¿Y si son alienígenas?
No me gustan las teorías conspirativas, pese a que incentiven el genio creador del hombre. El ocio las genera, pero hay que tener cuidado de quienes las propagan, porque existen puntos de referencia en la sociedad encargados de ser los guías, sobre todo en tiempos de necesidad. Y es que la cuarentena, en medio de una sociedad que no sabe detenerse, parece que está afectando a todos por igual. Incluso a Kenneth Rogoff, economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, quien dijo que los efectos de esto eran similar a una invasión alienígena.