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Medio Oriente: religión y petróleo

Los pilares del Islam, religión que marca a todo el Medio Oriente, determinan en gran medida las acciones de las más poderosas potencias regionales.

  • JULIO CÉSAR PINEDA

27/02/2020 05:00 am

Debemos considerar a Medio Oriente como un actor no solo relevante, sino vital en los escenarios internacionales, debido a los fuertes intereses mundiales por los recursos de la región, principalmente el petróleo y el gas, su compleja configuración social y cultural, destacando la intrincada geopolítica religiosa regional con implicaciones globales. En su conjunto, explica la constante atmósfera de inestabilidad de la región de un sinnúmero de conflictos cuyos resultados parecen inciertos. La necesidad de comprenderlos en su multidimensionalidad, otorgándole la justa ponderación a cada una de las variables implicadas, y la relevancia de sus consecuencias en un marco mundial de reafirmada glocalidad y multipolaridad han hecho de los estudios sobre el Medio Oriente algo imperante para entender la dinámica de las relaciones internacionales.

Los pilares del Islam, religión que marca a todo el Medio Oriente, determinan en gran medida las acciones de las más poderosas potencias regionales. Existe una visión errada de una falsa homogeneidad regional que dificulta el discernimiento apropiado sobre el Medio Oriente. En principio podemos distinguir dos grandes arcos geopolíticos con sus respectivos apoyos en la dinámica mundial. Por un lado, Riad, capital de Arabia Saudita, se alza como uno de los centros políticos y económicos del Golfo, liderando el arco sunita, identificado con la rama sunita del Islam. A través de la petrolera estatal Aramco, la más rentable del mundo, el reino es capaz de llevar a los mercados internacionales hasta 12,2 millones de barriles de crudo al día, siendo así, el segundo mayor productor de petróleo del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, aunque aún sus importaciones superan sus exportaciones del oro negro. Los sunitas representan aproximadamente el 80% del mundo musulmán, con 1.200 millones de fieles repartidos en su mayoría en Arabia Saudita, Egipto, Siria, Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Omán, Qatar y Kuwait, siendo minoría en Irán, Irak y Líbano, donde impera la mayoría chiita. Los chiitas, se encuentran bajo el liderazgo y la influencia de Teherán, capital de Irán, controlado por el régimen de los ayatolás desde 1979 con la Revolución Islámica de Irán, que depuso al régimen del Sah Reza. 

Hemos referido en otras oportunidades, las complicaciones que han supuesto la instauración de regímenes políticos incompatibles desde el punto de vista religioso y cultural con las mayorías de las sociedades. Siria es una expresión de esto. El control de décadas de los al-Ásad, primero con el padre Háfez, y ahora con Bashar, de confesión alauita, cercanos al chiismo, sobre un país de mayoría sunita, fue el gran germen de una guerra que se extiende desde 2011, cuyo saldo se cifra en miles de muertos, y en millones de desplazados internos y refugiados. Precisamente en el marco de la denominada Primavera Árabe, que podemos calificar de una ola revolucionaria, de prueba y error en Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Siria, el régimen de Damasco encontró un gran apoyo regional en Irán, deseoso de expandir su poderío e influencia más allá de sus fronteras. Otro ejemplo lo vemos en Bagdad, donde Saddam Husein, fue precisamente el último líder sunita, incubado y depuesto por EEUU en Irak, aún inmerso en la incertidumbre y la inestabilidad. No debemos perder de vista la trascendencia de la Primavera Árabe, movimiento sin precedentes en Medio Oriente, que comenzó en Túnez, y que se extendió en una región deseante de mayores libertades y de atenuadas aspiraciones democráticas, que depuso la hegemonía de dictaduras de décadas, como la de Ben Alí en Túnez, Gadafi en Libia o Mubarak en Egipto. Aún percibimos vestigios de esto, como las recientes protestas en Argelia que pusieron fin al régimen del general Buteflika, visto por unos como héroe y por otros como tirano. 

No podemos dejar a un lado, el respaldo de las superpotencias a cada uno de estos arcos. El arco chiíta, cuenta con un apoyo constante de Rusia y China, quienes son aliados de Irán y sus seguidores, en los foros internacionales, y en todos los terrenos de cooperación. En contraparte, Arabia Saudita y el arco sunita, cuenta con el fiel respaldo de EEUU, y la cercanía de Europa, destacando los acuerdos de cooperación militar y económico entre Washington y Riad. Todo esto, reafirma la tesis de la resurrección de la bipolaridad de antaño, nociva y contrario a un mundo multipolar que busca reafirmarse. El petróleo es parte de la genética del Medio Oriente. En efecto, la OPEP se fundó en Bagdad en el año 1960 por Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudí y Venezuela. Posteriormente se adhirieron otros Estados hasta llegar a los 14 actuales, de los cuales seis se encuentran en la zona del Golfo Pérsico, que, sumado a la importancia geográfica del Estrecho de Ormuz, controlado en su mayoría por Irán, nos evidencia la dependencia energética mundial con esta zona del mundo. El actual conflicto entre EEUU e Irán, nos demuestra una vez más, la dimensión global de cualquier hecho del Medio Oriente.

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