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Dando para recibir

Si le damos excesiva importancia a los actos o reacciones de otros cuando no están a la altura de nuestras expectativas y dicen o hacen algo que no nos agrada, saldremos lastimados

  • AGUSTIN ALBORNOZ S.

16/02/2020 05:00 am

Es posible que nunca apreciemos en todo su valor lo que pueden significar los ratos dedicados a la reflexión, y a pensar detenidamente y de verdad, destinando tiempo consciente a ello. Sobre todo antes de tomar decisiones importantes. Mucho de lo negativo que nos sucede viene porque no hacemos eso, y/o porque otras personas no lo hacen, y de paso nos afectan de alguna manera. Como no podemos decidir por los demás, si nosotros reflexionáramos más, por ejemplo nos daríamos cuenta de que lo que determina la medida del éxito muchas veces no es que se resuelva un problema difícil, sino que dicho problema no sea el mismo del año pasado. O del año anterior al pasado. O peor aún de hace diez años o más.

Para nadie es un secreto el mundo conflictivo en que vivimos en todo escenario. Y no advertimos que muchos conflictos se generan porque muchas personas no se toman ese tiempo vital para notar ciertos detalles que estimulan a estos. Ejemplo: ¡que se necesitan como mínimo dos personas para estar en desacuerdo de una forma desagradable! ¡No es uno solo el que crea una relación desagradable, mínimo son dos!

Lo cierto es que, lo que digan o hagan los demás solo nos puede afectar en la medida en que uno lo permita. Por otro lado, si le damos excesiva importancia a los actos o reacciones de otros cuando no están a la altura de nuestras expectativas y dicen o hacen algo que no nos agrada, saldremos lastimados. De esa forma, lo que va a suceder inexorablemente es que nos estaremos ubicando, por propia iniciativa, en una situación desacertada, porque de esa manera siempre estaremos a merced de los demás. Y esto último va a ocurrir tanto cuando algunas personas nos perjudiquen directamente, como cuando permitimos que otras personas decidan por nosotros y nos involucren en situaciones perniciosas, que provienen de decisiones insensatas, aunque en principio no lo parezcan. Todo porque no reflexionamos ni analizamos bien los escenarios y el impacto real de dichas decisiones, tanto a corto como a largo plazo. Asimismo hoy día continuamente se estimulan la celeridad y la impaciencia en todos los niveles, por lo que se toman a la ligera estos temas.

También no nos percatamos de que, en cualquier escenario, una discusión es la peor forma de conversación, más todavía cuando el tono sube hasta llegar a la violencia, y no solo por la acción de alguien en particular, sino de la de cada uno de nosotros. Y esto a pesar de que no reconozcamos que una de las peores violencias de las que somos capaces los seres humanos proviene de nuestra propia lengua, de nuestras palabras. Sobre esto, vale la pena recordar unas palabras del escritor y poeta francés Víctor Hugo, quien dijo: Las palabras fuertes y enconadas son manifestación de débiles razones.

Los conflictos y las crisis deberían estar incitando en nosotros un proceso de adquirir madurez como personas. La cual se debería reflejar de muchas formas, por ejemplo: pudiendo hacer un trabajo sin tener que ser supervisados; llevar dinero sin gastarlo; y, en especial en estos tiempos, pudiendo soportar una injusticia sin querer vengarnos.

Un factor que impide este proceso con fuerza es nuestra soberbia natural. La soberbia ha sido causante de la mayor cantidad de guerras, ¡de haberlas fomentado, iniciado, librado y concluido! ¡El orgullo, nada más que el puro y liso orgullo! ¡Hay algunos que prefieren morir antes que doblegar su orgullo! y, con más razón, anteponen el hecho de que se perjudiquen y hasta maten a unas cuantas personas, antes de aceptar que pueden estar equivocados. Y como lo usual cuando se habla en estos términos es que uno enseguida piense en la soberbia de otros; una actitud sabia sería que pusiéramos un espejo enfrente y observemos cada uno nuestro feo orgullo. Uno que es capaz de estar hablando de paz, mientras que solapada o abiertamente está promoviendo una guerra con sus adversarios. Cuando la realidad es que el mundo, tal como lo conocemos, no será jamás morada de la paz mientras la paz no haya encontrado un hogar en el corazón de cada persona. Lo cual, a su vez, será decisión de cada ser humano, solo de cada uno.

En resumen, si algo debería quedar claro de todo lo que está ocurriendo hoy día, es que más personas aprenderían de sus errores si no se preocuparan tanto por negarlos, así como que un ser humano debería tener la suficiente grandeza para admitir sus errores, la suficiente inteligencia para beneficiarse de ellos y la suficiente fortaleza para corregirlos. Y si no las tiene, siempre hay tiempo para aprender a tenerlas, solo que hay que empezar por reconocer que no se tienen.

Apreciados amigos: en definitiva no podemos recibir lo que no estamos dispuestos a dar a otros. Si anhelamos paz, debemos ser los primeros en estar dispuestos a darla. Si deseamos respeto y aceptación, tenemos que estar más que dispuestos a darlos a los demás. Lo cual no quiere decir que vamos a estar aprobando todo lo que ellos hagan.



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