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Recordando a Amos Oz

Deseo retener en cierta forma el poco tiempo que aún nos queda en el manual de la vida.Lo mismo hizo Amos Oz con su relato “Una historia de amor y oscuridad”...

  • RAFAEL DEL NARANCO

19/01/2020 05:00 am

Lo atestiguó Stendhal en aquella ciudad de Roma en que la existencia de parecía sensitiva, suave y algunas veces mohína sobre las piedras de los césares. Y dijo así: “Amad para ser amados”.

No estamos forjando un juego de sentimientos, sino recordando actitudes de un espíritu, en apariencia pequeño, que nos lleva hacia la conclusión de nuestros actos más recónditos.

Convivir con el aleteo de la existencia nos transporta a un manual en el que cada una de sus hojas se siente el roce de las estribaciones sobre el aliento efusivo del alma.

Solemos leer la mayoría de las veces a recuento de nuestras cotidianas necesidades vivénciales, no siendo al presente la cuestión que nos el ocupa, sino la zona puramente literaria, renglón que ahora, tras subir la cuesta de un año finiquitado con el soporte que marcan las horas en el reloj existencial, nos ofrece pautas y senderos de zozobra. El tiempo ido hiere.

La mayoría de los textos literarios que nos apremian con urgencia a leerlos, son andaduras sobre los surcos rasgados de la existencia diaria. 

“Si robas tu sabiduría de un solo libro, eres muy criticado, eres un plagiador, un ladrón literario. Pero si la robas de diez libros, te llaman investigador, y si lo haces de treinta o cuarenta, gran investigador”. Palabras del admirado Amos Oz, prosista hebreo que nos abandonó hace un año, y cuya partida ha dejado desosiego, incertidumbres e infinidad de turbaciones al vernos obligados a seguir avanzando sobre la sombría heredad actual tan repleta de contradicciones.
 
El escritor israelita, poco o nada religioso, es el autor de una obra literaria intensamente portentosa en la que hemos absorbido –en diversos aspectos con angustia– en el entramado atormentado de esta sociedad actual en la que, aún en el mejor momento de su realidad, la zozobra y el desasosiego ante tantos peligrosos conflictos en el planeta nos hacen temblar.
 
El literato David Grossman, también hebraico, en artículo reciente en el diario El País de España, ha remarcado estas palabras sobre Oz: “En sus libros está la vibración de un terrible dolor, y de una nación que casi fue aniquilada”

Oz, nacido en Israel, escribió sus primeras páginas en un kibbutz, y en los últimos años se refugió en la península de Arad, lugar en que se aposentó hasta que falleció debido a una enfermedad crítica.

El hebraísmo es un fin irrompible con la raza judía. Su supervivencia, más que una realidad palpable, es un misterio o un milagro de Yahvé.

Analizando la literatura de Amos, la cual comienza con su infancia y juventud, nos acordamos de algunas escenas de nuestra propia niñez, de aquellas cerezas sustraídas a hurtadillas en el mesón de la cocina de abuela Segunda y un viaje seductor -podía tener unos seis años– hacia un río con hileras de olmos, chopos y viejos castaños.

Si cierro los ojos, creo ver el mantel de cuadros verdes y azules sobre el suelo, el flan requemado, la ensalada repleta de frutos verdes. Contemplo a mi madre. Hablo, llorisqueo o le quiero quitar un caballo de cartón a mi hermano más pequeño. 

Evoco todo con una precisión pasmosa, pero ignoro con certeza lo que hice ayer mismo apenas levantado del tálamo donde descanso. Por eso transcribo líneas, deseo retener en cierta forma el poco tiempo que aún nos queda en el manual de la vida.

Lo mismo hizo Amos Oz con su relato “Una historia de amor y oscuridad”, afán perdurable sobre el deseo de que el olvido no forme nido en la trastienda del espíritu.

Las piedras en Israel son tiempo congelado. Uno siembra una simiente y, al escarbar, se tropieza con capiteles, perfiles romanos, ánforas griegas, espadas de cruzados, monolitos inmensos y vasijas árabes. Hay más ruinas que tierra; debido a eso, los frutos en los árboles tienen sabor a sándalo, incienso, humo de hierba, olores paganos, canela y mirra.

Esa es la razón de que cada día – siempre al atardecer- el judío redima su heredad al saber que los surcos son el yugo primario entre él y el Dios de Abraham.

Las páginas autobiográficas de ese nuevo “Mago de Oz”, invitan a mirar el atributo de una familia, una raza y un pueblo, mientras se escucha el eco de sus voces taladradas y tan cerca de nosotros como si respiraran a nuestro lado, y así se le oye decir a la abuela, cual si estuviera mirando al trasluz de la ventana: “Si ya no te quedan más lágrimas, no llores. Ríe”.

Lo mismo hacía Amos Oz, con la diferencia de que procuraba sentar en sus palabras un afán para que el olvido no formara nido en la trastienda del alma. Y es así, en ese ramalazo interior, donde la literatura, toda ella, es la razón de que los hechos arropen en lo posible a las generaciones venideras.
 
rnaranco@hotmail.com
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