Trump puede estar tranquilo con el impeachment, porque cuenta con la solidaridad impermeable de la mayoría del Partido Republicano en el Senado, instancia que en definitiva absolverá los cargos de Abuso de Poder y Obstrucción al Congreso. Eso lo puede prever hasta el farsante de Reynald Dos Santos (¿qué será de la vida de ese estafador?). Entonces, ¿para qué los demócratas pierden el tiempo en esto? Hay una razón inevitable: porque tenían que hacerlo.
Es público y notorio que Trump abusa (sistemáticamente) del poder, socavando irresponsablemente la institucionalidad democrática de EEUU. Pero cuando se reveló el hecho de que había chantajeando a un gobierno extranjero para desacreditar sin fundamento a Joe Biden a través de su abogado personal -quien ni siquiera es funcionario de gobierno-, los congresistas demócratas se vieron en la obligación de iniciar una investigación, a pesar de que sabían que estaba destinada al fracaso. La única ventaja que podría estar calculando el Partido Demócrata (supongo) es el descrédito de la estatura moral de Trump al poner en evidencia oficial su falta de ética política.
Durante la primera etapa del impeachment los testigos -funcionarios no partidistas y de reputación intachable- han coincidido en que el presidente cometió un hecho indebido, pernicioso y sin precedentes. Los defensores republicanos han apelado, con bastante éxito, que la acusación se basa en “circumstancial evidence”, es decir que se trata de una conjetura basada en hechos reales y testimonios de terceros de los cuales se deduce el delito cometido, pero que no hay pruebas específicas del supuesto crimen y que todo responde a la tirria envidiosa que le tienen al pobrecito del presidente, tan bueno él.
Este intento no convencerá o disuadirá a nadie que ya tenga formada una opinión sobre Trump, pero si los republicanos no lo reprenden, aunque sea simbólicamente, el daño a la legitimidad del sistema político estadounidense será irreparable.
JorgeSayegh@gmail.com
@JorgeSayegh
Es público y notorio que Trump abusa (sistemáticamente) del poder, socavando irresponsablemente la institucionalidad democrática de EEUU. Pero cuando se reveló el hecho de que había chantajeando a un gobierno extranjero para desacreditar sin fundamento a Joe Biden a través de su abogado personal -quien ni siquiera es funcionario de gobierno-, los congresistas demócratas se vieron en la obligación de iniciar una investigación, a pesar de que sabían que estaba destinada al fracaso. La única ventaja que podría estar calculando el Partido Demócrata (supongo) es el descrédito de la estatura moral de Trump al poner en evidencia oficial su falta de ética política.
Durante la primera etapa del impeachment los testigos -funcionarios no partidistas y de reputación intachable- han coincidido en que el presidente cometió un hecho indebido, pernicioso y sin precedentes. Los defensores republicanos han apelado, con bastante éxito, que la acusación se basa en “circumstancial evidence”, es decir que se trata de una conjetura basada en hechos reales y testimonios de terceros de los cuales se deduce el delito cometido, pero que no hay pruebas específicas del supuesto crimen y que todo responde a la tirria envidiosa que le tienen al pobrecito del presidente, tan bueno él.
Este intento no convencerá o disuadirá a nadie que ya tenga formada una opinión sobre Trump, pero si los republicanos no lo reprenden, aunque sea simbólicamente, el daño a la legitimidad del sistema político estadounidense será irreparable.
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