Y finalmente llegó el día. El pasado viernes 29 de noviembre, en Venezuela se escuchó una frase: llegó el Black Friday. Esa costumbre típicamente estadounidense que hace unos años se desplegó por Europa y varios países, llegó a Venezuela y se convirtió en tendencia, como se dice actualmente cuando un tema o asunto es de interés general y no se habla de otra cosa en redes sociales.

Se trata de un viernes negro que no por el color es negativo. Al contrario. Se traduce en una actividad comercial en la cual los comerciantes hacen rebajas, sustanciales o no, pero en las cuales los consumidores ven una oportunidad de adquirir bienes, por precios módicos, lo cual, a decir de los estrategas, resulta un juego de “ganar ganar”, pues gana el comerciantes y gana el cliente.

Tal vez la oferta no sea tan buena, tal vez el comerciante subió el precio y al hacer el descuento la mercancía queda al mismo costo. Eso no importa, lo que interesa es que se produjo esa actividad que nunca antes se había producido en Venezuela y al parecer llegó para quedarse.

Los centros comerciales, principalmente y varios negocios de toda índole, adoptaron la modalidad y, precedidos por una estrategia de publicidad, finalmente pusieron a prueba esta forma de vender que, al parecer fue un éxito.

Pero, este viernes negro, en qué se parece al llamado Dakazo del 2013, cuando también los comercios fueron asesinados por cientos de personas
que hacían filas para comprar a “precio de gallina flaca”, luego que el Gobierno ordenó rebajar los precios de electrodomésticos.

Creo que solo se parece en las filas, puesto que a diferencia de aquella oportunidad, esta vez, no hubo pérdidas para los comerciantes. Aunque la ganancia no fue mucha, hubo una especie de renacer de aquella actividad comercial que caracterizaba a Venezuela, en los días previos a las fiestas de diciembre.

Otra diferencia es que quien adquiría la mercancía tenía dólares. Parece increíble, pero gran cantidad de personas acudió a las tiendas a comprar con divisas. ¿Se trara de una burbuja? ¿Estamos de manera innegable ante la dolarización de facto de la economía?

Las respuestas a estas preguntas aún deben ser maduradas, a mi juicio, puesto que, paralelamente, estamos en un país donde llevamos más de dos años en hiperinflación y con al menos 50% de la población que percibe ingresos que apenas le alcanzan para comer.

Pero lo que sí es un hecho es que este año el Gobierno levantó el control de cambio, lo que permite una circulación más libre de divisas dentro del país, algo muy diferente a años anteriores. En consecuencia, como bien lo dice la firma Ecoanalítica: este año 50% de la población tiene acceso a divisas.

De este 50%, 15% tiene ingresos altos en moneda extranjera mientras que 35% restante usa este tipo de remuneración para sobrevivir el día a día. Esto explica el aumento en los niveles de consumo y el hecho deque hasta los vendedores ambulantes son capaces de pedir dólares y lo más sorprendente, es que manejan la divisa, aunque sea en pequeña cantidad.