El fusilamiento de los presos políticos
Las fuerzas departidas de Caracas, al mando del general Garrido, se unieron a las del coronel Torres en Los Palos Grandes, para luego atacar a los federales de Mendoza en su posición
El principio del final de la dictadura de Páez comenzó a escribirse el 21 de Mayo de 1862, una vez que sus fuerzas fueron derrotadas en Chupulún, cerca de Petare. El coronel Francisco Torres se vio forzado a dar la orden de retirada a los suyos hasta que llegaron a una zona conocida como Los Palos Grandes.
Las tropas federales, comandadas por el general Luciano Mendoza, se apostaron en una llanura llamada Cerritos del Convento, a poca distancia de Dos Caminos. Al enterarse de la derrota de las tropas del Gobierno, Páez promulgó una proclama en la cual hacía un llamado a los hombres de la capital a ponerse de pie con el arma en el hombro y enfilarse en dirección a Petare.
Las fuerzas departidas de Caracas, al mando del general Garrido, se unieron a las del coronel Torres en Los Palos Grandes, para luego atacar a los federales de Mendoza en su posición. Se entabló el combate y ambos bando pelearon con arrojo y valentía, corrieron ríos de sangre a punta de plomo y machetazos. Al par de horas fue Mendoza quien se vio obligado a ordenar la retirada, buscando otra vez la vía de Petare.
Relata Luis Level de Goda en sus crónicas que, cuando Torres y su contingente se comenzaban a imponer sobre la mesnada federal, un par de balazos en el pecho tumbaron al coronel de la mula para enviarlo al otro mundo, entonces Garrido tomo las riendas del asunto. A los pocos minutos el general Páez hizo su entrada al campo de batalla, acompañado de su ministro todopoderoso y sustituto, Pedro José Rojas, sus edecanes y un contingente de guardia. Inmediatamente le ordenó al coronel entrar con todo músculo y acabar con las huestes de Mendoza, quien no tuvo más opción que correr por su vida.
Los persiguieron sin tregua, mientras iban dando pelea los de la retaguardia. En la tarde, antes de caer la noche, Páez, junto a su comitiva y las tropas de la dictadura, montaban campamento cerca de Chupulún, sitio del revés matutino.
Allí pudieron ver el paisaje dantesco que había dejado la pelea de la mañana. En un árbol vieron colgando de las ramas unos cuantos ahorcados, con cortes en el estomago de los que colgaban vísceras que ya estaban picoteando los zamuros. Frente a una casa a orillas del camino encontraron una fila de varios cadáveres de los oficiales de Torres, todos con los órganos sexuales cortados e introducidos en sus bocas. Tal espectáculo indignó al viejo Centauro, quien mostró su molestia al maldecir el nombre de Mendoza y decir que ni en los tiempos de la guerra de Independencia había visto semejante barbaridad.
Según Level de Goda, Páez se puso tan iracundo que antes de irse de vuelta al campamento a cenar, llamó a uno de sus edecanes, el comandante Alejandro Calcaño, diciéndole que se marchara de inmediato a Caracas, para decirle al general Benito Figueredo, al comandante de armas y el gobernador Mujica, que los presos políticos, generales Herrera y Paredes, debían ser conducidos a la plaza mayor y pasados por las armas.
Añade Level que: -conducidos Herrera y Paredes de la prisión a la plaza, donde debían ser fusilados, uno de ellos trató de hablar, el general Figueredo no lo permitió, y precipitó el acto del fusilamiento, que se efectuó al instante.
Después de mandarlo a callar, sin darles oportunidad de pronunciar últimas palabras o confesar sus pecados ante un sacerdote, Figueredo dio la orden de fuego, frente a una masa que aplaudió aquel asesinato.
La brillante carrera del caudillo llanero se veía manchada una vez más. Ensució su pulcra trayectoria como héroe al causar la caída de Martín Felipe de Tovar y Pedro Gual, asumiendo poderes dictatoriales, añadió otra sombra a su historia cuando se manchó las manos de sangre al ordenar el fusilamiento de Herrera y Paredes.
Ese día el general, al igual que sus hombres, estaban sedientos de sangre, es la única explicación del asunto. Ver lo que los enemigos le habían hecho a los soldados del Gobierno despertó la búsqueda de una venganza.
-¡Como el señor Rojas no le hace reflexiones al general Páez e interpone su gran valimiento para impedir aquel crimen, y tranquilamente conviene en que se consuma!... ¡Como Calcaño no marcha, sino vuela, a llevar semejante orden cuando ha podido entretenerse y hasta romperse una pierna o un brazo antes que llegar a Caracas a comunicar semejante orden, a fin de darle tiempo de reflexionar al hombre a quien servía y cuyas glorias debía tener en alta estima!... ¡Y cómo, en fin, en Caracas , las principales autoridades, el gobernador Mujica, el general Figueredo y el comandante de armas, y de igual modo el Consejo de Estado y los amigos de Páez, no acuerdan para suspender siquiera por horas aquella infame ejecución a fin de dar tiempo a que el general Páez se arrepintiera, y mientras tanto vuela uno de ellos a hablarle, en vez de precipitar el horrible hecho como lo hicieron!... ¡Cuantos medios hubo para impedir ese crimen!... Y sin embargo, ninguno se puso por obra.
Al margen del texto, Level de Goda añade la siguiente frase:
-Pobre Páez, estaba ya en la locura de la decrepitud.-
Menos de un año después cayó la dictadura, Páez abandonó el país para más nunca volver a pisar Venezuela en su vida.
Jimenojose.hernandezd@gmail.com
Las tropas federales, comandadas por el general Luciano Mendoza, se apostaron en una llanura llamada Cerritos del Convento, a poca distancia de Dos Caminos. Al enterarse de la derrota de las tropas del Gobierno, Páez promulgó una proclama en la cual hacía un llamado a los hombres de la capital a ponerse de pie con el arma en el hombro y enfilarse en dirección a Petare.
Las fuerzas departidas de Caracas, al mando del general Garrido, se unieron a las del coronel Torres en Los Palos Grandes, para luego atacar a los federales de Mendoza en su posición. Se entabló el combate y ambos bando pelearon con arrojo y valentía, corrieron ríos de sangre a punta de plomo y machetazos. Al par de horas fue Mendoza quien se vio obligado a ordenar la retirada, buscando otra vez la vía de Petare.
Relata Luis Level de Goda en sus crónicas que, cuando Torres y su contingente se comenzaban a imponer sobre la mesnada federal, un par de balazos en el pecho tumbaron al coronel de la mula para enviarlo al otro mundo, entonces Garrido tomo las riendas del asunto. A los pocos minutos el general Páez hizo su entrada al campo de batalla, acompañado de su ministro todopoderoso y sustituto, Pedro José Rojas, sus edecanes y un contingente de guardia. Inmediatamente le ordenó al coronel entrar con todo músculo y acabar con las huestes de Mendoza, quien no tuvo más opción que correr por su vida.
Los persiguieron sin tregua, mientras iban dando pelea los de la retaguardia. En la tarde, antes de caer la noche, Páez, junto a su comitiva y las tropas de la dictadura, montaban campamento cerca de Chupulún, sitio del revés matutino.
Allí pudieron ver el paisaje dantesco que había dejado la pelea de la mañana. En un árbol vieron colgando de las ramas unos cuantos ahorcados, con cortes en el estomago de los que colgaban vísceras que ya estaban picoteando los zamuros. Frente a una casa a orillas del camino encontraron una fila de varios cadáveres de los oficiales de Torres, todos con los órganos sexuales cortados e introducidos en sus bocas. Tal espectáculo indignó al viejo Centauro, quien mostró su molestia al maldecir el nombre de Mendoza y decir que ni en los tiempos de la guerra de Independencia había visto semejante barbaridad.
Según Level de Goda, Páez se puso tan iracundo que antes de irse de vuelta al campamento a cenar, llamó a uno de sus edecanes, el comandante Alejandro Calcaño, diciéndole que se marchara de inmediato a Caracas, para decirle al general Benito Figueredo, al comandante de armas y el gobernador Mujica, que los presos políticos, generales Herrera y Paredes, debían ser conducidos a la plaza mayor y pasados por las armas.
Añade Level que: -conducidos Herrera y Paredes de la prisión a la plaza, donde debían ser fusilados, uno de ellos trató de hablar, el general Figueredo no lo permitió, y precipitó el acto del fusilamiento, que se efectuó al instante.
Después de mandarlo a callar, sin darles oportunidad de pronunciar últimas palabras o confesar sus pecados ante un sacerdote, Figueredo dio la orden de fuego, frente a una masa que aplaudió aquel asesinato.
La brillante carrera del caudillo llanero se veía manchada una vez más. Ensució su pulcra trayectoria como héroe al causar la caída de Martín Felipe de Tovar y Pedro Gual, asumiendo poderes dictatoriales, añadió otra sombra a su historia cuando se manchó las manos de sangre al ordenar el fusilamiento de Herrera y Paredes.
Ese día el general, al igual que sus hombres, estaban sedientos de sangre, es la única explicación del asunto. Ver lo que los enemigos le habían hecho a los soldados del Gobierno despertó la búsqueda de una venganza.
-¡Como el señor Rojas no le hace reflexiones al general Páez e interpone su gran valimiento para impedir aquel crimen, y tranquilamente conviene en que se consuma!... ¡Como Calcaño no marcha, sino vuela, a llevar semejante orden cuando ha podido entretenerse y hasta romperse una pierna o un brazo antes que llegar a Caracas a comunicar semejante orden, a fin de darle tiempo de reflexionar al hombre a quien servía y cuyas glorias debía tener en alta estima!... ¡Y cómo, en fin, en Caracas , las principales autoridades, el gobernador Mujica, el general Figueredo y el comandante de armas, y de igual modo el Consejo de Estado y los amigos de Páez, no acuerdan para suspender siquiera por horas aquella infame ejecución a fin de dar tiempo a que el general Páez se arrepintiera, y mientras tanto vuela uno de ellos a hablarle, en vez de precipitar el horrible hecho como lo hicieron!... ¡Cuantos medios hubo para impedir ese crimen!... Y sin embargo, ninguno se puso por obra.
Al margen del texto, Level de Goda añade la siguiente frase:
-Pobre Páez, estaba ya en la locura de la decrepitud.-
Menos de un año después cayó la dictadura, Páez abandonó el país para más nunca volver a pisar Venezuela en su vida.
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