La estética del optimismo
TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ. Cuando no se tienen criterios o reflexión para juzgar, el espectáculo es convertido en la única realidad real. Cuando cohabitan sentimientos y reflexiones la estética es campo de sentir consciente
TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ
Es evidente que los recursos que llamaremos estéticos forman parte del juego político contemporáneo tanto en la personalización, dramatización y puesta en escena. Si bien han sido considerados distantes, estética y política han mantenido una relación en el campo filosófico, como lo comenzó atestiguando Platón hasta los más cercanos Benjamin o el propio Nietzsche. Hay vinculaciones de términos, pues vemos dramatización, simulacros, hedonismo y narración en la praxis política. Podemos decir que el proceso político viene así falsificado, pues se construye una máscara de efectismo vulgar.
Cuando no se tienen criterios o reflexión para juzgar, el espectáculo es convertido en la única realidad real. Cuando cohabitan sentimientos y reflexiones la estética es campo de sentir consciente, como debería serlo la política. Toda estética que excluya la dimensión crítica conduce a la decisión sin reflexión. Jacques Rancière, en su magnífico libro El espectador emancipado, traza un cuadro inestimable sobre la función del espectador colocado entre la estética y la política.
Él lo llama la paradoja del espectador, lo que lleva a concluir con una aparente obviedad, no hay teatro sin espectadores. Esto es, si los ciudadanos no tuviesen centrada su atención en el espectáculo que se les ofrece, el teatro mismo caería. Rancière nos recuerda que se mira al espectáculo y mirar es lo contrario de conocer. Lo que se nos muestra es una apariencia y frente a ella el espectador no actúa. Este pathos, de símiles entre estética y política, nos muestra al ciudadano inerme, uno que pone en las tablas la autodivisión del sujeto debido a falta de conocimientos y de información, en términos actuales un usuario inepto de las redes.
Este teatro que más asemeja a un circo de función continua, conduce a la pérdida de toda autenticidad social. Guy Debord insiste en el problema de la contemplación mimética, un mundo colectivo cuya realidad no es otra que la desposesión.
Uno ve venir el gobierno eterno y el aislamiento “soberano” e imperceptiblemente se va hacia Cioran cuando aseguró que es más fácil salvarse a través del infierno que a través del paraíso. Creo haberme convertido, por paradoja, en un “optimista” a lo Cioran.
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