Las acciones que encaminan el progreso de una sociedad son íntimamente humanas, hechas de un tiempo sometido al ritmo de todo agente multiplicador. Cuando esa razón se conecta con la chispa de alguien que creció escuchando, lo único que rinde sin posibilidad de pérdida es el trabajo constante, el resultado será magno.
Gustavo Dudamel cumple 10 años dirigiendo la centenaria Filarmónica de Los Ángeles, agrupación que tenía 20 años sin pisar suelo hermano: México. La suma de esos años se hace tangible en la vida de millones de familias transformadas por la educación musical como proyecto social que armoniza la convivencia y “tumba muros”. Así lo afirmó el músico venezolano días después de encapsular 45 años, entregando su batuta al Maestro Arturo Márquez para que asumiera la interpretación del Danzón Nro. 2 ante jóvenes músicos de México y Los Ángeles (miembros de la Orquesta Juvenil de Los Ángeles). “Muchachos, imaginen que tocarán Beethoven, y que Beethoven mismo dirigirá”, subrayaba el director larense.
Ese elogio a la experiencia de parte de Dudamel frente a sus músicos nos remonta a 1975, cuando en ese mismo país aterrizaba nuestro Sistema de Orquestas para su primera gira (abordando un avión de la Fuerza Aérea Venezolana). Grandes maestros mexicanos comprendieron la visión en aquella década, tendiendo los puentes para que los músicos venezolanos demostraran la frase de Uslar Pietri: “Quien crea que Venezuela está yerma y seca, no tienen sino que escuchar a la Orquesta Sinfónica para llenarse de esperanza”.
Los conciertos ofrecidos la semana pasada se vivieron a casa llena en el Palacio de Bellas Artes, y el último en un repleto Auditorio Nacional. Las interpretaciones compuestas por autores clásicos como Bruckner, Stravinsky y Williams, se conjugaron con obras comisionadas a Desenne, Ortiz y Adams, apoyando la creación en su presente más vivo, nutriendo nuevas audiencias. A esa conclusión convinieron las instituciones culturales mexicanas, la Filarmónica y uno de los discípulos del Maestro José Antonio Abreu, uno cuya visión de “fusión” sigue encaminada en seguir la misión:
Dijo Abreu que su sueño más apasionante era interconectar los sistemas orquestales y corales del mundo entero para constituir el emblema más glorioso de la cultura de paz. Eso nos hace pensar en la frase del poeta regiomontano, Alfonso Reyes: “La mejor manera de ser provechosamente nacionalista es siendo generosamente universal”. Sobre esas dos visiones Dudamel reacciona: “Soy un resultado de eso y estas son muestras del sueño universal. Lo más importante para el Maestro no era estar en un sitio, sino que su obra se multiplicara con un sentido. Para mi es esencial que se haga música con un espíritu realmente transformador en el alma de una comunidad. Cuando se toca Gabriela Ortiz en Japón, se convierte en japonesa. Ese es el mensaje y efecto del arte. Gracias a esa misma visión en mi país han nacido los programas de música popular-sinfónica, donde rompimos con el hielo de los conservatorios en donde si hacías música popular no podías hacer música académica”.
Ello se puso de manifiesto en el Auditorio Nacional, con los acordes del joven cuatrista guariqueño Isidro Landaeta, quien acompañado por el arpa de Stephanny García, las maracas de Augusto Torres y el contrabajo de Julio Calderón, se disgregó en su interpretación del Joropo por la vía de la raíz cultural e hizo llorar a miles pasando del Pajarillo al Cielito lindo. Antes de salir a escena los jóvenes de El Sistema concluyeron: “La fusión emana una idea y esa idea viene con veinte más. Estamos compartiendo culturas, aprendiendo de los estilos de vida. América es una región por reconocer e interactuar”.
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