Un regreso inolvidable
Algunos piensan que, en todo momento, los venezolanos mantuvieron fidelidad a la gloria del caudillo, hecho que no resulta ser del todo cierto
Para el 17 de Diciembre de 1830, día en que Simón Bolívar falleció en la quinta San Pedro Alejandrino, el Libertador era personaje que mostraba dos caras de la moneda en un territorio dividido, una población enfrentada porque algunos continuaban admirando y endiosando su figura, mientras otros la detestaban, hasta el punto que la última vez que salió de Bogotá lo hizo sobre el lomo de una mula y bajo una lluvia de estiércol.
Su cadáver, después de embalsamado, estuvo expuesto en capilla ardiente en el salón de la Casa de Aduana durante dos días. El entierro se llevó a cabo al mediodía del 20 de diciembre, en un evento que podría definirse como acto modesto. En la nave mayor de la Catedral fue colocado un retrato del difunto pintado por Antonio Meucci, la urna estaba cubierta por un velo negro, una corona de rosas rojas y otra de laureles, a su lado exhibidos su bastón, espada, sombrero y condecoraciones. Después del acto el féretro fue colocado en una cripta de la familia Díaz Granados.
Algunos piensan que, en todo momento, los venezolanos mantuvieron fidelidad a la gloria del caudillo, hecho que no resulta ser del todo cierto. Sin embargo, puede ser verdad que algunos personajes que, por necesidad política se vieron forzados a oponerse contra sus ideales durante los últimos años de su existencia, llegasen a sentir algún tipo de desconcierto o remordimiento un tiempo después de su desaparición, especialmente aquellos que lo conocieron de cerca y trataron con él. Fue por ello que la rehabilitación de su nombre llegaría a los pocos años.
En 1833 el general José Antonio Páez, “Héroe de Carabobo y Padre de la República”, recomendó al Congreso Nacional decretar honores públicos a Bolívar, gesto repetido por el general Carlos Soublette en 1839. Una vez más, en 1842, a principios de su segundo mandato constitucional, el “Centauro llanero” volvió a dirigirse al Legislativo con el mismo propósito y ordenó su petición formulada una década antes fuese ejecutada de una vez por todas.
El 30 de Abril de ese mismo año se publicó el decreto de honores públicos al Libertador y se ordenó el traslado de sus restos mortales a la ciudad que lo vio nacer, como dictaba la décima clausula de su testamento, documento redactado una semana antes de expirar su último aliento. -Es mi voluntad, que después de mi fallecimiento, mis restos sean depositados en la ciudad de Caracas, mi país natal.-
El acto administrativo también contenía la disposición de colocar una efigie de su persona en los salones del Congreso Nacional y la sede del Poder Ejecutivo, así como la edificación de un mausoleo para guardar sus restos.
Sobre el tema habla el escritor José Antonio Calcaño, en su libro “La ciudad y su música: crónica musical de Caracas”, en un capítulo de su obra titulado “Regreso Inolvidable”, lo siguiente:
A Codazzi, que estaba en París, adonde había ido a ocuparse de la publicación de su Atlas y Geografía, y gestionar lo necesario para la fundación de la Colonia Tovar, se le enviaron dineros no muy abundantes y una lista pormenorizada de todo lo que era necesario comprar para el traslado a Caracas de los restos del héroe.
Se le invitó a los gobiernos de la Nueva Granada y Ecuador a enviar representantes para la exhumación en Santa Marta. El gobierno de Venezuela nombró la comisión encargada de traer los restos, y para designarla designó al general Francisco Rodríguez del Toro, el viejo Marqués, al general Mariano Montilla y al doctor José María Vargas.
Lo cierto es que el Marqués se excusó de su labor alegando los achaques de su avanzada edad, tampoco aceptó la misión Montilla. El Congreso designó a José Tadeo Monagas, Francisco Vicente Parejo, Ramón Ayala y Bartolomé Salom, quienes también declinaron al asunto. Finalmente quedaron encargados de la comisión el doctor José María Vargas, el general José María Carreño y don Mariano Ustáriz.
El 13 de Noviembre salió de La Guaira la expedición, compuesta por la goleta venezolana “Constitución”, el bergantín mercante “Caracas” y la corbeta de guerra “Circe”, de la armada francesa. Llegó a Santa Marta, donde encontró fondeados al bergantín de guerra británico “Albatros” y el bergantín de guerra de guerra “Venus”.
Según consta en la crónicas la comisión ecuatoriana no llegó a la cita debido a una epidemia que azotaba la ciudad de Guayaquil e impidió que los señores Olmedo, Elizalde, Pedro Antonio Torres y el hijo del Presidente Juan José Flores emprendieran el periplo.
El 20 de noviembre se procedió en Santa Marta a la exhumación de los restos. Se levantó una losa de mármol que cubría una bóveda situada en la parte de la nave superior de la nave principal de la Iglesia, cerca de las gradas del presbiterio. Se extrajo la caja forrada de plomo y se abrió la tapa para examinar su contenido. Allí estaban los restos de un cadáver que era, indudablemente el del Libertador. El cráneo estaba aserrado, lo mismo que las costillas, que habían sido cortadas por ambos lados y oblicuamente cuando se practicó la autopsia. La pierna derecha aún conservaba entera una bota de campaña, la bota izquierda estaba destrozada y solo conservaba la parte inferior… Estaban presentes el doctor Alejandro Prospero Reverend y el señor Manuel Ujueta, quienes habían acomodado al cadáver, doce años antes, y realizado la autopsia.
Separado de la urna con su osamenta se encontraba también un pequeño cofre que contenía su corazón y vísceras. Las autoridades de Santa Marta alegaron que la ciudad costeña lo acogió cunado el resto de sus compatriotas le dio la espalda tras la fractura de Colombia y todos le cerraron la puerta.
Fue por ello que en tierra samaria quedó el diminuto cofre con el corazón y vísceras, mientras la urna con la osamenta del Libertador hizo su regreso inolvidable a Caracas el 16 de Diciembre de aquel mismo año de 1842.
Jimenojose.hernandezd@gmail.com
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones