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Una novela falsa

He leído a buena parte de los autores españoles e hispanohablantes de mi generación (y a los de la anterior) y cada vez que cae en mis manos un libro de Javier Cercas, exclamó: Es uno de los grandes!

  • RICARDO GIL OTAIZA

26/09/2019 05:00 am

He leído a buena parte de los autores españoles e hispanohablantes de mi generación (y a los de la anterior), y créanme que cada vez que cae en mis manos un libro de Javier Cercas (Cáceres, 1962), exclamo: ¡Es uno de los grandes! Digo esto a propósito de haber terminado de leer el pasado domingo en la madrugada un libro suyo que me debía desde hacía mucho tiempo, y no porque no lo tuviera en casa, sino porque el ejemplar se había quedado instalado a sus anchas en mi biblioteca: La velocidad de la luz (Tusquets Editores, 2005). 

Tiene Cercas la extraña cualidad de saber conjugar algo que es vital en la literatura: crear un artefacto narrativo perfecto en todas sus piezas y engranajes, y que lo contado tenga sentimiento, es decir, desvele la esencia de lo humano en cada uno de sus personajes y llegue al corazón de los lectores. Otros autores como Javier Marías, Enrique Vila-Matas y Arturo Pérez-Reverte, por ejemplo, a quienes admiro, dicho sea de paso, construyen grandes artificios (catedrales narrativas), pero a veces el esfuerzo autoral se queda en ese mero plano estético y artístico (lo cual es bastante meritorio, pero no suficiente), olvidándose lo que subyace en cada historia narrada, en cada página lograda: la vida en toda su completitud. 

En La velocidad de la luz hallamos una trama orquestada desde lo complejo, pero que no renuncia a imprimirle al texto el dinamismo necesario para que fluya la lectura a un ritmo casi trepidante. La presencia de un personaje tan extraordinario como Rodney Falk hace del libro una pieza inolvidable, porque es de esas figuras de héroes derrotados cuyo peso es inmenso y que marca ineludiblemente un punto de quiebre en lo narrado. Es más, cuando leía el libro llegaba a mi memoria una lectura remota (más de 30 años), pero muy grata y significativa para mí: El Lobo Estepario de Hermann Hesse, y lo digo por el hermetismo de Falk, que, como en el caso de Harry Haller, personaje central del libro de Hesse, busca generar tensión en la trama y su presencia (sobre todo su soledad, sus silencios y abismos), y su carácter lobuno, se hacen ejes alrededor de los cuales se articulan los tiempos narrativos, los nudos y desenlaces. 

A mitad del libro nos enteramos que lo contado es parte de la historia del autor, lo que trasmuta en delicioso género autobiográfico (aunque en las últimas páginas el narrador nos diga que todo lo narrado es apócrifo). Esta particularidad que descubrimos con asombro desde la obra de Cercas (inserta en una de las solapas del libro), ahonda el desgarre escatológico del texto, e inserta en su dinámica la ambivalencia entre ambos personajes, que si bien más o menos se perfilaba desde el inicio, ahora se hace medular para la comprensión de la historia, y de su cierre. Con estos elementos a la mano asistimos al viaje de ambos en la búsqueda de sus raíces, y hasta creemos que sus vidas llegarán a fusionarse por la vía de la unión entre el narrador y la viuda de su amigo Rodney (veterano de la guerra de Vietnam quien no soporta el peso de las culpas y se suicida), pero la vida (y la literatura) no es tan perfecta en sus designios. 

Si bien Rodney Falk se pierde a sí mismo y el narrador también (su esposa y su hijo perecen en un lamentable accidente de tránsito), esta extraña y siniestra complementariedad se hace clave para que el novelista comprenda la realidad de lo acontecido (por extensión, la realidad de su vida), y comience, ahora sí, la escritura de la novela que estamos leyendo, que es apócrifa, repito, pero también, como dice el propio narrador-autor nueve líneas antes del cierre: “una novela falsa pero más verdadera que si fuera de verdad”

@GilOtaiza 

rigilo99@hotmail.com
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