Dentro de la ya muy limitada oferta comercial que presenta la ciudad, ha surgido una nueva categoría de tiendas: los bodegones. No es que antes no existieran, pero de un tiempo para acá, se han popularizado. Al punto que en mucho local cerrado y hasta abandonado, ha surgido un pomposo negocio con el moquete de bodegón. Colmados con todas las aspiraciones importadas, que pueda tener un consumidor criollo. Muy diferente a la tradicional bodega criolla o el abasto, que hacen milagros para sobrevivir la hiperinflación.
La categoría de bodegón ya estaba presente, en la mente del venezolano medio. Uno la recuerda desde los viajes, al añorado puerto libre de Margarita. También era frecuente el término bodegón como sección de los grandes supermercados. Un sinónimo de productos importados de alta gama. En ese sentido mantiene su ubicación, dentro de las preferencias de los consumidores. La diferencia puede estar en que en el pasado, los productos importados competían con sus pares nacionales. En la actualidad, lo importado no tiene competencia. O por decirlo de otra forma: todo es importado.
No deja de llamar la atención dentro de la crisis de necesidad que se vive, el éxito de estas lujosas tiendas. El origen de los productos ofrecidos, obliga a que el intercambio se realice en divisa. No existe ningún referente de mercado interno, ni mucho menos regulación de Estado, que pueda en justicia hacer contrapeso en este intercambio. Es de público conocimiento que existe, un mercado virtual que sirve de referencia. Su procedencia está más allá de nuestras fronteras.
Algunos casos causan cierta suspicacia por el capital de origen. No debe ser lo corriente. La mayoría de las iniciativas seguramente responden, a legítimas aspiraciones de comerciantes locales. Han descubierto un nuevo nicho de mercado. Sabiendo las tendencias que dominan a los que mandan. No pasará mucho tiempo para que tengamos noticia de la misión bodegón, o del más desconcertante bodegón Clap.
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