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Los cambios sociales

Nos olvidamos que la vida es un permanente acuerdo y negociación con el otro: sin esto la existencia humana sería un proyecto fallido...

  • RICARDO GIL OTAIZA

25/08/2019 05:00 am

Un distinguido amigo al ver mis afanes y mis carreras por hacer las cosas, no para ya, sino para ayer, suele recitarme un viejo refrán que me frena en seco: “la prisa es plebeya”. Entiendo que todo tiene su tiempo, su lugar y su hora precisos, y mucho más los procesos sociales, pero me afano al leer los informes de ciertos “analistas políticos” (no sé si lo serán, no me he preocupado por averiguarlo, pero en vista de la preeminencia que les dan ciertos medios, termino por asumirlos sin mayores reticencias) que afirman que Venezuela vive una etapa de transición que podría extenderse hasta quién sabe cuándo. En uno de esos informes se dice que de la muestra estudiada (varias decenas de países del orbe), un buen porcentaje alcanzó el cambio político por la vía de la negociación (es decir, los factores encontrados tuvieron que sentarse a conversarlo y a transar), y que esto llevó en algunos casos un largo tiempo. 

El tiempo es un imponderable, sin duda, pero determina la realidad. No en vano luminarias como un Albert Einstein, un Stephen Hawking, y hasta un Jorge Luis Borges, por ejemplo, le dedicaran a esta compleja variable reflexión científica, filosófica, y hasta obra literaria. No obstante, cuando estamos imbuidos en circunstancias que nos afectan hasta el extremo del sufrimiento, esos “imponderables” terminan por convertirse en espadas de Damocles que cercenan de un tajo la esperanza de un pueblo. El análisis como proceso de la “razón” advierte, ausculta, entiende, explica y proyecta (ni más ni menos el círculo hermenéutico), y eso está bien porque nos revela una realidad en toda su completitud, pero lo que no puede el analista es hacer tangible lo que está en el papel, porque son otros actores a quienes les corresponde esa tarea. 

La oposición está atomizada
En medio de todo esto, y ya lo dije en una entrega anterior, hay laboratorios que buscan generar matrices de opinión a favor o en contra de “algo” o de “alguien”, y en la presente realidad venezolana resulta claro que se busca el desprestigio de los líderes que aglutinan ese imponderable (qué duda cabe) llamado oposición, y lo han alcanzado. La oposición está atomizada, entrándose a cuchillo, enredada en medio de la crisis hasta caer presa de la inacción. Ese juego maquiavélico que echa mano de las redes y su poderoso influjo mediático, ha logrado en pocos meses socavar la credibilidad de Juan Guaidó, hasta hacer de él centro de todos los males sociales, culpable de la penosa realidad, receptáculo de los más pérfidos agravios, para dar paso, como era de esperarse, a un mayor sufrimiento social, a un odio solapado, a una impotencia rayana en resignación. 

Los analistas hablan de reuniones, de negociaciones que llevan su tiempo, pero pareciera que el país no da para más y esos laboratorios han entronizado en lo más profundo de la conciencia ciudadana, que negociar es vender la dignidad y los demás principios (y no siempre ocurre así).

Mientras que los estudiosos del tema dicen que en otros contextos más convulsos que el nuestro se han hallado salidas negociadas que han evitado verdaderas catástrofes sociales, aquí prevalece la ley del todo o nada. Así, sin matices ni claroscuros. Pero nos olvidamos que la vida es un permanente acuerdo y negociación con el otro: sin esto la existencia humana sería un proyecto fallido. En el medio de todo está esa variable de la que les hablara al comienzo, con su isócrono tic-tac que no nos da respiro. 

@GilOtaiza 

rigilo99@hotmail.com
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