Para Rousseau la desigualdad entre los hombres era insoportable. Era el mal original del cual aparecen todos los demás. El autor comienza su análisis con la observación de que la ley natural establece que la más antigua de todas las sociedades es la familia. Y uno se somete a la autoridad de los padres por razones de dependencia cuando es niño, pero luego con la edad comienza la independencia. Si seguimos estando unidos a ellos el resto de nuestras vidas es solamente por razones voluntarias. 

Llevando estos conceptos a la sociedad Rousseau se da cuenta de que no tiene sentido que habiendo nacido libre, el hombre por doquier se halla encadenado. Renunciar a la libertad, decía el autor, es renunciar a la cualidad humana, a los derechos del hombre, incluso a sus deberes. Allí es cuando aparece el importantísimo concepto de la “Voluntad General”. Según sus razonamientos si bien ningún hombre se puede someter a otro en particular, sí puede hacerlo a favor de la comunidad, o sea de la voluntad general. Nunca debería entregar su humanidad a un rey, a un tirano, o a un partido, sino a la voluntad general. Por medio de ella el pueblo soberano puede cambiar en cualquier momento sus leyes o sus gobernantes. Acordando un pacto o contrato social, los particulares entonces nos situamos voluntariamente bajo la dirección suprema de la voluntad general. 

¿Cuáles son las ventajas de ese sometimiento voluntario, de ese contrato social? Que al dar cada uno de nosotros nuestra persona y todo nuestro poder bajo la dirección suprema de la voluntad general, recibimos a cada otro miembro del contrato como parte indivisible de un todo en un cuerpo moral y colectivo mucho más completo y fuerte que nuestras individualidades por separado. El hombre pierde en el contrato social su libertad natural y un derecho limitado a todo lo que desee poseer, pero gana la libertad civil y “la propiedad de todo lo que posee”. En ese tránsito del hombre al pasar de un estado de naturaleza pura a un estado civil o social, dice Rousseau, se produce un cambio muy notable que es sustituir el instinto natural por la justicia social, y además darle a las acciones del hombre una moralidad que naturalmente no poseían. De esa manera aunque los hombres por naturaleza sean desiguales en fuerza y talento, pueden acabar siendo lo más igualmente posible por convención y de derecho. Anota contundentemente el autor que la libertad moral es lo único que hace al hombre auténticamente dueño de sí. Dicho esto, el contrato social establece que la sociedad debe ser gobernada únicamente en base a ese interés común o voluntad general, nunca pensando en intereses particulares o partidistas. El soberano, define Rousseau, no es más que un ser colectivo que no puede ser representado más que por sí mismo. 

En la Venezuela de hoy valdría la pena volver a reflexionar sobre algunos conceptos “rousseaunianos” establecidos en su contrato social. ¿Cuál es la voluntad general del venezolano en este momento? ¿Seguir en esa vía doctrinaria que nos señala el gobierno llamada socialismo del siglo XXI, o salir de la crisis horrorosa que padecemos la generalidad de los ciudadanos? 

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