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Los magnates revolucionarios viven lejos de la muerte

Se ha vuelto cotidiano morir de hambre. Ya las cifras sobre mortalidad infantil o desnutrición, no causan sorpresa en el mundo y en Venezuela menos aún

  • FRANCISCO OLIVARES

17/08/2019 05:00 am

Desde la esquina de una calle de Tucupita, un perro solitario se detiene y mira con curiosidad el cuerpo tendido en el suelo de un niño que acaba de morir. Al igual que la figura del perro callejero, en el niño fallecido destacan los huesos sobre la piel de su cuerpo semidesnudo con los brazos abiertos boca arriba, como quien se ha entregado a la muerte. Los transeúntes se paran a observar el cuerpo sin vida, algunos con curiosidad y otros con resignación frente a la dramática escena que ya en Venezuela no es un hecho sorprendente, extraño o anormal. El niño tendido tenía 11 años.

Se ha vuelto cotidiano morir de hambre. Ya las cifras sobre mortalidad infantil o desnutrición, no causan sorpresa en el mundo y en Venezuela menos aún. Es como los muertos de un país en guerra que se cuentan por miles y sus dolientes quedan reducidos a una pequeña familia anónima a la que le ha llegado el anuncio que su familiar ha muerto.

En Venezuela la indiferencia es aún más profunda porque quienes propician o generan tantas muertes son quienes dominan la información, el mensaje; cómo se dice y deciden qué se dice y qué se oculta.

Mientras ese niño fallecía en una calle igualmente moribunda, maquillada con desperdicios y cargada de tiempos grises, el presidente de esa República Socialista y Bolivariana, aseguraba que Venezuela estará 100% libre de pobreza en poco tiempo. Según sus cálculos ya solo queda 5% de pobreza extrema. Según su modo de ver las estimaciones estadísticas presumimos que ese niño sería uno de ese 5% al que la revolución no ha podido salvar.

La izquierda socialista y el populismo mundial siempre basó su discurso en la protección a los necesitados mientras empobrecían a toda la población destruyendo sus economías con controles, estatismo y corrupción. Así ocurrió en la desaparecida URSS y en los países comunistas del este de Europa. Salvador Allende lo logró en Chile en solo tres años de gobierno. Cuba convirtió la pobreza y el aislamiento tecnológico de sus ciudadanos en un estándar de vida permanente; y Hugo Chávez y Nicolás Maduro tardaron 12 años en acabar con el país más próspero de la región y pasar de ser “el vecino rico” al indeseado.

Pero hay un lugar común en todas esas experiencias. Los líderes de esos estados, desde los comunistas hasta los populistas actuales utilizaron ese discurso de “amor a los pobres” para apropiarse de los bienes de las naciones y vivir como magnates.

Los descendientes de los Castro en Cuba y de los principales jefes de la revolución cubana, incluyendo uno de los hijos de Fidel, gozan de una vida de millonarios, viajan por Europa y tienen propiedades en paraísos tropicales. Cristina Kirchner y su fallecido marido hicieron fortunas, primero desde las gobernaciones y luego desde la presidencia. Los magnates rusos de la política y de las empresas, ahora capitalistas, fueron importantes agentes del Partido Comunista y el régimen que dominó durante 70 años. Lula Da Silva pasó de ser líder sindicalista a multimillonario luego de llegar al poder en Brasil. La pareja Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua, más que jefe de estado y primera dama, ostentan una vida de monarcas en un país empobrecido.

En Venezuela esa condición se hizo extensiva a todo aquel empresario, político, militar, o familiar que apoye al régimen. Los negocios de las cúpulas privaron sobre cualquier otra condición y los escándalos de cientos, de miles de millones de dólares se pusieron en evidencia desde el primer “millardito” que Hugo Chávez le quitó al Banco Central de Venezuela recién llegado al poder.

De allí en adelante los negocios para la cúpula florecieron y en algún momento se podrá determinar con exactitud el robo masivo de bienes y la acumulación de riquezas de los jefes revolucionarios escondidos en bancos aliadas. Los negocios y contratos solo se llevan a cabo con empresas extranjeras, de China, Rusia, Irán, Turquía o de alianzas, como las de los Kirchner, Lula, Rafael Correa, Ortega, en donde los controles éticos y las normas financieras tuvieron gran flexibilidad.

Todos, sin excepción, gozan de propiedades en el exterior. Sus familiares cercanos, en algunos casos hasta esposas e hijos están a buen resguardo en el exterior. Las compras y mercados ya no los hacen en Venezuela; rara vez, cuando requieren de un servicio médico de emergencia, se lo practican en Cuba o en algún país aliado.

Por eso en sus alocuciones y anuncios los jefes de la revolución hablan a la ciudadanía de manera autoritaria, sin derecho a pataleo. Y si algún sector humilde o laboral se queja de lo que padecen, se les exige sacrificio por la revolución y se les promete dos cajas de CLAP por mes.

@folivares10
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