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Mi diario de Lima

Vine a presentar mi segundo largometraje documental en el Festival de Cine de Lima. Un colega cubano encabeza mis interlocutores. Cada encuentro tiene la temática “de cajón”...

  • JONATHAN REVERÓN

13/08/2019 05:00 am

Este viaje empieza antes de haber llegado al Perú. En el consulado peruano de Caracas, con sus filas de gente afuera, cada quien con una realidad más o menos aplastante, cada quien con esa lucha que significa el reconocimiento de un Estado, cada quien buscando la pieza que complemente el rompecabezas de su identidad. 

Un hombre que no ha podido teñir más su cabello, está a las puertas de la sede consular preguntando obviedades, buscando lo que no se la ha perdido, quizás extraviado de sí mismo, lánguido, colapsado por papeles. Se le nota aseado y con barba de dos días se para del lado opuesto de la fila. Le pregunta a una señora de veintipocos: ¿Usted ha estado en el Perú? La señora asienta, responde sin ganas pero sin displicencia con el espontáneo que le inquiere nuevamente: Y allá, ¿nos tratan bien? 

A la dama le toca responder frente a un funcionario con un No a medias, rodeada de gente que se saludan entre sí con entusiastas ¡Paisano! Sin duda la pregunta le evoca una mala memoria. 

Llego a Lima con la “panza de burro” encima. Me comenta el taxista que así se le dice a la pantalla solar blanca que hace del cielo un techo bajo para el invierno atípico, “desde hace 50 años no hacía tanto frío”. Como todo viaje que hago por estos años de migración venezolana, estoy esperando que el gentilicio me sorprenda. Al principio lo hace gratamente, pues las voces venezolanas de Iván Loscher y Enrique Hoffman identifican estaciones radiales. Ellos también son un lenguaje universal. 

Me reencuentro con un amigo que se fue. Le confieso que no sufro de responsabilidad social turística, es decir, si no puedo conocer un monumento, no pasa nada. Ya volveré. Mi ecuanimidad se traduce en la bossa de “lo que tenga que ser será”. Aunque cuando estoy cerca de que las cosas no sean, por un ladito se me abre una pequeña herida. 

Mi amigo trabaja mucho, y me pregunta si no tengo problema en acompañarlo a hacer mercado. Para nada. Pero ya va, es que no sabes a dónde vamos… 

Llegamos al mercado popular “Ciudad de Dios”, ubicado en San Juan de Miraflores. Sencillamente, Petare. Es una de las primeras estancias de todo venezolano que llega con poco o nada. Fuimos en autobús. Entre ida y vuelta, no hubo un solo transporte sin la presencia de un venezolano vendiendo o pidiendo dinero. Músicos, vendedores de comida (golosinas) y pedigüeños con relato lastimero. 

Algunos cierran su exposición pidiendo disculpas en nombre de los venezolanos “que hicieron cosas malas”. En una de las rutas, dos pasajeros venezolanos regalan cambures y mandarinas de su mercado. Me quedo con el verso de un joven rapero: “Un país lo destruye un pueblo desunido”. 

Vine a presentar mi segundo largometraje documental en el Festival de Cine de Lima. Un colega cubano encabeza mis interlocutores. Cada encuentro tiene la temática “de cajón”. Ustedes van por la tercera temporada, nosotros por la séptima. Mi pragmatismo trata de imponerse, contrapunteo con “lecciones” de geopolítica, de historia, pero todo cuadro comparativo vaticina el desierto venezolano y terminamos justificando porqué me quedo, y él, porqué se fue. A veces me compara con el protagonista de Memorias del subdesarrollo y yo le contesto con una de Lezama Lima: Sólo lo difícil estimula

Lima y su Festival, organizado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, me han tratado con la sobriedad, cortesía y don de gentes que todavía evoco de los personajes de La tía Julia y el escribidor. Del imaginario literario peruano también es verdad eso que escribió Julio Ramón Ribeyro: el mar no tiene puertas. 

@elreveron 

elreveron@gmail.com
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