Atisbos de sensatez
Menesterosos de todo, pero sobre todo de sabiduría, en Venezuela transcurre el calendario cargado de eventos políticos cual serie de Netflix
De cuánto vale un buen consejo, para un hombre de gobierno, dejó constancia el encuentro entre la reina de Saba y el rey Salomón: “Salomón resolvió todas sus consultas; no hubo una cuestión tan oscura que el rey no pudiera resolver. Cuando la reina de Saba vio la sabiduría de Salomón, se quedó asombrada y dijo al rey: «¡Es verdad lo que me contaron en mi país de ti y tu sabiduría!¡Dichosa tu gente que está siempre en tu presencia aprendiendo de tu sabiduría!» La reina regaló al rey cuatro mil kilos de oro, gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Nunca llegaron tantos perfumes como los que la reina de Saba regaló al rey Salomón (...) La flota de Jirán, que transportaba el oro de Ofir, trajo también madera de sándalo en gran cantidad y piedras preciosas. Nunca llegó madera de sándalo como aquella, ni se ha vuelto a ver hasta hoy”.
El arte de gobernar requiere sabiduría, entre otras cosas por aquello que decía el ilustre caraqueño, fundador de la democracia cristiana venezolana, don Pedro del Corral: “la función de un político es pastorear voluntades”. El ejercicio del gobierno exige convocar, convencer, corregir, exhortar, movilizar, engranar y compatibilizar libertades. Para todo eso se requiere no solo saber muchas cosas sino sobre todo capacidad de escrutar corazones, habilidad para llegar a cada uno, manejar múltiples códigos: todo en un solo discurso, con una misma lógica y hacia una misma dirección.
Discurso e incendio
Menesterosos de todo, pero sobre todo de sabiduría, en Venezuela transcurre el calendario cargado de eventos políticos cual serie de Netflix. Los últimos episodios de la aprobación del TIAR –acto parecido a uno de fin de curso de una escuela privada– y el foro ideológico de Sao Paolo, mandaron sustraernos de la realidad asfixiante de un país hambreado para participar en viajes al pasado y arengas disociadas. Tarimas, aplausos, invitados especiales, gentes distinguidas, carros blindados, aeropuerto, despliegue de guardaespaldas, militares, protocolo, medios de comunicación, micro-ondas. Periodistas, ávidos de verdades, miran de reojo la proximidad mientras sostienen el micrófono al pautado de turno: puede que en la esquina del frente haya un robo, unos niños hurgando en la basura u obreros entecos trabajando en una construcción; mejor percibir la terca realidad que escuchar a un demagogo.
El siguiente relato del filósofo existencialista Soren Kierkegaard ilustra lo que ocurre con los políticos que viven sustraídos de su realidad: Érase una vez un circo que entró en llamas. El director mandó al payaso, listo para la función, al pueblo más cercano en busca de ayuda urgente ante el peligro inminente de que el fuego alcanzase la ciudad a través de los campos secos. El payaso corrió a la aldea y pidió ayuda a los habitantes, pero éstos interpretaron su súplica como un excelente truco publicitario para atraer público al espectáculo… y lo aplaudían, y se reían de él... mientras más se lamentaba el payaso, e insistía en que no era simulación, los ciudadanos lloraban de la risa al ver cómo interpretaba su papel de maravilla. Hasta que el incendio llegó a aquel pueblo siendo demasiado tarde cualquier ayuda.
Volver al oficio
Si existe una ocupación sustancialmente alterada por los medios de comunicación de masas, el mercadeo y la fama ha sido la del político. Se compara con las grandes estrellas del cine y del espectáculo; no hay momento en el que no sea interpelado por una cámara o por un micrófono; necesita de la notoriedad para poder hacer carrera; debe adquirir destrezas histriónicas, estar en buena forma, ser agradable al público, gustar a todos, enamorar, persuadir, hacer un show de calle. El problema es el político divorciado de sus funciones cotidianas; cuando no le da tiempo de resolver los problemas de su gente porque está muy ocupado invocando consignas, levantando tarimas y prometiendo imposibles.
Sin embargo, hay indicadores buenos en nuestra Venezuela doliente. Gobierno regional y municipal trabajan mancomunadamente en temas de seguridad, en Miranda, a pesar de sus diferencias políticas y los ciudadanos lo reconocen y valoran como buena experiencia, como una sabia conducta. En el Táchira, una alianza entre AD y Copei, principalmente, saca adelante el gobierno del estado, al mando de la gobernadora Laidy Gómez que no se mete en problemas internos de otros partidos porque está centrada en los problemas apremiantes de su estado que además es fronterizo. En Carabobo, Lacava acumula simpatías de chavistas y opositores, a través de una gestión eficiente y con un discurso jocoso pero inteligente. Hay conversaciones entre diputados de gobierno y oposición para buscar formas de rehabilitar a la Asamblea Nacional en un esquema donde todos se puedan reincorporar y recuperar la institucionalidad.
Menesterosos de todo, aplaudimos estos atisbos de buen gobierno. A este nivel no hace falta invocar la sabiduría filosófica; basta obrar con sentido común pensando en la gente. Nuestra Constitución, además, recoge atinadamente en su artículo 136 la función armónica y cooperativa de todo aquel que ejerce el poder, en función del bien nacional: “El Poder Público se distribuye entre el Poder Municipal, el Poder Estadal y el Poder Nacional. El Poder Público Nacional se divide en Legislativo, Ejecutivo, Judicial, Ciudadano y Electoral. Cada una de las ramas del Poder Público tiene sus funciones propias, pero los órganos a los que incumbe su ejercicio colaborarán entre sí en la realización de los fines del Estado”.
En nuestra constitución nacional reposan buenos consejos para quienes gobiernan; en realidad son mandatos de gobierno, y el primero en obedecer debe ser precisamente el que manda. Ojalá pusiésemos en práctica sus imperativos antes de volver a reformarla.
mmalave@gmail.com
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