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Rómulo, Hugo y Juan ante el espejo

Mientras Betancourt entendió que sin desarrollo económico y educación no habría democracia ni independencia política, Chávez vio que con empresas exitosas y medios libres no sería posible su proyecto

  • DANIEL ASUAJE

24/07/2019 05:00 am

La asincronía entre los tiempos sociales y políticos ha sido reportada como signo palpable de divorcio entre la agenda de la población, que desea respuestas a sus demandas, y la de los políticos que necesitan del apoyo ciudadano para darle viabilidad a sus propuestas. Esta discrepancia produce sordera mutua: la dirigencia no recoge las exigencias ciudadanas y la sociedad se desentiende de los sordos que quieren dirigirla.

Sin esta sintonía no hay paraíso político y es responsabilidad de la dirigencia lograr este acoplamiento. Desconocer esta realidad lleva a muchos a imputar inteligencia o estupidez colectiva según sean o no ellos los escuchados, atribuyendo al azar o a otros agentes lo que es consecuencia tanto de su actitud hacia la ciudadanía como de su estrategia comunicacional. Dos extraordinarios ejemplos de esta sintonización lo representan Rómulo Betancourt y Hugo Chávez. Ambos testimonian lo que ocurre cuando liderazgo político y sociedad se escuchan mutuamente.

Quizás no haya en la historia moderna venezolana dos líderes tan diametralmente opuestos como Betancourt y Chávez, comenzando porque el segundo se propuso destruir (y sus herederos están a punto de lograrlo), todo lo que el primero agenció construir. Betancourt quería que Venezuela fuese un país moderno, urbano, con una población educada y sana, con unas fuerzas productivas que significaran campo, industrias y comercios que abastecieran con productos nacionales el consumo venezolano; un país dueño de sus materias primas, independiente del tutelaje de cualquier potencia extranjera y políticamente democrático. Betancourt comprendió que sin un país alfabetizado la democracia no era posible y el ciudadano sería solo una ficción jurídica, y al igual que Toqueville entendió que los medios de comunicación han de proliferar y ser libres, pero sobretodo entendió que si los gobiernos no respondían a las expectativas y prioridades sociales, no habría sustento social para el proyecto político. Entendió que ambas narrativas debían pronunciarse simultáneamente para que fueran una sola voz estruendosa. Esta sintonización la realizó haciendo que AD comunicara que su promesa esencial era dar a los venezolanos “Pan, tierra y trabajo” -en anhelo nacional- así como “una Venezuela libre y de los venezolanos” -la propuesta política- como reza el slogan del escudo adeco.

Por su parte, Chávez deseaba un país justo, con distribución igualitaria de los bienes nacionales, con un gobierno dirigido por una vanguardia esclarecida que salvara al pueblo de políticos corruptos y de las manipulaciones de los dueños de los medios de comunicación y con un gobierno que pusiera fin a los abusos de los empresarios, deseaba ver al pueblo -que no al ciudadano- a salvo de los males de la sociedad capitalista industrial, contaminante. Algo difícil en un país productor de petróleo, pero, aún así, cabalgando sobre los deseos y promesas de reparación de entuertos, de castigo a los culpables, reparto de la renta y una nueva república, se hizo el ídolo de Venezuela.

Mientras Betancourt entendió que sin desarrollo económico y educación no habría democracia ni independencia política, Chávez vio que con empresas exitosas y medios libres no sería posible su proyecto socialista, que lo principal era la política y no la economía por lo que no había que preocuparse mucho por producir nacionalmente lo que se necesitara consumir porque teniendo divisas petroleras podría importar lo que se necesitara y, de paso, quebrar al empresariado nacional vendiendo mercancía importada a precios más baratos. En lugar de empoderar al ciudadano fortaleció al gobierno bajo la presunción de que pueblo y gobierno eran una misma sustancia y que bastaba proclamar esa igualdad para que la ecuación se verificara. Tanto Betancourt como Chávez motivaron a sus seguidores con un sueño refundacional. Mientras Betancourt prometió una sociedad moderna y democrática, sin las arbitrariedades del régimen gomecista y persiguiendo a quienes se apropiaran de los bienes públicos, Chávez prometió una quinta república libre de la corrupción política, donde todos fuésemos iguales en el reparto de la renta y disfrute de los bienes -por lo que no deberían existir diferencias salariales- en una sociedad alejada del modo de vida consumista y constituida por comunidades autárticas con su propia moneda y tuteladas por un estado que todo lo suministraría, que haría suya la responsabilidad de decirle a todos la verdad verdadera y de hacer que todos, por su bien, vivieran en ella aunque no la compartan. Por ello no serían necesarios medios de comunicación privados ni empresarios. Ni siquiera educarse sería esencial.

Esta sincronía de narrativas tiene tiempo rota en Venezuela. Maduro la quebró con sus bases, la oposición no ha sabido construir una permanente. CAP y Maduro muestran que sin ella un gobierno pierde sustento. Solo quien se conecta puede ser gobierno con apoyo. El verbo de Guaidó tiene el reto de alcanzarla.

@signosysenales
dh.asuaje@gmail.com
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