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La existencia y sus misterios

José Saramago, sin Dios o con él, nos dejó una certeza inconmensurable: ese hombre o mujer que no piensa igual a mí soy yo mismo. Esto es tolerancia, aceptar posturas contrarias

  • RAFAEL DEL NARANCO

20/07/2019 05:00 am

Los profundos arcanos de la supervivencia han perseguido a los seres humanos desde el principio de los tiempos. Del caldo de la vida hemos surgido mal cocidos. Y así seguimos. Buscamos el sentido de nuestra realidad y hallamos espaciosos pozos de dudas, mientras ahora la ciencia nos enfrenta a una realidad y nosotros nos resistimos a ella: la vida es solamente un elemento químico. No posee alma. 

Roger Kornberg, Premio Nobel de Química, lo ha dicho: “Los cerebros humanos son más o menos iguales y las pequeñas diferencias es el resultado de distintos patrones basados en una combinación de nuestra genética y de nuestras experiencias. Pero, al final, es química, aunque la gente se resiste a la idea. Muchas personas quieren asociar a sus propias experiencias algún significado especial, como la religión. Pero es química”

La ciencia se ha convertido en certidumbre, con la salvedad de que la realidad de la vida nos sigue soldando a una creencia irresistible empujada por nuestros miedos, dudas y aprensiones. 

A principio de la semana, en esta heredad mediterránea en la que coexistimos, volvimos a encontrarnos con las obras de José Saramago, escritor al que descubrimos hace años, y desde ese entonces repasamos con pasión perturbadora. 

El portu era un comunista negado de reconocer los errores tremebundos y trágicos de esa amagada absolutista; mientras, uno intentaba creer que la libertad es un don comparable a Dios. ¿Blasfemia? Tratándose de Samarago poca importancia tenía, él era ateo confeso. 

Hace unas semanas, viendo un retrospectivo programa de televisión lo escuchamos hablar nuevamente. Igual a tantas ocasiones, el autor de “Memorial del convento” desnudó el espíritu conjurado y lo fue desmenuzando en pedazos. 

Volvimos a sentir emoción oyéndole el relato de su subsistencia dura, trabajosa, admirable. 

Un día expresó: “Vivimos en el planeta de los horrores, pero no lo queremos saber porque preferimos estar ciegos y ser insensibles al dolor humano. Estamos haciendo del pavor nuestro compañero diario y nos solazamos con él”

Explicaba con frecuencia que esa insensibilidad del mundo actual le ha inspirado toda su obra. Y a los jóvenes les daba un consejo para no hundirse en el fango de la indiferencia: ser curiosos y llenos de generosidad hacia los que nada tienen, ni siquiera el sagrado derecho de gritar a corazón abierto.

Su admirado Pessoa, cuando era el alter ego de “Ricardo Reis”, dijo en una oda: “Nao quero recordar nem conhecer-me. / Somos demais se olhamos em quem somos."  (“No quiero recordar ni conocerme". / Estamos de más si miramos quien somos"). 

Expresión clara para un ser de una inalienable dignidad, cuyo Premio Nobel para Samarago fue el reconocimiento a la lengua y literatura portuguesa, siempre en el adverso camino de sobrevivir. 

El autor es uno de los pocos seres que abiertamente negaba la existencia de Dios sin altibajos. “No creo en Dios ni en la vida futura, ni en el infierno, ni en el cielo, ni en nada”

Y añadía: “Debo decir que a mí me encantaría que existiera porque tendría todo más o menos explicado y, sobre todo, tendría a quién pedir cuentas por las mañanas. Pedirlas y también darlas. Pero no tengo a quién pedirlas”, añadía. 

En lo íntimo, uno profesa a Dios por la natural razón de que madre, cada noche en aquella calle Eulalia Álvarez, en la Asturias de mi nacencia, le rezaba, y uno sigue andando por el mismo sendero bifurcado. A lo mejor no es fe y sí amor materno. Da lo mismo, ya que entre su cariño y mi persona, hay un cordón umbilical que nos une más allá de la solitaria tumba. 

José Saramago, sin Dios o con él, nos dejó una certeza inconmensurable: ese hombre o mujer que no piensa igual a mí soy yo mismo. Esto es tolerancia, aceptar las posturas contrarias de cada ser tal como son y no como uno pretendiera que fueran. 

Johannes Kepler, en su obra sobre los misterios del Cosmos, cuyo nombre es “Mysterium Cosmographicum”, decía: “No nos preguntemos qué propósito útil es el canto de los pájaros, cantar es su deseo desde que fueron creados para cantar. Del mismo modo no debemos preguntarnos por qué la mente humana se preocupa por penetrar los secretos de los cielos... La diversidad de los fenómenos de la Naturaleza es tan grande y los tesoros que encierran los cielos tan ricos, precisamente para que la mente del hombre nunca se encuentre carente de su aliento básico”

Hermosas palabras que ayudan a no sentirnos vacíos de preguntas apoyados en alguna que otra corta respuesta. 

Esa es parte de la cognición que nos embarga cuando nos enfrentamos a los enigmas celestes, al deseo de trascender más allá de las estrellas, a la esencia misma de diminutos seres individuales. 

Somos sin duda química pura y aún así, por encima de ella, una pasmosa entelequia de la extraordinaria creación Cósmica. 

rnaranco@hotmail.com
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