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El triunfo del miedo

Pocos elementos de control social son tan contundentes como establecer el miedo a manera de estrategia para controlar la disconformidad de los ciudadanos

  • ALIRIO PÉREZ LO PRESTI

25/06/2019 05:00 am

Escribo este trabajo el día del solsticio de invierno en el Sur del continente. La relación con el frío es buena, gracias a los tres artefactos eléctricos y uno de kerosene que me mantienen los pies calientes. La experiencia de haber subido y bajado tantas veces en mi vida montañas de casi cinco mil metros de altura y pasar semanas enteras bajo condiciones que a los montañistas nos enamoran, hacen que el invierno en una ciudad grande sea como una especie de aventura de juguete. El frío forma parte de mi historia de vida y reencontrarme con él, en el invierno de Santiago ha sido fuente de inspiración y reinvención. 

En eso de estar pasando mis ratos leyendo textos de Isabel Allende, no pude dejar de asomarme por la ventana para ver los árboles sin hojas y tener recuerdos inevitables sobre el país en donde viví por tantos años. De esas cosas que le pasan a uno por la cabeza, he estado reflexionando sobre cómo preparar los mejores salmones, seleccionar los más elaborados tintos y aprender a distinguir las mejores carnes. Igual voy en forma pendular, de pensamientos como esos a ideas en torno a las cosas tan malas que han ocurrido en Venezuela y sin duda termino por darle vueltas a la siguiente: De las peores cosas que ha ocurrido es haber visto cómo el miedo va ganando terreno conforme pasa el tiempo. 

Pocos elementos de control social son tan contundentes como establecer el miedo a manera de estrategia para controlar la disconformidad de los ciudadanos. El miedo genera tendencia a paralizar o a huir, pero en la mayoría de las veces a inducir estados mentales en donde lo racional y aplomado quedan desplazados por la sensación de que hay que sobrevivir. 

Calles oscuras, esquinas de terror, amenazas constantes a través de los medios de comunicación, el uso de un lenguaje soez y atemorizante por parte de figuras de poder y la ejecución real y tangible de mecanismos de persuasión, muchos de carácter extremadamente violento, son parte de un día común y corriente de cualquier venezolano. 

El miedo se apodera de la vida cotidiana y va haciendo de las personas pobres marionetas de un aparato que controla voluntades en donde el delator es un sobreviviente que es capaz de acusar a su propia madre si es necesario, con tal de salir airoso de las vicisitudes de una sociedad anormal. 

La anomia es lo que conduce la vida cotidiana del país y esa falta de límites propios de las normas, que permite vivir con placidez, termina por doblegar las voluntades más férreas. Incluso aquellos que se sobreponen al terror, terminan por actuar de manera abiertamente errática, conduciéndose al borde de las conductas riesgosas y poco estratégicas. 

La Venezuela orwelliana de nuestros días no es lugar para el sosiego, el reposo, la contemplación y el pensar tranquilo. No es sitio para el deleite y el disfrute, de poder cultivar el hedonismo como manera de conducirse. Muy por el contrario, se ha convertido en una caverna de sobresaltos y de situaciones que someten al hombre común a límites impensables en los cuales cualquier temperamento termina potencialmente por fragmentarse. 

Si es posible migrar a mejores escenarios, no dudo en repetirlo a quien me lo pregunta. El mundo es grande y alberga las más inconmensurables sorpresas que podamos pensar. Vivir en la dinastía del miedo es ser un preso de una cárcel que no es invento ni fabulación. Venezuela es una cárcel y no verlo, asumirlo o aceptarlo es solo un mecanismo de defensa llamado negación

Cundido de suspicacia, he visto las maneras de miseria más sórdidas en personas que conozco. Gente por quien alguna vez pude tener algún grado de simpatía o abierta compasión, ha terminado por convertirse en remedos de seres humanos sin capacidad de vislumbrar el firmamento. Tal vez en las circunstancias más oscuras es donde vemos la verdadera naturaleza de las personas. 

El canibalismo como forma de conducirse es contagioso en ciertos espíritus. Algunos forzosamente tenemos que escapar de esos escenarios. No es infrecuente encontrarme a mis alumnos en las esquinas de esta ciudad, a mis colegas venezolanos en los congresos y actividades científicas y a los propios vecinos en los asados que con frecuencia hacemos los venezolanos los fines de semana para tratar de seguir celebrando la vida o celebrar cualquier cosa, como debe ser. Segundas oportunidades no sobran, así que bien vale la pena aprovechar aquellos espacios y oportunidades que la vida nos da incluso de manera intempestiva. 

Lo peor que le puede pasar a quien pierde un tren es que se suspenda para siempre el servicio ferroviario. La vida no es tan larga como parece y ciertas decisiones tardías pueden ser de vida o muerte. El valor y la capacidad de tomar decisiones nos distinguen unos a otros, pero la gran diferencia es la de saber tomarlas a tiempo. 

Espacios para pensar es lo que necesita el alma libre. Para pensar, vivir, disfrutar y poder desarrollar plenamente las potencialidades que tenemos. Nada más castrante que el imperio del miedo. Nada más cercano a estar muerto en vida que vivir con temor. 

@perezlopresti
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