El 17 de Tamuz (julio) fue el día en que los romanos lograron penetrar en Jerusalén y durante tres semanas, hasta el 9 de Av (agosto), los judíos lucharon cuerpo a cuerpo con el invasor en las calles de la Ciudad Santa, pero en aquel día nefasto, el enemigo logró pegar fuego al Templo.
Cuando los romanos destruyeron el Segundo Templo y sofocaron la rebelión de los judíos celebraron ese evento erigiendo un Arco del Triunfo en Roma y acuñando monedas conmemorativas, donde se veía una mujer encadenada y debajo una inscripción que decía: “Judea cautiva, Judea vencida”. De esa manera pensaban subrayar el triunfo definitivo sobre la tierra de Israel y sobre su pueblo.
Al mismo tiempo que los romanos festejaban su victoria, nuestros sabios comenzaron a elaborar el ritual que en memoria de la destrucción del Templo, aun en nuestros días, continuamos observando.
Los jajamim decretaron que las tres semanas que van desde el 17 de Tamuz, fecha en que los romanos practicaron un brecha indefendible en las murallas de Jerusalén que condenó a la ciudad a su caída, hasta el 9 de Av, fecha en que el Templo comenzó a arder hasta consumirse, fueran desde entonces días de luto semejantes a los que un deudo guarda por un familiar cercano.
Durante estas tres semanas está prohibido cortarse el cabello, vestir ropas nuevas, comer frutas sobre las cuales haya que pronunciar la bendición Sheejeyanu, contraer matrimonio, y en general cualquier actividad alegre o placentera, como cantar o tocar instrumentos musicales.
Desde entonces estos han sido días de ayuno, y en todas las sinagogas los rezos y la lectura de la Torá fueron adaptados para este fin. El período de tres semanas entre ambos ayunos son los días más tristes del calendario judío. En hebreo este periodo es llamado “Días de Angustia”.
El primero y el segundo Templo fueron destruidos el 9 de Av. El primero por Nabucodonosor, rey de Babilonia, y el segundo por Tito, general romano y posteriormente emperador. Pero los enlutados de Sión jamás renunciaron a la esperanza del retorno a Israel y de la reconstrucción del Templo.
El calendario judío no sólo registra fechas de júbilo y triunfo, sino que también registra fechas de derrota y fracaso. ¿Por qué? Porque para el judaísmo no hay otro camino que el de la verdad, aunque esta sea dolorosa y amarga.
Las fechas nefastas nos recuerdan nuestras desviaciones y errores, y a partir de este recuerdo fiel, objetivo y detallado es posible entonces corregirnos y superarnos, pues el judaísmo acepta la realidad de los defectos y las debilidades de la condición humana, pero con la convicción de que siempre es posible superarlos.
Esa clase de esperanza de raíz realista y genuina, que nada tiene que ver con engañosas ilusiones y espejismos, ha sido la constante de nuestro pueblo a través de una larga historia de dificultades y retos, lo que le ha permitido mantenerse inquebrantablemente fiel a sus principios, valores y tradiciones.
Todo esto simplemente significa que nuestro pueblo ha conservado y seguirá conservando para siempre la fe en el Todopoderoso, quien sabemos que nunca nos abandonará y que muy pronto ha de decretar el día de nuestra redención final y definitiva.
Cada momento transcurrido en la historia, bien sea por motivos de éxito o por fracasos, sirven para experimentar el renacimiento de las sociedades, experiencias que puedan transmitir a las generaciones futuras, con el fin de impulsarlas a mejorar siempre teniendo como base la fortaleza, el trabajo conjunto, la unificación de ideas y el reconocimiento de las tradiciones, manteniéndonos firmes en nuestra espiritualidad y con fe en Dios.
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