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La maldición de los apegos

Los apegos, en particular los materiales, son formas de vinculación con lo tangible que deja mucho que decir de la dimensión espiritual de los humanos que preconizan tenerla.

  • ALIRIO PÉREZ LO PRESTI

18/06/2019 05:05 am

El apego, en muchos casos, es una forma de esclavitud. Muchos venezolanos nos hemos vistos forzados a migrar de Venezuela y sería una actitud muy corta de miras no ser capaces de predecir las inconmensurables consecuencias de una migración masiva, que promete convertirse en el más importante movimiento de un grupo humano en lo que corre del siglo XXI a nivel mundial. 

Se exporta, al emigrar, como en todos los casos en los cuales la gente se va de un lado para otro, las más inimaginables expresiones culturales y se crea inevitablemente una tipología de persona inédita sin parangón posible. El asunto de lo que se traslada culturalmente atañe a la música, el baile, la gastronomía, las maneras de comunicación, el arte y la idiosincrasia polimorfa de lo que llamamos venezolanidad con los elementos positivos y negativos que conlleva. 

Escritura y migración
Sería irreal que quien escribe deje pasar tan novedoso proceso, en parte porque forma parte de su día a día y en parte porque es menester de los escritores llevar un registro pseudohistórico de las experiencias personales de quienes vivimos el tiempo en el que nos ha correspondido desarrollar nuestra experiencia vital. 

De esa migración abultada, cuyo mejor calificativo es el de “diáspora”, la nostalgia no puede ser una instancia ajena al migrante y se termina por idealizar aquello que se deja al punto de que lo falseamos necesariamente. La Venezuela perversa y corrompida, llena de gente que sobrevive al margen de la ley, imperio de las formas más retorcidas de vileza y las maneras más estrambóticas de ser ladino y chapucero, desaparecen en nuestro ineludible autoengaño para sobrellevar el desarraigo propio de quien migra. 

Cuando me preguntan por mi país de origen, puedo dar fe de lo bueno que era hace más de una década y también puedo dar fe del infierno en que se convirtió y me hizo migrar porque simple y llanamente no tenía otra opción. Escucho el anecdotario de otros compatriotas y por Dios que me he llegado a preguntar si venimos del mismo país, porque lo que yo dejé atrás era una pesadilla de la cual guardo buenos recuerdos de tiempos que no volverán. 

¿Por qué no regresa el buen tiempo?
La pregunta es más que pertinente por una doble razón. Primero, porque lo pasado es irrepetible y pertenece al baúl de los recuerdos, las bonitas experiencias atesoradas y las vivencias imposibles de revivir. Segundo, porque el entramado social, del país donde nací, se fracturó de tal forma que la reconstrucción de algo que tienda a parecerse a lo que tuvimos puede demorar varias décadas, o sea, varias generaciones. Difícilmente lo podremos ver quienes estamos vivos y los que por su juventud venzan los avatares de las circunstancias podrían ver el potencial resurgimiento de una nación, que, para poder dar pie con bolas, debe deslastrarse de su monstruoso pasado. La diáspora ha llevado su cuota de aprendizaje: que en no todas partes la bonanza petrolera sirve de dádiva para la vida, que las cosas hay que ganárselas con el trabajo por encima de todo y que la mendicidad (en Venezuela lo llaman programas de ayuda social) no es el norte para tener un país próspero. 

Sálvese quien pueda
Pocas cosas han sido tan aberrantes en el alma de un conglomerado como la instauración de los lastimosos CLAP y el denominado Carné de la Patria. Ambos instrumentos de dominación y de control social por hambre que terminaron por destruir elementos congruentes con la dignidad humana y literalmente generaron el surgimiento de un curioso hombre nuevo, de talante parasitario y tendencia a la indigencia, contrario al ideal de ciudadano que cualquier sociedad puede aspirar a generar. 

El mundo comienza justo en el momento en que salimos del lugar que habitamos y a fin de cuentas la casa de uno es uno. Los apegos, en particular los materiales, son formas de vinculación con lo tangible que deja mucho que decir de la dimensión espiritual de los humanos que preconizan tenerla. Aferrarse a las cosas materiales en sinónimo de pequeñez humana y de codicia malsana. En realidad, la mayoría de las cosas que tenemos son estorbos con los cuales cargamos a cuesta, muchas veces socavando la posibilidad de que nuestros lazos afectivos sean los que prevalezcan. 

Celebro cada vez que un venezolano hace la maleta para migrar porque siento que está salvando su sistema de valores de la corrupción y la alienación. Por encima de que a los políticos se les ocurra sobreponer sus intereses y generar falsas expectativas, varias generaciones de seres vivos nacidos al norte de Suramérica tienen la potencial posibilidad de escapar de ese demencial lugar contemporáneo. Dejarlo para después, es posponer una decisión que no debería generar dificultades mayores en espíritus con aires de libertad, actitud emprendedora y genuinos deseos de llevar una vida sana, sin las miserias propias de una sociedad que hace rato se hizo añicos. ¡Buen viaje! 

@perezlopresti
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